«I
Tengo a la vista una carta con fecha del 7 de diciembre de 1933, recibida el 15 de enero de 1934 en la cárcel de Leipzig. Es una carta de un grupo de obreros de la barriada «Carlos Marx», que después de los acontecimientos de febrero adquirió notoriedad mundial. He aquí lo que me decían en su carta.
«Querido camarada Dimitrov:
En nombre de muchos de nosotros te enviamos los más calurosos saludos. Millones de seres escuchan muy atentamente tus audaces palabras. Con ellas infundes fuerzas a esos millones de personas. Tu lucha no será vana; ella es también la nuestra. El gran ejército del proletariado consciente está cohesionado tras de ti.
Te rogamos nos escribas unas líneas.
Con saludos proletarios y libertad (Siguen numerosas firmas)». (Barriada «Carlos Marx»; Carta a Georgi Dimitrov, Viena, 7 de diciembre 19337 de diciembre de 1933)
El mismo día que me llegó esta carta, intenté enviar a través de la severa censura policíaca la siguiente breve respuesta:
«He recibido hoy vuestra amistosa carta con fecha del 7 de diciembre del pasado año y la he leído con gran alegría y agradecimiento. En lo que respecta a mi actitud ante el tribunal, he procurado únicamente cumplir con mi deber proletario y ser fiel hasta el fin a mi heroica clase. Con fraternales saludos de lucha». (Georgi Dimitrov; Carta de respuesta a la Barriada «Carlos Marx», 15 de enero de 1934)
Ignoro si incluso esta corta respuesta ha llegado a sus destinatarios.
Leí repetidas veces esta carta de los obreros austriacos, cuando conocí por periódicos fascistas alemanes, en los sótanos de la policía secreta de Göring en Berlín, las heroicas luchas de los obreros austriacos. Seguía con honda emoción el desarrollo de los acontecimientos y la salida de la lucha armada entre el proletariado austriaco y el fascismo. Vuestro heroísmo proletario me llenó de inmensa alegría, mientras que me llenó de profundo odio la política de traición de los dirigentes socialdemócratas.
Después de mi llegada a la Unión Soviética, sin reponerme aún del duro régimen penitenciario y de la tensión mantenida durante el proceso, procuré conocer con más detalle en primer lugar los acontecimientos de Austria y las lecciones históricas que de ellas se desprendían no sólo para los trabajadores austriacos, sino también para los obreros de todos los países capitalistas.
En este momento, quisiera compartir mis impresiones e intercambiar algunas ideas acerca de los acontecimientos en Austria con aquellos camaradas que me escribieron, así como con todos los austriacos que combaten por la causa del proletariado.
No sé quienes de los autores de aquella carta han quedado con vida. Pero a los combatientes austriacos que viven, como a los que han caído en la lucha, cada comunista está hoy vinculado por los lazos indestructibles del combate, por la causa común de la clase obrera.
Hoy, cuando la reacción austriaca celebra su sangrienta victoria sobre la clase obrera, nosotros, los comunistas, sentimos hacia los trabajadores que combatieron y que combaten todavía un aprecio aún mayor. Millares de obreros asesinados, millares de heridos y encarcelados, el terror desatado en todo el país, la clase obrera sometida a un régimen penitenciario. Comparable únicamente con el régimen fascista en Alemania, éste es el balance de los verdugos del gobierno de Dollfuss.
La burguesía teje coronas de laureles en torno a las cabezas de los Dollfuss y los Fev, que ordenaron cañonear a los trabajadores, junto con mujeres y niños.
El vicario del Papa da su bendición a estos verdugos. Al mismo tiempo, los cobardes dirigentes de la socialdemocracia, metiéndose a mentores, enseñan a los obreros que no debían haber empuñado las armas, que el proletariado ha cometido un error al responder con las armas en la mano a la brutal agresión general del fascismo, que amenazaba con barrer no sólo las conquistas económicas y políticas de casi 50 años de lucha de la clase obrera austriaca, sino que ponía, además, en peligro hasta su más elemental forma de existencia.
¿Pero acaso el haber capitulado sin lucha hubiera salvado al proletariado austriaco de la reacción? Seguro que no. Con una tal actitud, la reacción habría sido más insolente, hubiera estado más segura de sí.
