«En nuestra época la lucha revolucionaria de los
pueblos atraviesa por un período de intensas luchas políticas
ideológicas de importancia decisiva para el curso
de todo el desarrollo histórico de nuestra sociedad. Actualmente,
el revisionismo, al igual que en la época de
Lenin, no constituye un fenómeno nacional sino internacional.
Tras la derrota sufrida por el revisionismo, gracias
esencialmente a la demoledora denuncia de Lenin,
el revisionismo y el oportunismo de toda laya dejaron de
tener en aquel momento una influencia decisiva entre
los elementos más avanzados de la clase obrera.
Pero desde el final de la II Guerra Mundial, y con la
agudización de la lucha de clases en todo el mundo y la
creciente agresividad del imperialismo, cada vez más aislado
y fustigado por la lucha revolucionaria de los pueblos
oprimidos, las distintas corrientes de la ideología reformista
y burguesa se han hecho más virulentas en el seno
de la clase obrera y han llegado a penetrar en la cabeza
misma de los Partidos Comunistas. Gran parte de los
dirigentes de los partidos han caído así bajo la influencia
de las ideas oportunistas, revisionistas, dándose el hecho
agravante de que esas corrientes se han manifestado en
sumo grado y en primerísimo lugar entre los actuales dirigentes
del Partido Comunista de la Unión Soviética, quienes han servido de punta de lanza y de base al revisionismo.
La lucha contra las tergiversaciones y falsificaciones
ideológicas y teóricas de los revisionistas modernos
es una obligación ineluctable para todo Partido marxista-leninista;
es imprescindible y urgente arrancar de
esas corrientes reformistas a extensas capas de la clase
obrera –particularmente en los países más desarrollados–,
y también de las capas bajas de la pequeña y media burguesía.
Los marxista-leninistas hemos de inspirarnos en
estos momentos, en la tenacidad y la perseverancia demostradas
por Lenin en su lucha por los principios revolucionarios,
y contra todos los revisionistas y oportunistas,
ya que de otro modo, sería difícil movilizar a las
amplias masas del proletariado para la lucha revolucionaria.
El apasionamiento y la intransigencia que Lenin
manifestó en esa lucha por los principios, es para nosotros
el mejor punto de apoyo para perseverar en nuestros
esfuerzos por desenmascarar hoy a los revisionistas
y oportunistas que en España, concretamente, constituyen
sin duda alguna un obstáculo considerable, por
cuanto que, sirviéndose de un pasado revolucionario,
tratan de infundir a las luchas obreras corrientes pacifistas,
economicistas, revisionistas, etc. Pero el revisionismo
de Carrillo, al igual que el de Bernstein, Kautsky y
otros semejantes, será, en definitiva, vencido por la corriente
revolucionaria, y como en el pasado, el proletariado
encontrará el cauce revolucionario del marxismo-leninismo.
Sólo pretendemos abordar en este trabajo algunas
de las cuestiones de principio más urgentes que creemos
necesarias plantear hoy a la luz del marxismo-leninismo
con objeto de disipar los negros contornos con que el revisionismo
moderno pretende ocultar a la clase obrera la
senda de la revolución proletaria.
El imperialismo no ha cambiado de naturaleza
Los revisionistas tratan de justificar su abandono
de los principios esenciales del marxismo-leninismo,
alegando que la situación en el mundo es hoy distinta
que antaño y que la naturaleza misma del imperialismo
ya no es la que era en la época de Lenin, por ejemplo.
Apoyándose en esa grosera falsificación de la actual
realidad objetiva, se esfuerzan por tergiversar algunos de
los principios inmutables del marxismo-leninismo y del
materialismo dialéctico. Si bien se han producido algunos
cambios de carácter cuantitativo en lo que al imperilismo
se refiere, es decir, en lo que respecta a la distribución
y reparto de las riquezas, a las formas de dominio –nos referimos al neocolonialismo, nueva forma de
opresión y explotación de las antiguas colonias–, la esencia
misma del imperialismo, es decir, su contenido de
clase, su agresividad intrínseca basada en la más feroz
explotación, sigue siendo la misma que en la época en
que Lenin afirmara que la base económica de ese fenómeno
histórico universal se encuentra en el parasitismo
y en la descomposición del capitalismo, inherentes a su
fase histórica superior, es decir, el imperialismo. Diariamente
vemos hoy también confirmada la naturaleza rapaz
y agresiva del capitalismo monopolista de Estado,
del imperialismo, al mismo tiempo que se han agudizado
al máximo las contradicciones entre los distintos bloques
de los países imperialistas.
