martes, 9 de enero de 2018

La filosofía de Marx y el desarrollo de la ciencia y de la revolución técnico-científica en nuestra época; Kristaq Angjeli, 1984


«Carlos Marx fue un gran científico. Realizó descubrimientos originales en cada terreno de la ciencia que estudió. Pero el giro más grande y la revolución más profunda que llevó a cabo con la creación de la nueva filosofía del proletariado no admite comparación con ningún otro descubrimiento en toda la historia del pensamiento humano y de la ciencia.

Marx valoraba altamente la ciencia como una fuerza revolucionaria porque ha servido siempre a la humanidad para aumentar su poder sobre la naturaleza, como aguda arma en la lucha contra la ideología de las clases reaccionarias de la sociedad, en duro enfrentamiento con el misticismo y el idealismo defendidos por ellas. La verdad descubierta por la ciencia ha servido de sólida base para el surgimiento y la consolidación del materialismo. Es conocido el hecho de la lucha que hubo de librar la ciencia contra el misticismo religioso de la Edad Media, el violento choque entre las conclusiones materialistas que se desprenden de los descubrimientos científicos actuales y el idealismo filosófico como concepción del mundo de las clases reaccionarias, que medra como un parásito en el cuerpo sano del saber humano. Los conocimientos científicos siempre han servido a la emancipación de las energías de las masas y de las fuerzas revolucionarias de la sociedad, les han abierto perspectivas, han suscitado confianza en el futuro.

A mediados del siglo pasado [siglo XIX] las condiciones históricas plantearon ante el pensamiento teórico científico la tarea de concebir el mundo en su totalidad según su contenido real, y que la imagen adecuada del mundo inspirara al proletariado, la clase más revolucionaria de la historia, en la heroica lucha por la verdadera y completa emancipación de la sociedad. Carlos Marx, al descubrir esta ley, llegó a la conclusión de que «El cerebro de esta emancipación es la filosofía; el proletariado, su corazón».

I
Carlos Marx sobre la acción recíproca dialéctica entre la ciencia y la filosofía


Marx y Engels probaron que en el proceso de desarrollo las ciencias concretas se apoyan en una concepción ideológica determinada.

«Que digan lo que quieran los científicos, escribe Engels, sobre ellos impera la filosofía». (F. Engels. Dialéctica de la naturaleza, ed. en albanés, pág. 242, Tirana, 1973)

Desde estas posiciones criticaron las pretensiones absurdas de la filosofía positivista sobre la «independencia absoluta» de las ciencias concretas respecto a la filosofía y de que «toda ciencia es de suyo filosofía». Superaron el positivismo, tal como habían superado también el otro extremo la llamada «filosofía de la naturaleza», que consideraba a la filosofía «la ciencia de las ciencias».

No era la curiosidad lo que movía a Marx a seguir cuidadosamente y paso a paso los éxitos en el terreno de las ciencias naturales. Este interés suyo enlazaba con una cuestión de gran importancia con la transformación de la filosofía en una verdadera ciencia. Para ello era preciso superar asimismo las limitaciones de la filosofía hasta entonces y en primer lugar criticar el idealismo que, según las palabras de Marx, reduce el mundo a una categoría lógica abstracta, que busca la esencia de la naturaleza fuera de la naturaleza, la esencia del hombre fuera del hombre, que busca el objeto de la filosofía allí donde no está, fuera del mundo real. Era preciso superar el método dialéctico idealista de Hegel y criticar la metafísica y el mecanicismo del materialismo precedente. «Hasta hoy, escribía Marx en los Anales Franco-Alemanes en 1843, los filósofos tenían en su escritorio la solución a todos los enigmas, y al mundo necio y neófito no le quedaba sino abrir la boca para coger al vuelo los pavos silvestres de la ciencia absoluta». La verdadera filosofía, dice Marx, no puede ni debe ser una ciencia absoluta que pretenda resolver todos los enigmas, sino que debe ser una ciencia entre las demás ciencias.

Marx y Engels han considerado el desarrollo de las ciencias, así como los grandes descubrimientos científicos, como una de las fuerzas motrices que hacen avanzar el pensamiento filosófico materialista, que impulsan este pensamiento a elevarse hacia una forma superior y más consecuente, hacia el materialismo dialéctico.

