«El
gran movimiento reaccionario del siglo se realiza en el campo del arte
rechazando el impresionismo; este cambio constituye en algunos aspectos una
cesura en el arte más profunda que todos los cambios de estilo desde el
Renacimiento, que dejaron fundamentalmente sin tocar la tradición naturalista.
Es verdad que siempre ha habido una oscilación entre formalismo y antiformalismo,
pero la obligación de que el arte sea sincero para con la vida y fiel a la
naturaleza nunca ha sido puesta en duda fundamentalmente desde la Edad Media.
En este aspecto, el impresionismo fue la cumbre y el fin de un desarrollo que
ha durado más de cuatrocientos años. El arte posimpresionista es el primero en
renunciar por principio a toda ilusión de realidad y en expresar su visión de
la vida mediante la deliberada deformación de los objetos naturales. Cubismo,
constructivismo, futurismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo se apartan
todos con la misma decisión del impresionismo naturalista y afirmador de la
realidad. Pero el propio impresionismo prepara las bases de este desarrollo en
cuanto que no aspira a una descripción integradora de la realidad, a una
confrontación del sujeto con el mundo objetivo en su conjunto, sino más bien
marca el comienzo de aquel proceso que ha sido llamado la «anexión» de la realidad
por el arte. El arte posimpresionista no puede ya ser llamado, en modo alguno, reproducción
de la naturaleza; su relación con la naturaleza es la de violarla. Podemos hablar,
a lo sumo, de una especie de naturalismo mágico, de producción de objetos que existen
junto a la realidad, pero que no desean ocupar el lugar de ésta. Cuando nos enfrentamos
con las obras de Braque, Chagall, Rouault, Picasso, Henri Rousseau, Paul Klee,
percibimos siempre que en medio de todas sus diferencias nos hallamos frente a
un segundo mundo, un supermundo que, por muchos rasgos de la realidad común que
pueda exhibir, representa una forma de existencia que sobrepasa esta realidad y
no es compatible con ella. El arte moderno es, sin embargo, antiimpresionista
en otro aspecto todavía: es un arte fundamentalmente «feo», que olvida la
eufonía, las atractivas formas, los tonos y colores del impresionismo. Destruye
los valores pictóricos en pintura, el sentimiento y las imágenes cuidadosas y
coherentes en poesía, y la melodía y la tonalidad en música». (Arnold Hauser;
Historia social de la literatura y el arte, 1951)
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