Precisamente uno de los rasgos característicos que
se han acentuado en la sociedad capitalista después de la
II Guerra Mundial, es el desarrollo acelerado del capitalismo
monopolista de Estado, especialmente en los principales
países de Europa Occidental, donde los grupos
del gran capital monopolista han asumido de hecho el
control de la máquina estatal, ejemplo característico de
este fenómeno nos lo ofrece actualmente la España franquista.
Pero no es éste un fenómeno nuevo. Ya en 1916 Lenin escribía que:
«Lo que caracterizaba al viejo capitalismo
en el que dominaba plenamente la libre competencia,
era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza
al capitalismo moderno en que impera el monopolio, es
la exportación de capitales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)
Salta a la vista que estas palabras de Lenin no sólo
no han perdido ni un ápice de actualidad, sino que, por
el contrario, han adquirido aún mayor fuerza a la luz del
desarrollo del imperialismo moderno. Asistimos actualmente
al hecho de que los países de economía atrasada
que siguen el camino del desarrollo capitalista, se ven
agobiados y aplastados por los préstamos de capitales hechos
por las potencias imperialistas –especialmente el imperialismo
norteamericano–, en feroces condiciones políticas
y otras también sobre esta cuestión de préstamos
ruinosos y vejatorios de los imperialistas, tenemos múltiples
ejemplos en nuestro país, sobre los que no viene al
caso extendernos en este trabajo.
Nada esencial ha cambiado pues, en realidad, desde
la época en que Lenin, criticando a Kautsky que se esforzaba
por embellecer la esencia misma del imperialismo,
afirmara:
«Que el imperialismo es la época del capital
financiero y de los monopolios, los cuales traen aparejados en
todas partes la tendencia a la dominación y no a
la libertad, la reacción en toda la línea, sea cual fuere el
régimen político, la exacerbación extrema de las contradicciones
en esta esfera también... particularmente se intensifica
la opresión nacional y la tendencia a las anexiones,
esto es, a la violación de la independencia nacional». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)
Cabe, pues, preguntar ¿cómo es posible afirmar
como lo hacen los revisionistas modernos, que esa caracterización
del imperialismo ya no sirve, que ha cambiado’
la naturaleza del mismo, y que ya no se le puede conceptuar
ni tratar del mismo modo?
A la luz de los hechos irrefutables en presencia, cabe
afirmar que lo que sí ha cambiado es el grado de descomposición y de ferocidad del imperialismo que se ve
cada día más acorralado por la lucha de los pueblos, y
más carcomido por sus propias contradicciones. Insistimos
en que los cambios sobrevenidos en el reparto entre
los distintos países imperialistas de las fuentes de riquezas
y de los lugares de explotación y la agudización de las ;
contradicciones entre sí, no han modificado en modo alguno
la esencia ni la naturaleza del imperialismo, ni tampoco
su papel de explotador y agresor de los pueblos. Pretender,
como lo hacen los revisionistas modernos, que el
imperialismo «ya no es lo que era» y que, por lo tanto,
hay que modificar o abandonar algunos de los principios
básicos del marxismo-leninismo, constituye un crimen
contra todos aquellos pueblos que aún sufren bajo la feroz
dominación del imperialismo. (...)
Los monopolios no suprimen las crisis ni el paro
Los revisionistas y otros pretendidos marxistas,
apoyándose en algunos momentos de auge y desarrollo
de la economía en los países capitalistas, pretenden que
ya ha desaparecido la época de las crisis económicas, del
paro, y que ya no tiene vigencia la ley de la depauperación.
De ese modo tratan de justificar su abandono de
los principios de la lucha de clases. Ni qué decir tiene
que esa idea no corresponde en modo alguno a la realidad
y que se trata, únicamente, de una corrompida mercancía
revisionista con la que intentan adormecer y corromper
a la clase obrera de esos países.