Apoyándose en los nuevos descubrimientos de las ciencias naturales, Marx y Engels abordaron la materia, el movimiento, el espacio, el tiempo y muchos otros problemas, desde el punto de vista materialista dialéctico y supieron elevarse por encima de las inevitables limitaciones de los conocimientos científicos naturales de la época. Es un hecho incontestable que, no sólo en la época en que vivieron los clásicos, sino también más tarde y hasta en nuestros días, el desarrollo de las ciencias naturales constituye otro testimonio vivo que confirma de manera brillante los puntos de vista materialista-dialécticos de Marx y de Engels acerca del mundo. Conclusiones de la filosofía marxista como las referidas a la infinitud, en amplitud y profundidad, del átomo y de la materia en general, a la concepción de la infinitud como un proceso que entraña saltos cualitativos, al movimiento como forma de existencia de la materia, hallan hoy su confirmación en el desarrollo de las ciencias naturales modernas. Las actuales ciencias naturales prueban una vez más el carácter universal de la ley de los contrarios, de la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos y viceversa, de la ley de la negación de la negación, de las categorías de la dialéctica materialista, de los principios fundamentales de la teoría del conocimiento, etc., elaborados por Marx y Engels. El referido desarrollo de las ciencias ha demostrado que éstas siguen siempre un camino dialéctico materialista. Por eso:

«Con el desarrollo y el progreso de las ciencias, esclarecemos el materialismo y la dialéctica». (Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV, ed. en español, pág. 373, Tirana, 1983)

El gran mérito de los fundadores de nuestra filosofía es haber argumentado teóricamente la unidad de esta filosofía con las ciencias naturales y haber realizado esta unidad en su actividad científica. Partiendo de los principios generales del materialismo dialéctico, ofrecieron una síntesis filosófica de los logros de las ciencias naturales con el fin de que se elaborara un cuadro dialéctico materialista del mundo y se descubriera la dialéctica de la naturaleza. Engels consagró en sus obras una particular atención a la síntesis filosófica de los logros de la física, la química, la biología y otras ciencias naturales. Marx demostró en particular un gran interés por los problemas filosóficos de las matemáticas, sin mencionar aquí aquel interés que mostraba por generalizar, sintetizar y extraer conclusiones científicas del desarrollo de la vida política, económica y social. Por esta razón, resalta el camarada Enver Hoxha:

«La obra de Marx es el súmmum de la ciencia, es la quintaesencia de la ciencia, constituye la profunda elaboración del pensamiento y la actividad humanos a lo largo de los siglos». (Enver Hoxha. Informes y discursos 1967-1968, ed. en español, pág. 136, Tirana,  1969)

Marx y Engels, a la luz de la dialéctica materialista, analizaron el desarrollo alcanzado hasta entonces por las ciencias naturales y generalizaron e interpretaron correctamente los resultados que éstas aportaban. En esta dirección, es conocida, la clasificación que se dio a las principales formas del movimiento y, de acuerdo con ella, la clasificación de las ciencias naturales, la definición en líneas generales, sobre la base de la metodología marxista, del camino correcto de desarrollo de estas ciencias. No menos importante eran el tratamiento y la solución por parte da Marx y Engels de una serie de problemas concretos en el campo de estas ciencias, que las limitaciones de la concepción del mundo de la época habían introducido en un atolladero, como por ejemplo el problema de las dos masas del movimiento mecánico, la esencia de la electricidad, la esencia de la vida, la concepción del trabajo, etc.

Los grandes clásicos aportaron su contribución al desarrollo de las ciencias naturales incluso rompiendo las «cadenas» de las interpretaciones idealistas de los descubrimientos en el terreno de estas mismas ciencias. De este modo, desenmascararon con argumentos científicos conclusiones abiertamente fideístas, como por ejemplo la llamada «teoría de la muerte térmica del Universo», o la de la supuesta existencia del «mundo de los espíritus en la cuarta dimensión», el «idealismo fisiológico», el «darwinismo social», que hacía extensivas a la sociedad humana las leyes que operan en el mundo animal. Demostraron que el materialismo mecanicista dejaba abiertas grietas de tales dimensiones, que podían penetrar fácilmente por ellas las ideas idealistas reaccionarias.

En su obra, Marx y Engels dieron una respuesta categórica a todos los que intentaban «apoyarse» en las ciencias naturales con el fin de «echar por tierra el materialismo dialéctico». Al respecto demostraron que las ciencias naturales no sólo no negaban el materialismo dialéctico, sino por contrario lo confirmaban plenamente. Para mayor abundamiento, demostraron que los resultados, de las ciencias naturales sólo podían ser correctamente comprendidos y generalizados teóricamente sobre la base de la dialéctica materialista. Argumentaron que todos los esfuerzos que se hacían por tender las ciencias naturales en el lecho de Procusto del idealismo y de la metafísica, tenían un determinado contenido de clase. Aplicando el principio del partidismo descubrieron la relación directa existente entre la reacción filosófica en las filas de los naturalistas, y la política y la lucha de clases, mostrando las fuerzas sociales a cuyos intereses sirve no sólo la prédica franca del idealismo y del obscurantismo, sino también el menor abandono del materialismo dialéctico. Al respecto Carlos Marx escribe: 