El proletariado austriaco no quería traicionarse a sí mismo como clase. Y con razón. No quería entregarse sumiso, sin lucha, a los suplicios, que han sido el destino de la clase obrera alemana vendida por la socialdemocracia. La lucha armada del proletariado austriaco era una advertencia manifiesta no sólo para la burguesía de Austria, sino también para la burguesía de todos los países. Ella ha demostrado que el proletariado no se resignará jamás a ser sometido por el fascismo.
No, el error no estriba en la lucha armada de la clase obrera austriaca. El error consistía en que esta lucha no estaba organizada, ni dirigida de forma revolucionaria, bolchevique.
La mayor debilidad de la lucha de febrero de los trabajadores austriaco consistía en que ellos, a consecuencia de la nefasta influencia de la socialdemocracia, no comprendieron que no es suficiente defenderse contra los ataques del fascismo, sino que debían haber transformado su resistencia armada en lucha por derrocar a la burguesía y tomar el poder. La resistencia armada de la clase obrera austriaca frente al fascismo no se transformó en una verdadera sublevación armada. En esto consiste el error fundamental.
La reacción triunfó en Austria. Mas ésta es una victoria temporal, que encierra en sí los gérmenes de la futura derrota de la burguesía. Para los obreros austriacos, lo más importante ahora es no desesperar, no perder la fe en la fuerza de su clase, sino al contrario, ser capaces de extraer de las lecciones de febrero todas las conclusiones políticas y organizativas necesarias y, sobre todo, en lo que concierne a la socialdemocracia.
Piensen, camaradas, en el año 1905 en Rusia. El zarismo aplastó entonces el heroico levantamiento de los obreros rusos. ¿Quién ignora, sin embargo, que precisamente este levantamiento era la premisa histórica del victorioso Octubre de 1917? En el año 1923, el Levantamiento de Septiembre del proletariado búlgaro fue sofocado. Pero al igual que el proletariado ruso en 1905, bajo la dirección de Lenin, supo sacar de su levantamiento todas las enseñanzas que se imponían y extraer de él fe para su causa, así también los obreros búlgaros, encabezados por el Partido Comunista y bajo la dirección de la Internacional Comunista, después del feroz aplastamiento de la sublevación, templaron aún más sus fuerzas, robustecieron su Partido y hoy luchan con intransigencia contra el fascismo búlgaro. La experiencia del Levantamiento de Septiembre, permitió al proletariado búlgaro comprender con toda claridad las causas de su debilidad, la justeza de la teoría y la práctica del bolchevismo. El proletariado búlgaro y su Partido, condenado a la clandestinidad, hicieron de la ideología bolchevique una base inamovible de su actividad y de su lucha y, de esta manera, transformaron la derrota del Levantamiento de Septiembre en condición para el desarrollo victorioso del movimiento proletario revolucionario en Bulgaria. Hoy, incluso los enemigos de clase se ven obligados a reconocer que el proletariado búlgaro y su Partido son mucho más fuertes que antes del Levantamiento de Septiembre de 1923.
En estos ejemplos históricos, los obreros austriacos deben aleccionarse a fondo. Al igual que 1905 en Rusia, como 1923 en Bulgaria, hoy también en Austria, el abismo insondable, que se ha abierto entre el proletariado y la burguesía con el salvaje aplastamiento de los trabajadores en lucha, es ya una de las condiciones de la futura victoria del proletariado.
II
Otto Bauer habla de la catástrofe en Austria. Sí, realmente, ha sido una catástrofe. Pero una catástrofe de toda la II Internacional, de su teoría, de su política y táctica, una derrota de la teoría socialdemócrata, de la transformación pacífica, incruenta, del capitalismo en socialismo por el camino de la democracia burguesa parlamentaria, derrota de la política reformista, con la que intenta poner remiendos al capitalismo en descomposición, derrota de una táctica orientada a impedir la revolución proletaria.