No hemos de mirar muy lejos de nosotros para ver
cómo ni la integración europea –en lo que a los países
del Mercado Común se refiere–, ni el Plan de Estabilización,
ni las inversiones masiva de capitales yanquis y
otros en España, han evitado la aparición de graves síntomas
de crisis económica y de paro obrero. Precisamente
en España, como consecuencia de la aplicación del
Plan de Estabilización, cientos de miles de obreros de la ciudad y del campo se encontraron sin trabajo, en aquellos
momentos, en los países de Europa Occidental se vivía
una fase expansiva de la economía, lo que permitió
emplear a casi un millón de obreros españoles. Pero, actualmente,
la crisis y el paro afectan en mayor o menor
grado a todos los países de economía capitalista, incluidos
los Estados Unidos.
El auge de la economía de los países capitalistas estuvo
ligado de manera general durante los últimos 20
años a causas transitorias y accidentales, como, por
ejemplo, la superación de los efectos en la producción
de la II Guerra Mundial y la reorganización de la industria
de acuerdo con las nuevas técnicas. Cabe señalar, no
obstante, que pese a estos factores estimulantes transitorios,
los EE.UU. han creído necesario desencadenar diversos
conflictos armados y provocar tensiones en distintos
puntos del mundo durante ese mismo período, para
así mantener el nivel de producción y empleo, fabricando
cantidades fabulosas de armamentos, en la mayor
parte desechados inmediatamente al ser reemplazados
por otros de nuevo tipo.
En la actualidad, la situación general de crisis que
afecta, como ya hemos dicho, a los países del sistema capitalista,
ha desencadenado un descenso de toda la actividad
económica y ha lanzado al paro a varios millones
de obreros. Se pone, pues, una vez más de manifiesto,
que la ley de las crisis y del paro, propias al sistema capitalista,
siguen teniendo vigencia y que ni el capitalismo
monopolista de Estado ni la integración en bloques económicos
capitalistas, ni las agresiones y expoliaciones
del imperialismo, pueden modificar. Y, al igual que en el
pasado, esas crisis y paros, esas agresiones, acarrean sufrimientos
indecibles a millones y millones de trabajadores
del mundo entero.
La depauperación
En sus esfuerzos, por un lado, por hacer frente a la
competencia intercapitalista y, por otro, de escapar a la
ley de las crisis inherentes al sistema capitalista, el capitalismo
monopolista de Estado ha recurrido, después de
la II Guerra Mundial, a la creación de bloques y asociaciones
económico-políticas de diversos tipos. Si bien es
cierto que esas medidas han jugado un papel estimulante
temporal, los hechos están demostrando que esos efectos
no son más que transitorios y limitados, ya que no
pueden suprimir a largo plazo las contradicciones propias
del sistema capitalista, ni anular la ley determinante
capitalista que es la de buscar para sí el máximo beneficio.
Por otra parte, huelga decir que ninguna de esas medidas
han suprimido en modo alguno las contradicciones
de clases en ningún lugar.
Es de señalar, no obstante, que precisamente esa
política de bloques económicos y de dominio de los países
más débiles por los más fuertes, hace que las crisis se
resientan actualmente con mayor virulencia en los países
cuyas economías son dependientes y más débiles. Tal es
a grandes rasgos, el caso de España, donde actualmente
se manifiesta fuertemente la crisis económica y el paro
obrero en todas las ramas de la producción, dándose casos
de cierre y supresión de empresas dominadas por capital
extranjero –yanqui por lo general–, pues habiéndose
comprimido las necesidades generales de la producción
en ese sector, los inversionistas yanquis optan por la limitación
de la producción en aquellos países donde no
existen trabas para actuar a su antojo, sin tener en cuenta
las repercusiones entre la población trabajadora.
Durante los últimos años, se han registrado en los
países capitalistas diversas subidas y aumentos de sueldos.