«Las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los charlatanes sicofantes cuya última carta científica es afirmar que está prohibido razonar?». (C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. II, pág. 497, Tirana, 1975)

También en nuestros días es muy necesaria y útil la unidad de la filosofía materialista con las ciencias naturales. La teoría del materialismo dialéctico no puede desarrollarse de manera fructífera sin basarse en los logros de la física, la química, la biología, del mismo modo que los científicos naturalistas no pueden sintetizar correctamente, desde el punto de vista teórico, el proceso y los resultados del impetuoso desarrollo de la ciencia, sin orientarse por la filosofía del materialismo dialéctico. Sin una sólida argumentación filosófica ni las ciencias naturales, ni el materialismo, ha escrito Lenin, pueden afrontar la lucha contra la presión que ejercen las ideas burguesas y la concepción burguesa del mundo. A esta presión se le hace frente con éxito cuando se es partidario consciente de la filosofía creada por Carlos Marx.

Mientras la filosofía marxista ha establecido un estrecho nexo con el pensamiento científico, la filosofía burguesa actual ha proclamado su abierta enemistad hacia él. Y no podía suceder de otro modo. La actitud positiva o negativa hacia la ciencia está determinada por la posición respecto a la verdad. La filosofía burguesa actual intenta tergiversar de manera refinada la verdadera comprensión materialista dialéctica del material científico contemporáneo. Muchos filósofos burgueses son incontenibles cuando se trata de corroborar sus puntos de vista apoyándose en el bagaje de las ciencias, no vacilan incluso en «modernizar estos puntos de vista con los nuevos avances de los conocimientos científicos». Hacen grandes esfuerzos por interpretar los nuevos descubrimientos en un espíritu idealista, independientemente de la forma «realista», «naturalista», etc. en que éste se presente. Todas las corrientes propagan intensamente el agnosticismo. Este fantasma arcaico y superado por el tiempo es utilizado contra el saludable desarrollo de las ciencias modernas, pero ello no es sino manifestación del temor y de la desconfianza de esas fuerzas sociales que no divisan perspectiva alguna para sí mismas. El agnosticismo de hoy va mucho más lejos que el de Kant, llega hasta la negación de la existencia del mundo externo, hasta la transformación de las leyes de la ciencia en un cúmulo de ideas voluntaristas. El irracionalismo y el intuicionismo se han lanzado abiertamente al ataque contra las conclusiones materialistas que se desprenden del desarrollo de las ciencias. Atemorizada por el contenido revolucionario de las ciencias de nuestros días, la filosofía burguesa pretende distribuirse las «esferas de influencia» con ellas mediante compromisos neopositivistas, que preconizan la desvinculación entre las ciencias y la filosofía y su abandono en el atolladero, a merced del idealismo. No son pocos los filósofos burgueses que, con el fin de despojar a la ciencia y la filosofía de sus auténticos valores, tratan de transformarlas en mitología y situar ésta en la base de la ciencia y la filosofía. El coro de la filosofía idealista actual chilla desde el abismo en completa discordancia: ¡Que no se tomen en consideración los descubrimientos de las ciencias modernas para la interpretación filosófica del mundo! ¡A la ciencia no le hace falta ningún tipo de filosofía! Sus estrechos aliados, el misticismo y el espiritualismo religioso, «festejan» su identificación con el pensamiento filosófico burgués y arrastran cada vez más a éste al lodazal de la anti-ciencia. En esta situación destaca aún más la revolución filosófica de Marx que, entre otras cosas, garantizó el estrecho enlace de la filosofía materialista dialéctica con el desarrollo de las ciencias naturales y sociales concretas.

Carlos Marx ha considerado la ciencia como un arma teórica de conocimiento que precede al desarrollo social. En la obra Contribución a la crítica de la economía política, escribe: 

«A diferencia de los demás arquitectos, la ciencia edifica un cierto número de pisos habitables del edificio antes de haber colocado la primera piedra». (C. Marx. Contribución a la crítica de la economía política, ed. en albanés, pág. 58, Tirana, 1977

Del mismo modo que cualquier otra ciencia, la filosofía marxista proporciona numerosos ejemplos de tal precedencia incluso en el campo de las ciencias naturales. Así, se ha transformado ya en realidad la previsión de Marx y Engels de que el futuro desarrollo de las ciencias naturales se concentraría principalmente en la creación y desarrollo de las disciplinas intermedias, como son hoy la cibernética, la biónica, la informática, la biofísica, etc. Asimismo se hizo realidad, ya en los inicios de nuestro siglo, la previsión de Engels acerca del hundimiento de la física en la crisis, en caso de que se continuara pensando de manera metafísica durante la solución de sus problemas. El desarrollo de la física moderna ha probado la idea de los clásicos de que la infinitud de la organización estructural de la materia, del espacio y del tiempo, debe ser interpretada en el espíritu de un proceso cuantitativo gradual que comprende en determinado punto nodal saltos cualitativos, etc.