Esta es ya la segunda catástrofe después de la del Partido Socialdemócrata Alemán. Y los partidos socialdemócratas de los demás países capitalistas marchan también hacia la catástrofe. En vano Otto Bauer se remite a Alemania para demostrar la inevitabilidad de la toma del poder por el fascismo, donde –según él– ni una socialdemocracia fuerte, ni un gran Partido Comunista pudieron oponer resistencia a que Hitler tomara el poder. ¿Pero acaso el Partido Socialdemócrata Alemán no ha combatido ferozmente durante largo tiempo, con ayuda de sus Severing, Zörrgiebel, Grezinski, al frente antifascista creado bajo la dirección del Partido Comunista? ¿No ha saboteado las múltiples propuestas del Partido Comunista Alemán para crear un frente único contra el fascismo, entre otras la propuesta del frente único hecha en 1933? ¿Acaso no rechazó la propuesta del Partido Comunista Alemán para declarar inmediatamente la huelga general y no hizo fracasar la acción común de los obreros socialistas y comunistas frente al fascismo? Si el Partido Socialdemócrata Alemán no hubiera actuado así, el proletariado alemán hubiera conseguido con toda seguridad impedir que el fascismo conquistara el poder y el pueblo alemán no hubiera sido víctima de la sangrienta orgía fascista. Por desgracia, el Partido Comunista Alemán no era entonces lo suficientemente fuerte para superar el sabotaje y la traición del Partido Socialdemócrata Alemán y llevar a los trabajadores alemanes a la lucha armada, abierta, contra las bandas de Hitler. Es evidente que sobre la socialdemocracia, tanto en Alemania, como en Austria, recae toda la responsabilidad de la victoria del fascismo.
A la luz de la triunfante construcción del socialismo en la Unión Soviética, los acontecimiento de Austria y Alemania significan una experiencia, adquirida sobre la base de la experiencia de millones de personas, sobre las dos vías hacia el socialismo: de un lado el camino del Partido de Lenin, el camino de la Internacional Comunista, por otro, el camino de la socialdemocracia de Austria y Alemania, de la II Internacional. La primera vía, la vía de la revolución proletaria, ha conducido ya, en la Unión Soviética, a la clase obrera y, bajo su influencia, a la masa fundamental del campesinado, al socialismo. La segunda vía, la vía de los compromisos con la burguesía, ha conducido, como se ha puesto en evidencia, a los acontecimientos en Italia [1], Alemania [2] y Austria, a la victoria de la contrarrevolución, al triunfo del fascismo.
La Unión Soviética, obra gigantesca de los bolcheviques, se mantiene firme como la roca, la burguesía y los terratenientes han sido aniquilados, el poder de la clase obrera está ya edificado, se ha creado un poderoso Estado con un potente Ejército Rojo obrero-campesino, se ha creado un nuevo sistema económico socialista, se ha superado el desempleo y la pauperización del campo, el nivel material y cultural de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo aumenta constantemente. En Austria y Alemania, por el contrario, no queda ni el más leve rastro de «socialismo democrático». Aquí gobiernan indivisiblemente los Dollfus y los Fey, los Hitler y los Göring, aquí a la clase obrera la han despojado de todos sus derechos, las armas están en manos de la burguesía, la Casa del Pueblo está ocupada por la Heimwehr, las casas obreras de la municipalidad de Viena, que la socialdemocracia resaltaba como el símbolo del «paso pacífico al socialismo», han sido medio destruidas por los cañones y de ellas se expulsa al proletariado austriaco.
Mientras que en 1918, camaradas, todo estaba en vuestras manos. En vuestras manos estaban las armas, formabais consejos obreros y de soldados. Por dos lados, os rodeaban repúblicas soviéticas, Hungría y Baviera. La burguesía había perdido la cabeza: temía que la trataríais de la misma manera en que lo hicieron los obreros rusos en 1917 con su burguesía. Temía que vosotros confiscaríais sus casas y chalets para los obreros; hoy, sin embargo, ella apunta con sus cañones vuestras casas obreras y reparte vuestros hogares entre los asesinos de vuestras esposas e hijos. Esperaba que vosotros disolveríais todos sus partidos políticos; hoy, sin embargo, ella ha prohibido vuestras organizaciones. Esperaba que vosotros prohibiríais toda la prensa burguesa; hoy, sin embargo, ella prohíbe la vuestra. Esperaba que vosotros encerraríais en las cárceles a los Dollfuss, Fey, Starhemberg y demás verdugos de la clase obrera; hoy, sin embargo, es ella la que encarcela a los obreros y ejecuta a los revolucionarios.