Ahora bien, la subida de los precios y la elevación
de las caigas tributarias –impuestos–, han sobrepasado
considerablemente la de los sueldos. Por otra parte, el aumento de la productividad en el trabajo ha sido aún
más mutable, con lo cual se ha producido el consiguiente
aumento de beneficios para los capitalistas, aumento de
beneficios infinitamente superior al aumento de los sueldos
reales, sin contar la subida general de los impuestos
indirectos en los diversos productos de consumo.
Esta apreciación general es también válida para España
ya que, si algunos sectores del proletariado agrícola
llegados del campo’a la ciudad han mejorado relativamente
su nivel de vida, de hecho sufren hoy una mayor
explotación. De manera general se da en España también
con particular intensidad, la superexplotación, debido a
las elevadas normas de productividad introducidas por
los nuevos métodos de producción, sin que la clase obrera
española disponga de sindicatos ni de partidos obreros
legales que les defiendan contra la feroz rapacidad de los
patronos. Los accidentes de trabajo constituyen en la industria
española, un problema grave, dadas las faltas de
medidas de seguridad y las larguísimas jornadas que tienen
que hacer los obreros para poder vivir. Así pues, es
un hecho innegable, frente a los espejismos y mentiras
de los oligarcas franquistas, coreados en muchos casos
por los revisionistas, que la clase obrera española y el
pueblo trabajador en general, sufren con feroz rigor una
superexplotación y una depauperación relativa y absoluta
bajo la dictadura franquista.
A la luz de estas realidades innegables, es preciso
afirmar de manera inequívoca, que el capitalismo y su
fase superior agonizante, el imperialismo, no sólo no suprime
la crisis, el paro y la miseria de las masas trabajadoras
ni las guerras, sino que por el contrario, todas estas
plagas que azotan al proletariado son inherentes a ese
sistema mismo, las cuales adquieren incluso mayor agudeza
y extensión, en determinados momentos.
Sólo el derrocamiento del sistema capitalista, el
aplastamiento del imperialismo, pondrá fin a esos males.
Sólo el socialismo puede garantizar a las masas trabajadoras una vida sin crisis, sin paro, sin miseria y sin guerras.
Revolución violenta o transición pacífica
Es esta una de las cuestiones de principio más importantes
que separa hoy de manera irreconciliable a los
marxista-leninistas de los revisionistas jruschovistas, y
de todos los socialreformistas y pseudomarxistas.
Para los marxista-leninistas, para todo revolucionario
honrado y consciente, sigue siendo válido, de manera
general, el principio de la revolución violenta como
ley universal de la revolución proletaria, así como el reconocimiento
de la necesidad de destruir el viejo aparato
estatal con objeto de sustituir la dictadura de la burguesía
por la del proletariado.
Nuestra reafirmación absoluta de este principio se
basa no sólo en las enseñanzas de nuestros clásicos y en
su lucha intransigente contra el pacifismo y el evolucionismo,
sino además en las lecciones históricas de las revoluciones
populares de nuestra época, y en el análisis
concreto de la situación actual en nuestro propio país.
Basándose en una apreciación anticientífica de la
situación actual en el mundo, los revisionistas modernos
pretenden, por su parte, y ello pese a los hechos irrefutables
y evidentes, que la teoría marxista-leninista de la
lucha de clases, como motor de la historia, ya está anticuada
y que las condiciones internacionales permiten
hoy prever que el socialismo puede implantarse a través
del camino parlamentario y de la transición pacífica.
Según el marxismo-leninismo, el Estado es una
fuerza basada en la violencia, en un aparato represivo: el
Ejército, y la policía principalmente. Desde el momento
en que la sociedad fue dividida en clases, las clases dominantes
establecieron su máquina estatal para oprimir y
explotar a las clases dominadas. Sabido es –y en España
los ejemplos pasados y presentes no nos faltan, por desgracia–, que las clases que detentan el poder estatal bajo
el capitalismo utilizan el ejército, la policía, agentes y espías,
tribunales a sus órdenes, torturas, cárceles y toda
clase de presiones físicas y morales, es decir, que utilizan
toda clase de violencia, para mantener bajo su dominio a
las clases explotadas; al mismo tiempo que compran y
utilizan a sus teóricos e ideólogos para hacer penetrar su
propia ideología entre la clase obrera, sirviéndose, además,
de las ideas religiosas y de la Iglesia para predicar a
su favor la resignación y tratar de desviar por todos los
medios a las clases explotadas del camino de la lucha revolucionaria.