Del mismo modo que el conocimiento y la práctica, el desarrollo de las ciencias es también incontenible. El hombre descubre diariamente los secretos de la naturaleza, sus leyes. Este desarrollo ni ha afectado ni puede afectar y menos aún invalidar las tesis fundamentales del materialismo dialéctico e histórico. Por el contrario, el contenido de éstas se enriquece, se profundiza. Todas las pretensiones de las corrientes filosóficas viejas o nuevas sobre estos problemas en sentido opuesto han caído por tierra. Se trata de engaños con objetivos de clase determinados y la pretensión de abrir las puertas al idealismo y al fideísmo y arrojar barro sobre la filosofía de Marx, que a pesar de todo ello se mantiene siempre joven.

En nuestros días, la reacción ha movilizado sus fuerzas más negras y se ha lanzado al ataque frontal contra la ideología científica del proletariado creada por Carlos Marx. Se habla y se escribe profusamente sobre él. En las universidades, colegios, academias y seminarios de los países capitalistas, incluyendo los de la iglesia católica, se estudia y se interpreta su obra. Todo ello tiene como objeto falsificar y tergiversar la filosofía marxista para acomodarla a los intereses de la burguesía. Corrientes en boga como el pragmatismo, el existencialismo, el freudismo, el estructuralismo o el antropologismo intentan desvirtuar la filosofía de Marx y encontrar los medios para fusionar y confundir sus puntos de vista idealistas, irracionalistas, voluntaristas, con la filosofía marxista, con el fin de que ésta «rompa los moldes» y se torne aceptable para ellas. La corriente existencialista considera que la filosofía de Marx está aún en pañales y apenas ha comenzado a desarrollarse. De modo que necesita nutrirse de las ideas existencialistas. Pero previamente, prosiguen los existencialistas, el materialismo histórico debe apartarse y disociarse del materialismo dialéctico, ya que este último, con la aceptación de la realidad objetiva y del determinismo, impide el conocimiento exacto de la realidad social. Para ellos el materialismo histórico sólo adquiere su verdadero valor si se fusiona con la antropología existencialista. Por su parte el neopositivismo considera la filosofía de Carlos Marx como una doctrina «metafísica» que no ha aportado nada nuevo a la ciencia, pues «opera» en realidad a priori, como han actuado los que le antecedieron. Los adeptos del pragmatismo ven hoy en la filosofía de Marx una variante de su filosofía idealista, deformando la concepción de la práctica como unidad del hombre actuante y transformador con la naturaleza, y absolutizando su aspecto subjetivo. Oponen al método dialéctico materialista los métodos de las ciencias específicas y hacen todos los esfuerzos posibles por deshacerse de él como un remanente de la filosofía hegeliana. Los neofreudianos consideran necesario completar y fusionar las concepciones de Freud con las de Marx. Sobre estos mismos pasos caminan los representantes del estructuralismo o del antropologismo, etc. No son escasos tampoco los lacayos titulados de la burguesía, como es el caso de los neotomistas, que tratan la filosofía de Marx como un dogma, como una mitología. En este arsenal de la filosofía burguesa encuentran su alimento ideológico los filósofos de las diversas corrientes revisionistas para revisar el materialismo filosófico de Marx. Entre las corrientes filosóficas revisionistas eurocomunistas o como las califica el camarada Enver Hoxha, revisionistas «sin ambages», está muy en boga el oponer una parte del marxismo al resto, oponer Lenin a Marx, etc. Rebuscando» en las obras de Marx y utilizando la especulación y la sofistería, pretenden demostrar que el Marx «verdadero», el Marx «humanista» es el de las obras tempranas y no el de las obras donde argumenta la lucha de clases, la misión histórica del proletariado, la necesidad de derrocar el capitalismo e instaurar la dictadura del proletariado. Tampoco son pequeños los esfuerzos por «argumentar» que Marx, toda su doctrina, se apoya en la filosofía de Hegel, que no trascendió los marcos de esta filosofía, sobre todo la idea hegeliana de la enajenación. Convierten a Marx en epígono de Hegel o de Feuerbach con el fin de negar o echar por tierra el viraje que él introdujo en el pensamiento filosófico.