Si el proletariado austriaco y alemán hubiera avanzado en 1918 por el camino de los bolcheviques rusos, hoy no habría fascismo ni en Austria, ni en Alemania, ni en Polonia, ni tampoco en los Balcanes. Y está fuera de toda duda que no sería la burguesía, sino la clase obrera la dueña absoluta de la situación en Europa.
Pero la socialdemocracia en Austria, encabezada por Federico Adler y Otto Bauer, ha conducido a la clase obrera por otros derroteros. Se alió con la burguesía contra la revolución. Todo su afán era el de atemorizar a los trabajadores austriacos con las dificultades de la lucha heroica de los obreros y campesinos rusos, prometió al proletariado el socialismo sin revolución, sin derramamiento de sangre, sólo con la ayuda de boletines y manejos parlamentarios. No conducía a los obreros a la lucha contra la burguesía, sino hacia la paz civil con ella, sobre la base de pequeñas concesiones temporales que para la burguesía significaban únicamente un medio para librarse de la revolución. Vosotros, camaradas, por desgracia, no escuchasteis la voz de los comunistas, que se esforzaban por convenceros que este camino era la perdición. Durante años seguidos, soportasteis la traición de los dirigentes del Partido Socialdemócrata, quienes, mediante su política de capitulación ante los reaccionarios, conducían a la clase obrera de retirada en retirada, de derrota en derrota. Durante 15 años, se venían organizando sistemáticamente las fuerzas de la reacción y el fascismo delante de los ojos del Partido Socialdemócrata, sin encontrar obstáculo alguno.
¿Se podía hacer fracasar esta organización de las fuerzas reaccionarias, podía haberse cerrado el camino al fascismo austriaco? Sin duda, era posible. Pero sólo mediante la lucha revolucionaria. Recordad, camaradas, el 15 de julio de 1927, cuando las masas salieron a la calle en respuesta a la absolución de los asesinos fascistas de Shattendorf. Esto significaba volver la espalda a la lucha de clases y un viraje en la correlación de las fuerzas de clase en Austria. Entonces, la burguesía alcanzó un poder considerable sobre el proletariado y comenzó a prepararse febrilmente para implantar la dictadura fascista en Austria. Si el Partido Socialdemócrata hubiera conservado aunque sólo fuera una chispa de voluntad de lucha, hubiera sido cosa fácil para él transformar el movimiento de julio de 1927 en revolución proletaria. Pero incluso si para eso le faltaba valor, en todo caso, hubiera conseguido desmantelar al fascismo: lo único que hacía falta era no frenar a los obreros. Pero la socialdemocracia minó también esta poderosa acción del proletariado austriaco contra el fascismo. En 1927, entregó las armas de los obreros, en 1928, firmó el pacto de Hüttenberg, que abrió a los fascistas las puertas de las fábricas, fue ella misma quien en cierta época promulgó la ley de Julius Deutsch sobre la disciplina en el ejército, ley que facilitó la depuración del mismo de elementos proletarios; dio su consentimiento a la reforma constitucional del 8 de diciembre de 1929, que respondía a las exigencias de la Heimwehr; fue ella la que en 1930, a través del alcalde Seitz, permitió las manifestaciones fascistas y prohibió las comunistas.
¿No es cierto que la socialdemocracia poseía depósitos de armas, una organización militar propia –el Schutzbund– y que tras ella estaban las dos terceras partes de la población vienesa? Tenía casi el monopolio en cuanto a influencia sobre la clase obrera de toda Austria. Los fascistas, pese a todo este, cometieron ante sus propio ojos e impunemente asesinato tras asesinato de los trabajadores y, en cada ocasión, la socialdemocracia cedía, contentándose simplemente con amenazarles de que al siguiente crimen obligaría a la burguesía mediante la «fuerza organizada de la clase obrera» a poner fin al terror. Mas los seguidores de los Dollfuss, Fey y la Heimwehr continuaban tranquilamente haciendo de las suyas, conocían de sobra el valor de las declaraciones socialdemócratas. La fuerza de la clase obrera organizada no se demuestra cuando se retrocede constantemente.
III
No obstante, el proletariado austriaco hubiera podido vencer ya en febrero de 1934, si vosotros, obreros socialdemócratas, os hubieseis negado a seguir la política de los líderes socialdemócratas, quienes con sus orientaciones capituladoras y derrotistas desmoralizaban la lucha desde el comienzo, si vosotros, junto con los comunistas, hubieseis tomado a tiempo en vuestras propias manos la organización y la dirección de esa lucha.