No creemos que sea necesario insistir en el
hecho de que el pueblo español vive desde hace más de
treinta años bajo un régimen basado, esencialmente, en
la más brutal violencia, ejercida por la oligarquía proimperialista
en el poder contra la inmensa mayoría del pueblo
español.
El cretinismo parlamentario de Carrillo
Pese a esa insoportable situación de explotación y
opresión que sufre el pueblo español, el renegado Carrillo
y su equipo, aplicando ciegamente las ideas lanzadas
por Jruschov en el XXº Congreso del PCUS de 1956 acerca del camino
parlamentario de la revolución, de la competición
pacífica para llegar al socialismo, de la transición pacífica;
etc., etc. Carrillo ha transportado esa abyecta mercancía
revisionista al ámbito español y ha dicho textualmente.
«Dadas las condicione internacionales [la agresión
del imperialismo yanqui contra el Vietnam debe parecer
al Sr. Carrillo una simple escaramuza], la victoria
del socialismo en España podría tener lugar por la vía
pacifica y parlamentaria si las fuerzas que se consideran
progresistas se deciden a marchar adelante hacia el socialismo,
junto al Partido Comunista. (...) En una coyuntura
favorable esa fuerza decisiva podría pronunciarse dentro
de la legalidad democrática [nada nos dice de cómo se «llegará» a esa democracia], por la transformación socialista
de la sociedad y enviar al Parlamento una mayoría
encargada de llevar a cabo esa transformación y dar
nacimiento a un poder dirigido por la clase obrera, que,
apoyándose en el Parlamento y en la acción de las masas,
obligaría a la burguesía monopolista a capitular ante
la voluntad mayoritaria del país, sin posibilidad de lucha
armada contra el pueblo». (Programa del Partido Comunista de España, 1965)
Y por si aún quedara alguna duda en el ánimo de
algún optimista, Carrillo añade a este respecto:
«El Partido
Comunista enuncia en su programa el propósito de
hacer cuanto esté de su parte por imprimir ese curso pacífico
y parlamentario a la revolución socialista de España». (Programa del Partido Comunista de España, 1965)
Huelga decir que esa posición de Carrillo y su equipo
nada tiene que ver con el marxismo-leninismo. Por
nuestra parte sostenemos que la clase obrera y el resto
del pueblo trabajador y patriota de cualquier país, víctimas
de la opresión y la explotación, deben recurrir a la
violencia revolucionaria para aplastar la violencia contrarevolucionaria,
para lograr su emancipación e instaurar
un régimen nacional democrático-popular. En su obra «La revolución proletaria y el renegado Kautsky» de 1918, Lenin
ya denunciaba ese tipo de posición contra la violencia
revolucionaria como una traición:
«Todos los subterfugios,
los sofismas, las falsificaciones de que Kautsky se
vale, le hacen falta para rehuir la revolución violenta, para
ocultar que reniega de ella, que se pasa al lado de la
política obrera liberal, es decir, al lado de la burguesía». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)
Ese es, en efecto, el quid de la cuestión, la renuncia
a la revolución por la violencia, a fin de reducir la revolución
proletaria y la dictadura del proletariado a palabras
vacías. Como vemos, este es el rasgo común esencial
de todos los revisionistas, desde Kautsky a Jruschov
entre los que se encuentra el renegado Carrillo. (...)
Sobre este decisivo problema de la revolución violenta,
el Partido Comunista de España (marxista-leniista), no se ha limitado a llevar a cabo una crítica demoledora
contra las posiciones del equipo de Carrillo, sino
que además ha vuelto a plantear y a formular esta decisiva
cuestión, sobre la base de los principios marxista-leninistas,
ya que hasta el presente no hay ninguna experiencia
histórica que justifique la modificación de esa
ley, ni se han producido tampoco cambios cualitativos
en la naturaleza ni en la actuación del enemigo de clase
del proletariado, el imperialismo. Sabido es, pues, que la
clase obrera, que los verdaderos marxista-leninistas, no
somos partidarios de la violencia por la violencia, sino
que la necesidad del empleo de la violencia está condicionada
precisamente por la violencia que representa y
que, de hecho, opone el Estado burgués, el imperialismo
contra el pueblo.