En la segunda mitad del siglo XX, la filosofía oficial revisionista soviética se lanzó también a la lucha contra la doctrina de Marx. Los filósofos revisionistas soviéticos, fieles a sus diabólicas tácticas, tratan de encubrir el carácter de este ataque, de presentarlo como algo natural, acorde con el carácter creador de la filosofía marxista-leninista.

El objetivo principal del ataque de los revisionistas soviéticos contra el materialismo dialéctico e histórico es negar el carácter universal de sus tesis fundamentales. Inicialmente emprendieron dicho ataque con el objeto de golpear algunas de las tesis generales. Según ellos el desarrollo de las ciencias particulares, sobre todo de las ciencias naturales, plantea la necesidad de cambiar estas tesis, ya «caducas». En realidad, el desarrollo de las ciencias naturales, sobre todo a mediados de nuestro siglo, comenzó a plantear una serie de problemas acuciantes relacionados con el significado de la velocidad, el espacio, el tiempo, la realidad física, etc. Resultaba que los nuevos hechos acumulados no hallaban explicación en el marco de las concepciones científico-naturales existentes sobre la causalidad, el espacio, el tiempo, etc., lo que significaba que éstas últimas habían caducado y debían ser superadas, sustituidas por nuevas concepciones. Sin embargo, el proceso de envejecimiento y sustitución afecta únicamente a las concepciones físicas, matemáticas, etc., es decir científico-naturales, sobre estos problemas y de ningún modo a las correspondientes categorías materialistas dialécticas. Los revisionistas soviéticos, trazando un signo de igualdad entre la concepción filosófica y las concepciones científico-naturales concretas, intentan llevar artificialmente este proceso de «caducidad» al terreno de las categorías filosóficas, con el fin de «argumentar» el rechazo y la revisión de las mismas. Lo que salta inmediatamente a la vista al leer la literatura filosófica revisionista es la forma abierta en que se plantea la necesidad, supuestamente impuesta por el desarrollo de las ciencias modernas y las exigencias de la práctica social, de discutir y poner en tela de juicio algunas de las tesis fundamentales del materialismo dialéctico. La filosofía revisionista soviética tergiversa la recomendación de V. I. Lenin en el sentido de que, para el logro de la alianza entre la filosofía materialista y las ciencias naturales, debe desarrollarse de manera general la dialéctica materialista. Los revisionistas soviéticos se han lanzado con celo incontenible al llamado desarrollo creador de la filosofía. La poderosa arma de la dialéctica descubierta por Marx mediante el estudio de la naturaleza, de la sociedad y en particular de la economía política y del despertar del proletariado  de los pueblos y de su participación en la revolución, ha sido transformada por los revisionistas soviéticos en una teoría estéril, abstracta, especulativa y subjetivista, apartada de la dialéctica objetiva de la realidad natural y social. Entre los filósofos revisionistas soviéticos existen voces que afirman la necesidad de crear, en la base de la «ciencia contemporánea», la dialéctica que Marx y Lenin no pudieron crear plenamente.

Los clásicos, según los diferentes filósofos revisionistas soviéticos, no han logrado elaborar una serie de problemas fundamentales de la filosofía materialista dialéctica, que están siendo estudiados por vez primera por la filosofía revisionista soviética actual. Sitúan entre estos problemas las cuestiones relativas a la creación de la teoría general del desarrollo como parte constitutiva más importante y núcleo de la dialéctica, el problema de la elaboración de una completa teoría general del conocimiento del materialismo dialéctico e incluso la cuestión de la construcción de la dialéctica como sistema. Tales afirmaciones están en completa contradicción con la verdad histórica. Es un hecho que la dialéctica de Hegel, pese a su esencia idealista, constituye una síntesis de las categorías y leyes dialécticas, y tanto más la dialéctica de Marx, que representa un viraje y culminación en el pensamiento dialéctico materialista. Esta actitud, cada vez más hostil frente a los problemas de la filosofía de Marx, sin mencionar los demás, deja al descubierto la falsedad del montaje propagandístico que los revisionistas soviéticos han hecho y hacen. Pueden hacer uso, como efectivamente están haciendo, de montañas enteras de papel y de ríos de tinta para demostrar su fidelidad a la doctrina de Marx, pero la diabólica intención de tan desenfrenada propaganda es convertir a Marx en un objeto de museo, presentar la colosal obra teórica y práctica de este titán como un simple fenómeno histórico ya superado y sin valor actual.


II 
Carlos Marx sobre el papel de la revolución técnico-científica en la vida de la sociedad 


Marx, siguiendo con atención el desarrollo de las ciencias naturales y técnicas, subrayaba que este desarrollo no puede tener lugar ahora sino en el marco de la revolución técnico-científica. Él concibió este proceso como un fenómeno histórico imprescindible en un determinado estadio de desarrollo de la sociedad. La ciencia siempre ha influido en el desarrollo de la producción y ha estado estrechamente relacionada con él, pero, en el marco de la gran industria, la aplicación de los descubrimientos científicos se transforma en una necesidad.