La lucha armada no es un acto aislado de la política general del partido. Un partido, que retrocede siempre, que en el curso de quince años llama a los obreros a evitar la lucha, no puede de ninguna manera transformarse en 24 horas política y orgánicamente para la lucha armada.
En su folleto «La insurrección de los obreros austriacos», Otto Bauer se lamenta de que la huelga general no haya tenido éxito. ¿Pero acaso la socialdemocracia preparó la huelga general? Al contrario. La dirección socialdemócrata procuraba en principio desembarazarse de toda responsabilidad ante la burguesía respecto a la huelga, declarando que los obreros solos tomarían la iniciativa de la huelga, si se realiza uno de los ya conocidos «cuatro punto» –proclamación anticonstitucional de una constitución fascista, disolución del Partido Socialdemócrata, disolución de los Sindicatos o su transformación en instrumento del Estado, nombramiento de un comisario gubernamental en Viena–.
En su folleto «La insurrección de los obreros austriacos», Otto Bauer se lamenta de que la huelga general no haya tenido éxito. ¿Pero acaso la socialdemocracia preparó la huelga general? Al contrario. La dirección socialdemócrata procuraba en principio desembarazarse de toda responsabilidad ante la burguesía respecto a la huelga, declarando que los obreros solos tomarían la iniciativa de la huelga, si se realiza uno de los ya conocidos «cuatro punto» –proclamación anticonstitucional de una constitución fascista, disolución del Partido Socialdemócrata, disolución de los Sindicatos o su transformación en instrumento del Estado, nombramiento de un comisario gubernamental en Viena–.
Mil veces han tenido razón esos obreros de los cuales escribe Otto Bauer en su folleto:
«En las fábricas y en las secciones del Partido crecían las voces de los impacientes, de los sedientos de lucha, de esos que se lanzaron hacia adelante: ¡No esperemos más! ¡No podremos combatir cuando uno de estos cuatro puntos se aplique! ¡Ataquemos mientras aun es tiempo! De lo contrario, ocurrirá con nosotros lo que con los camaradas de Alemania!». (Otto Bauer; La insurrección de los obreros austriacos, 1934)
Hoy el mismo Otto Bauer declara que en los días de febrero la dirección del Partido Socialdemócrata estaba contra la lucha, pero que era ya incapaz de contener a los obreros y éstos la comenzaron espontáneamente. Al referirse a la crisis, Otto Bauer quiere justificar la traición de los empleados de ferrocarriles, que hicieron fracasar la huelga ferroviaria, posibilitando con ello que el gobierno transporte, sin obstáculo alguno, artillería y tropas de provincia, mientras los obreros de Florisdorf derramaban su sangre.
Intenta igualmente hacer aparecer limpios de polvo y paja a los dirigentes sindicales de la Unión de Impresores, quienes el 13 de febrero, el día de la lucha armada, llamaron a los tipógrafos a cesar la huelga y volver al trabajo.
En su folleto, Otto Bauer nos cuenta que los líderes socialdemócratas se dejaron encarcelar únicamente por no ir a la lucha con los trabajadores. Precisamente aquellos líderes fueron detenidos:
Sí, así fue en realidad. Así actúan siempre los traidores de la clase obrera. Mas el secretario de la II Internacional no es mucho mejor que estos cobardes desertores que se llaman líderes de la clase obrera, el jefe de la socialdemocracia austriaca Federico Adler, en persona, que permanecía vergonzosamente alejado de la lucha y que, mientras los trabajadores austriacos combatían con las armas en la mano, declaró públicamente que no podía participar en su lucha, dado que estaba «ocupado con cuestiones de trámite de cada día».
¿Acaso es posible, camaradas, lanzarse a la lucha con semejantes desertores? ¡Pues, son gentes que, antes de empezar el combate, ya están gritando que viene la derrota, que en cuanto oyen el primer disparo, ya están sembrando el pánico en las filas de los combatientes! Estas personas no desean la victoria de la clase obrera, tienen miedo de ella. Lo único que quieren es asustar un tanto a la burguesía, para que ésta tenga una actitud más acomodaticia hacia ellos y poder hablar con ella. Esta es la razón por la cual frenan a los trabajadores y luego hacen todo lo posible por limitar la envergadura de sus acciones, excluyendo a las amplias masas.