Los revisionistas han tratado de servirse de algunos
de los primeros escritos de Marx y Engels para embaucar
a algunos por el camino del pacifismo y de la transición
pacífica. Pero nada más lejos del espíritu y de la letra
realmente de toda la obra de nuestros grandes clásicos,
que desecharon en todo momento la idea de embellecer
el Estado burgués.
También han tergiversado con ese mismo fin algunas
experiencias y movimientos revolucionarios recientes,
como la malograda revolución húngara, dirigida en
1919 por Bela Kun: los acontecimientos de Praga, en febrero
de 1948, e incluso la toma del poder por los bolcheviques
en octubre de 1917. Se haría excesivamente
extenso este trabajo si expusiéramos con todo detalle
las situaciones concretas de lucha armada revolucionaria
que, indiscutiblemente, se produjeron en cada uno de
los casos citados. Baste afirmar que en todo ellos, previamente,
la acción violenta armada de las masas había derrocado
y demolido el Estado burgués. Pero lo que si es
cierto es que en países como Francia e Italia, donde los
Partidos Comunistas obtuvieron después de la II Guerra
Mundial una mayoría de votos en las elecciones parlamentarías, la burguesía en el poder no sólo no entregó el
poder a la clase obrera, sino que se apresuró a modificar
las leyes electorales para no correr ni siquiera el más mínimo
riesgo por ese lado.
En esas lecciones históricas, en esos principios, se
basa el Partido Comunista de España (marxista-leninista),
cuando se pronuncia de manera contundente y categórica
sobre el problema de la violencia en los siguientes
términos:
«Sólo por la violencia puede ser abatido el poder
de las clases dominantes, e implantado el poder revolucionario. (...) No sólo derrocar por la violencia a la burguesía –o a las capas más reaccionarias de la misma, como
primera etapa–, sino destrucción por la fuerza
de todo el aparato militar y burocrático de la clase
opresora. (...) El proceso –revolucionario– debe culminar necesariamente
con la insurrección general armada de
las masas oprimidas. (...) No sólo destrucción violenta del aparato del Estado
burgués mediante la insurrección popular armada,
sino inevitabilidad, en general, de una guerra
civil, puesto que un aparato de represión tan fuerte,
tan centralizado y organizado como el del capital
financiero, no se puede abatir de un sólo golpe
ni en unas cuantas batallas, sino que para derrocarlo
se precisan unas fuerzas armadas populares que
sólo pueden surgir y desarrollarse en la guerra revolucionaria.
Todas estas consideraciones tienen tanta mayor vigencia
en un país que padece la dictadura fascista
y más aún si esa dictadura no es más que el agente
de la más poderosa potencia imperialista de todos
los tiempos: los Estados Unidos». (Línea Política del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 1967)
«Partido de masas» o Partido de vanguardia
del proletariado
Otra de las cuestiones de principio que plantea hoy
el revisionismo moderno es la transformación de los partidos
comunistas en «partidos de todo el pueblo» , en «partidos de masas». Huelga decir que el abandono del
principio del Partido, en tanto que vanguardia de la clase
obrera, constituye otra de las graves traiciones de los
revisionistas modernos a los intereses del proletariado.
No es de extrañar que, dado el carácter actual de la
mayor parte de los partidos comunistas tradicionales, y
ante su evidente traición y bancarrota, gentes de buena
fe lleguen a preguntarse si en verdad es necesaria la existencia
de esos partidos para hacer la revolución. Ese argumento,
planteado en esos términos, no deja de encerrar
gran parte de verdad, ya que los partidos comunistas
a los que nos referimos, al igual que lo que les ocurrió a
los de la II Internacional, se han convertido en trastos
inservibles para la lucha revolucionaria del proletariado,
por cuanto que no están dispuestos a organizar ni a dirigir
a la clase obrera en su lucha revolucionaria por la toma
del poder, sino que se han convertido en máquinas
electorales apropiadas para la lucha parlamentaria. Ahí
están como típicos casos de esa degeneración los partidos
revisionistas de Francia, Italia, Inglaterra, etc. y el
de Carrillo. En verdad que ese tipo de partido no le hace
falta al proletariado, ya que no sólo es inservible para la
lucha revolucionaria, sino que además la frena y obstaculiza
al difundir entre el proletariado la ideología de
la colaboración de clases, de la vía parlamentaria y la
transición pacífica.