«El principio de la industria mecanizada, consistente en «resolver los problemas así planteados por la aplicación de la mecánica, la química, etc., es decir de las ciencias naturales, da el tono en todas las industrias». (
Carlos Marx. El Capital, ed. en albanés, t. I, libro segundo, pág. 206, Tirana 1976)

La gran industria ha introducido hoy en la elaboración tecnológica intensiva un colosal material natural. Esto ha planteado la necesidad de ampliar la esfera de la problemática de la ciencia, ha impuesto el nacimiento de nuevas disciplinas científicas y su entrelazamiento recíproco, el perfeccionamiento de los métodos científicos de conocimiento y el descubrimiento de leyes naturales más profundas. Ello es dictado asimismo por la necesidad de hallar nuevas fuentes energéticas, por la exigencia de reemplazar la fuerza del hombre por la técnica y la automatización. En El Capital Marx expuso asimismo de manera genial los rasgos fundamentales que caracterizan en esencia la revolución técnico-científica. Para Marx, el progreso técnico-científico tiene  las características de una revolución porque no está relacionado con esferas concretas de la producción material, sino que las ha apresado en su torbellino, ya sea a través de su realización, en los más diversos terrenos de la producción, que han venido ampliándose continuamente, ya sea a través de la influencia que se ejercen mutuamente. Las transformaciones que se operan en el marco de este progreso son enteramente revolucionarias. Los viejos métodos de producción, la vieja tecnología, son suprimidos y reemplazados por métodos nuevos y más avanzados. En este marco surgen nuevos conocimientos científicos que representan un desarrollo revolucionario, se opera un avance, un salto cualitativo en la propia ciencia. Gracias al progreso de la industria, ponía de relieve Marx, los instrumentos de trabajo sufren continuas revoluciones, por eso no son sustituidos por su primera forma, sino por una forma revolucionarizada. Este progreso tiene también para Marx el carácter de una revolución en la ciencia y la técnica desde el punto de vista de los ritmos extraordinariamente rápidos en las transformaciones cualitativas que comporta en la producción. Asimismo la participación de las masas en ella confiere al progreso técnico-científico las dimensiones de una verdadera revolución en la ciencia y la técnica.

Para Marx y Engels la revolución técnico-científica tiene siempre un profundo contenido filosófico. Es una forma concreta de la estrecha e indivisible relación dialéctica entre la teoría y la práctica, una confirmación más de que la teoría está al servicio de la práctica, la generaliza y la hace consciente, le abre la perspectiva desarrollándose ella misma en amplitud y profundidad sobre la base de las necesidades y las exigencias de la práctica. Engels, manifestando esta unidad dialéctica, decía: 

«Si es cierto que la técnica depende en parte considerable del estado de la ciencia, aún más depende ésta del estado y las necesidades de la técnica. El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula más a la ciencia que diez universidades». (C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. II, pág. 545, Tirana, 1975)

Hoy, la gran industria ha revolucionarizado los nexos entre la ciencia y la práctica en el marco de la revolución técnico-científica. Ha ampliado en proporciones inmensas la esfera de aplicación práctica de los descubrimientos científicos y ha potenciado el arsenal de medios técnicos al servicio del conocimiento científico, ha entrelazado la aplicación de los nuevos descubrimientos científicos con el proceso tecnológico de la producción industrial, así como ha reducido el plazo de transformación de un descubrimiento teórico en una aplicación práctica, etc. En estas condiciones, el desarrollo de la ciencia y de la práctica productiva, se realiza sobre la base no sólo de una recíproca acción dialéctica, más amplia y profunda, sino también con ritmos más acelerados. 

«Así, bajo la influencia de la ciencia y del progreso técnico y científico, crece asimismo el potencial material e intelectual de la sociedad, que, por su parte, imprime un nuevo impulso al desarrollo de la ciencia». (Enver Hoxha. Informes y discursos 1980-1981, ed. en albanés, pág. 171)

Carlos Marx llevó a cabo el análisis científico de la sociedad capitalista. En este marco, llegó a la conclusión de que:

«El límite específico de la producción capitalista... no es, ni mucho menos, la forma absoluta del desarrollo de las fuerzas productivas... sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierto punto con este desarrollo». (Carlos Marx. El Capital, ed. en albanés, t. III, libro primero, pág. 348, Tirana, 1978) 

Esta conclusión científica, argumentada ampliamente en la genial obra El Capital, conserva de modo permanente valor actual, echando por tierra las prédicas de los ideólogos burgueses y revisionistas que propagan la idea de que el capitalismo y el progreso de la ciencia son «sinónimos». En realidad, en la sociedad burguesa-revisionista la crisis general del capitalismo frena y no puede sino frenar el desarrollo de la ciencia y de la técnica. La existencia de los monopolios, las crisis económicas, la militarización de la vida del país y otras decenas de factores sociales que corroen hoy al mundo del  capital, influyen directamente frenando o desarrollando de manera unilateral y contradictoria la ciencia, la técnica y la tecnología.