Ahora bien, ¿sería posible hacer la revolución sin
un Partido revolucionario en las condiciones históricas
actuales en que los Estados capitalistas están estructurados
firmemente sobre la base de poderosos aparatos policíacos
y militares, y el imperialismo más agresivo de nuestra época, el yanqui, es también el más militarista e
intervencionista?
Nuestra respuesta al respecto es que siguen teniendo
total validez las palabras del camarada Stalin cuando
dijo que:
«Sin un partido del proletariado no se puede ni pensar en el derrocamiento del imperialismo, en la conquista de la dictadura del proletariado». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)
Es imprescindible, pues; plantear de nuevo esta decisiva
cuestión del Partido, vanguardia del proletariado
sobre la base de los principios de la lucha de clases, a la
luz de los principios inmutables del marxismo-leninismo
y de la experiencia histórica de las revoluciones de
nuestra época.
Se impone, además, barrer de la escena de la revolución
el lodo revisionista vertido sobre esta cuestión
por Jmschov en el XXIIº Congreso del PCUS de 1966, y recogido
por los revisionistas del mundo entero y, con particular
celo, por Carrillo. Decía Jruschov en aquella ocasión que:
«Gracias a la victoria del socialismo en la URSS. El Partido
Comunista se ha convertido en la vanguardia del pueblo soviético y ya es hoy el partido de todo el pueblo». (Nikita Jruschov; Informe en el XXIIº Congreso del PCUS de 1961)
Ningún militante revolucionario puede ignorar que
un partido político, al igual que todo Estado, es un instrumento
de la lucha de clases y representa de manera
general los intereses de una clase. El espíritu de Partido
es, por así decirlo, la expresión concentrada del carácter
de clase. No existen partidos ni Estados por encima de
las clases, o que representen a todas las clases.
Como todo el mundo reconoce hoy, en la URSS
existen aún, y se están desarrollando ampliamente, las
diferencias entre las distintas capas y clases sociales, ya
que éstas no desaparecen totalmente durante la primera
fase de la construcción del socialismo; y, precisamente
por haber abandonado ese principio de la continuación
de la lucha de clases después de implantada la dictadura del proletariado, se está produciendo actualmente
en la URSS un viraje vertigionoso hacia el capitalismo,
tanto en el terreno económico, como en el social y
cultural. ¿Cómo puede en esas condiciones transformarse
el Partido revolucionario de vanguardia en «Partido
de todo el pueblo»? (...)
Carrillo y su equipo no se han quedado a la zaga de
sus jefes y maestros jruschovianos en sus esfuerzos por
liquidar en nuestro país el Partido como vanguardia de
la clase obrera; particularmente desde el VIº Congreso de 1960 han hecho inauditos esfuerzos por transformarlo, en todos
los órdenes, en un partido burgués, ideológica, política
y organizativamente.
Precisamente en el Programa aprobado en ese Congreso
se dice textualmente:
«En el Partido Comunista se
agrupan no sólo las fuerzas más avanzadas de la clase
obrera, sino también de la intelectualidad, de los campesinos,
de las capas medias». (Documento del VIº Congreso de 1960)
Podríamos citar a este respecto otros textos que se
contradicen en algunos puntos con el citado, pero que
tienen entre sí un rasgo común, que es el de considerar
al llamado «partido» no como la vanguardia de la clase
obrera –ni siquiera ya de toda la clase obrera, lo que
también sería un gravísimo error–, sino de varias clases
sociales, incluyendo a la pequeña y media burguesía, es
decir, al campesinado –en general– y a la intelectualidad
avanzada –no se trata de intelectuales militantes, que
han adoptado la ideología del marxismo-leninismo–. De
este modo, vemos al Partido de vanguardia de la clase
obrera, transformado en partido de todo el pueblo, en
partido de masas.