Marx subrayaba que en la sociedad capitalista la ciencia y la técnica son un producto social enajenado. Enlazaba esto en primer lugar con la enajenación de su contenido y de su misión social. La ciencia y la técnica son factores sociales que crean a la humanidad la posibilidad de acrecentar su dominio sobre la naturaleza y mejorar continuamente su vida. Pero en la sociedad burguesa-revisionista la ciencia y la técnica operan en el marco de las leyes de la sociedad capitalista, por eso se transforman en lo opuesto a su verdadera naturaleza. Sirven a la burguesía para intensificar el grado de explotación capitalista y reprimir a las masas y a los pueblos del mundo. El aumento de la pobreza absoluta y relativa de las masas, el acentuado atraso de su nivel técnico y científico, la transformación del obrero en un esclavo de la máquina, la fabricación de armas modernas de exterminio en masa, el aumento acelerado de la desocupación, etc., son las consecuencias sociales que acompañan a la evolución de la ciencia y de la técnica en el mundo del capital y constituyen manifestaciones concretas de su enajenación.

Marx ponía de manifiesto que esta enajenación se expresa asimismo en la separación de la ciencia del obrero productor, que de esta manera, se convierte en «una potencia intelectual en sí». El capital disocia el potencial intelectual de la sociedad de las amplias masas de millones de seres, las cuales juegan el papel decisivo en el desarrollo de la historia. Por eso, en la sociedad capitalista, paralelamente al desarrollo de la ciencia, se polariza también el atraso científico de las masas trabajadoras. La ciencia, ese maravilloso producto humano, es separada y disociada de la mayor parte de las personas y se opone a ellas como un «producto hostil».

Hoy resuenan con gran actualidad las palabras de Marx sobre el papel de la ciencia y de la técnica en la sociedad capitalista-revisionista. 

«Vemos, escribe, que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen adquiridos al precio de cualidades morales. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Este antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro, este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible». (C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. I, págs. 371-372, Tirana, 1975)

Marx acentuaba que este antagonismo es liquidado únicamente por la revolución proletaria y el socialismo.

Carlos Marx argumentó científicamente la necesidad de la revolución socialista. Subrayó que un nuevo y determinado nivel histórico del desarrollo de las fuerzas productivas no conduce por sí mismo a la creación de un nuevo sistema de relaciones de producción, no engendra automáticamente una formación económico-social superior. En este marco, el desarrollo de la ciencia y la técnica influye en el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas, pero no puede transformar por sí solo las relaciones capitalistas de producción, a las que están ligados los intereses de las clases explotadoras, defendidos por el Estado burgués-revisionista. Para ello es precisa la revolución proletaria violenta, que destruye la vieja máquina estatal e instaura la dictadura del proletariado. La revolución técnico-científica en la sociedad capitalista ha influido en la elevación del carácter social de la producción y del antagonismo de éste con la forma capitalista de apropiación, ha recrudecido y profundizado la crisis general del imperialismo, ha incrementado la desocupación, ha intensificado la explotación capitalista, influyendo de esta manera en la preparación de los factores objetivos y subjetivos de la revolución proletaria, pero de ningún modo puede sustituir a esta última. Jamás ni en lugar alguno, ha conducido ni puede conducir el desarrollo de la revolución técnico-científica al derrumbe de las relaciones capitalistas de producción, ese desarrollo no ha suprimido la explotación capitalista y los males de la sociedad burguesa, y tanto menos ha atentado contra la dominación política de la burguesía. Considerados a través de este prisma, los inventos de los ideólogos burgueses y revisionistas sobre la supuesta «sustitución» de la revolución proletaria por el progreso técnico-científico, sobre la revolución técnico-científica que habría «superado» los antagonismos de clase de la sociedad capitalista, habría suprimido al proletariado de la escena de la historia y «situado» al frente de ella a la intelectualidad, son enteramente infundadas. Estas teorizaciones, predicadas por una serie de filósofos burgueses y propagadas también por los revisionistas yugoslavos, soviéticos y eurocomunistas, quienes se esfuerzan por presentarlas como «marxistas», no tienen nada en común con la teoría de la revolución social descubierta por Marx. Para el marxismo-leninismo, tal como ha acentuado el camarada Enver Hoxha: 

«La revolución técnica y científica y, junto con ella, el desarrollo del tecnocratismo, no salvan ni pueden salvar al capitalismo ni al revisionismo contemporáneo de su desmoronamiento y destrucción inevitables. Ellos (la burguesía y los revisionistas — K. A.) no pueden cambiar las leyes objetivas del desarrollo social y, en primer lugar, la ley de la lucha de clases y de la revolución. La amplia introducción de la ciencia y la técnica en la producción, que los monopolios capitalistas de Occidente y la nueva burguesía de los países revisionistas se han visto obligados a llevar a cabo a causa de la feroz competencia interna y entre Estados y para asegurar el máximo de ganancias, no soluciona en absoluto las contradicciones económicas y de clase. No lo salva de la crisis incurable y cada vez más aniquiladora. Por el contrario, agudiza aún más las contradicciones y la crisis y, finalmente cuando el factor subjetivo ha llegado a su debido nivel, conduce a la revolución socialista triunfante». (Enver Hoxha. Informes y discursos 1969-1970, ed. en albanés, pág. 194, Tirana, 1970)

El desarrollo de la revolución técnico-científica en la sociedad capitalista no es de ningún modo un desarrollo imparcial y supraclasista. Está dirigido por la burguesía y sirve a la opresión y la explotación del proletariado y las masas trabajadoras. Naturalmente en las condiciones del desarrollo de la revolución técnico-científica, la intelectualidad ha crecido en número, pero en proporciones aún mayores aumenta la clase obrera y la explotación de ésta por los capitalistas. Por eso, esa intelectualidad ni puede sustituir al proletariado en su misión histórica, ni tampoco jugar un nuevo papel histórico. Hay ideólogos burgueses que predican como principal fuerza motriz de la sociedad a un grupo de científicos «humanitarios» que se encargarían de «dirigir» la revolución técnico-científica «en bien de la humanidad». Pero tales puntos de vista son completamente utópicos y reaccionarios porque pasan por alto el hecho de que, en la sociedad burguesa y revisionista, los medios de producción están en manos de los capitalistas, las universidades y el resto de las instituciones científicas están financiadas por los trusts capitalistas y no gozan de ninguna autonomía económica y política respecto a ellos. Aún más, las altas capas de la intelectualidad están estrechamente ligadas a la burguesía, tanto desde el punto de vista material como ideológico.

La experiencia de nuestro país muestra lo contrario de las prédicas burgués-revisionistas. Demuestra en la práctica aquello que Marx argumentó teóricamente, que es la revolución socialista la que abre el camino al desarrollo y el progreso incontenible de la ciencia y de la técnica y no al revés. En nuestro país la creación de una gran producción moderna y el desarrollo de la revolución técnico-científica son obra del Partido y del socialismo.

En las condiciones de la existencia de nuestra sociedad socialista y de la burguesa-revisionista, la revolución técnico-científica se lleva a cabo al mismo tiempo en dos formaciones económico-sociales diametralmente opuestas y de este modo manifiesta un contenido social de clase enteramente opuesto en cada una de ellas. En este marco el camarada Enver Hoxha, defendiendo y desarrollando aún más las enseñanzas de Marx sobre la revolución técnico-científica, ha señalado que también la revolución técnico-científica, como toda verdadera revolución:

«Se orienta en primer lugar por la política». (Enver Hoxha. Obras Escogidas, ed. en español, t. IV, pág. 347, Tirana, 1983

El contenido ideológico y político de clase de la revolución técnico-científica que se desarrolla en nuestro país, ha determinado sus rápidos ritmos de desarrollo, el rumbo y la amplitud que ha adquirido ésta. De este modo en nuestro país, la revolución técnico-científica ha influido en el desarrollo de las fuerzas productivas en el sentido de servir a la completa construcción de la sociedad socialista, sobre la base de las propias fuerzas. Su esencia revolucionaria de clase se manifiesta al mismo tiempo en las consecuencias sociales que ha entrañado para nuestro país. Resultado de ello es la creación de una industria moderna, de una agricultura socialista desarrollada, la continua elevación del bienestar de las masas trabajadoras, el perfeccionamiento de las relaciones socialistas de producción y la elevación de la productividad del trabajo, la reducción de las diferencias sociales esenciales, así como la elevación del nivel científico y técnico-profesional de las masas trabajadoras. La ciencia y la técnica son en nuestro país patrimonio de las masas trabajadoras y están íntegramente a su servicio». (Kristaq Angjeli; La filosofía de Marx y el desarrollo de la ciencia y de la revolución técnico-científica en nuestra época, 1984)

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