Cuán lejos estamos del Partido leninista, del Partido
de nuevo tipo preconizado y forjado por Lenin, del
Partido destacamento de vanguardia del proletariado y
Estado Mayor de la revolución proletaria. Del Partido
sobre el cual Stalin señalara:
«La diferencia entre el destacamento de vanguardia y el resto de la masa de la clase obrera, entre los afiliados al Partido y los sin-partido, no puede desaparecer mientras no desaparezcan las clases, mientras el proletariado vea engrosar sus filas con elementos procedentes de otras clases, mientras la clase obrera, en su conjunto, no pueda elevarse hasta el nivel del destacamento de vanguardia». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)
No pretendemos, en el marco de este trabajo, trazar
un cuadro completo de todos los aspectos de la degeneración
del partido dirigido por Carrillo. Pero, de manera
general puede afirmarse que los consecuentes esfuerzos
de los revisionistas carrillistas por convertir al
Partido en una organización amorfa, han dado sus resultados.
Por nuestra parte señalamos que, dadas las condiciones
de feroz dictadura y de severa clandestinidad que
existen en nuestro país, un Partido revolucionario debe
ser esencialmente un Partido de cuadros, es decir, un
Partido compuesto por los elementos más conscientes,
más disciplinados, más abnegados del proletariado.
Tanto Lenin como Stalin libraron batalla tras batalla
contra toda suerte de elementos oportunistas y revisionistas
que pretendían extender el título de militante
a cualquier profesor o estudiante, cualquier huelguista,
que apoyara al Partido de una u otra forma. Levantándose
contra ese concepto de Partido, Stalin afirmó que
ese sistema hubiera llevado inevitablemente al Partido a
degenerar en una entidad amorfa, desorganizada, perdida
en el mar sin límites de simpatizantes, con lo cual se
hubiera borrado los límites entre el Partido y la clase, y
malogrado las tareas del Partido de elevar a las masas
inorganizadas al nivel de destacamento de vanguardia.
Esa es, en verdad, la situación en la que se encuentra
actualmente el partido de Carrillo, pues es evidente
para cualquiera que se interese por la cuestión que en el terreno organizativo, concretamente, esa es la política
que aplican, razón por la cual ese «partido» es, en verdad,
totalmente inservible para organizar y para dirigir
la revolución.
Los marxista-leninistas rechazamos totalmente esa
idea de Partido, así como la noción de que ya no es necesario
disponer de un Partido revolucionario para hacer
la revolución proletaria. Afirmamos por el contrario
que para hacer la revolución es preciso disponer de un
Partido de temple leninista, vanguardia de la clase obrera
y Estado Mayor de la revolución. Por eso urge intensificar
los esfuerzos por la construcción y desarrollo de
nuestro Partido Comunista de España (marxista-leninista)
que se basa, precisamente, en los principios inalterables
de nuestra ideología revolucionaria, en la necesidad
de la violencia revolucionaria y de la existencia de un
Partido, vanguardia de la clase obrera.
Es preciso desconfiar en el terreno ideológico de
aquellos que, si bien se han separado del equipo dirigen
te de Carrillo y critican algunos aspectos de su programa,
son, sin embargo, partidarios de ese tipo amorfo de
partido sin límites, de un partido de masas obreras y de
élites de las distintas capas, al mismo tiempo que rechazan
y condenan el principio del centralismo democrático
y del monolitismo ideológico y organizativo.
Frente a la bancarrota y la traición de los partidos
revisionista, insistiremos en todo momento en la necesidad
ineluctable de un Partido revolucionario, basarla en
el marxismo-leninismo.
Sin un partido de temple leninista, intrépido y
audaz, firme y flexible, dispuesto a todos los sacrificios,
sin temor a luchar, no es posible pensar en que el pueblo
español pueda triunfar contra la dictadura fascista de
Franco, ni arrojar de nuestra patria a los imperialistas
yanquis que arruinan nuestra economía y ocupan trozos
de nuestro territorio nacional». (Elena Ódena; Sobre algunas cuestiones de principio del marxismo-leninismo, 1967)
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