Ellos dijeron a los obreros que deseaban ayudar al Schutzbund en la lucha: «Marcharos a vuestras casas, preparar la comida, mientras que hay gas. La lucha armada no es cosa vuestra. Es un asunto del Schutzbund». Y no dieron las armas a los obreros que deseaban combatir.
El corazón se llena de dolor y amargura al pensar en las numerosísimas víctimas con las que la clase obrera austriaca debe pagar hoy los crímenes de la dirección socialdemócrata.
Consciente de ser un soldado de la revolución, no puedo estar de acuerdo con el hecho que los gloriosos combatientes de la barriada «Carlos Marx» sean miembros del mismo partido que los dirigentes de las organizaciones socialdemócratas de Carintia y Vorarlberg, quienes, al oír el primer disparo en Linz, se pasaron a las filas de la Heimwehr. Uno no puede imaginarse que los proletarios socialdemócratas, que combatieron con tal heroísmo y cayeron como héroes, hayan tenido durante años consecutivos, a líderes tan indignos, tan obtusos políticamente y tan cobardes, como Otto Bauer, Federico Adler, Deutsch y Seitz.
***
Vuestra lucha armada fue en esencia una lucha por restablecer la Constitución violada por Dollfuss. No pasó de esto, no se transformó en lucha por el poder. En el siglo de la crisis general del capitalismo, cuando la burguesía no está ya en condiciones de dirigir por medio de la democracia parlamentaria y cuando se lanza por vías fascistas, la cuestión decisiva de la lucha de los obreros deja de ser el restablecimiento de la ya pasada a la historia democracia burguesa, para transformarse en la lucha por derrocar a la burguesía, en la lucha por la dictadura del proletariado. Sólo la consigna por el poder soviético, llevada a la conciencia de las amplias masas laboriosas, puede cohesionar sólidamente las filas de los combatientes y estar en condiciones de crear lazos indisolubles entre los obreros en lucha y el resto de la masa del proletariado y el campesinado. Únicamente si los obreros austriacos se hubieran propuesto como objetivo la lucha por el poder soviético, su acción armada hubiera podido transformarse en un verdadero levantamiento armado.
Sí, camaradas, vuestra lucha armada por desgracia no era una lucha por el poder y, debido a ello, como nos han enseñado Marx y Lenin, no fue una verdadera sublevación armada. El hecho que este objetivo –la toma del poder– no se planteó en vuestra lucha armada, es el fallo fundamental de vuestra heroica acción.
La circunstancia de que los obreros austriacos en su lucha no salieran de los marcos de la resistencia armada, no es en modo alguno casual, sino la consecuencia lógica de toda la orientación política de la socialdemocracia austriaca. «Nosotros no queremos aún derrocar ni al capitalismo, ni a la burguesía», así decía la tesis política de los jerifaltes socialdemócratas. Dicho de otra manera, al crearse una situación concreta, esto significaba: Vosotros, los trabajadores en lucha, no debéis atacar al enemigo, vosotros debéis solamente defenderos de él en vuestras Casas del Pueblo. Con semejante orientación, los obreros dejan escapar de sus manos la iniciativa en la lucha, abandonándola por completo en manos del enemigo.
¿Cuál fue la suerte de los obreros que se orientaban por esta tesis de los líderes socialdemócratas? Encerrados en sus casas, sin ligazón entre sí, los combatientes permanecían como metidos en ratoneras. No se habían asegurado ni puntos de acceso hacia estas casas, ni las alturas desde las cuales el enemigo podía impunemente batir con su artillería las posiciones de los obreros, tales como la barriada «Carlos Marx». Con las instrucciones dadas a los obreros de permanecer en sus casas y esperar el fin de la lucha del Schutzbund, los líderes socialdemócratas entregaron las calles de los barrios obreros a las tropas del gobierno, pudiendo éstas circular sin obstáculo alguno. Las tropas gubernamentales tuvieron la posibilidad de ocupar, uno tras otro, los puntos principales de resistencia de los obreros. Por el contrario, una táctica ofensiva por parte de los obreros hubiera sido capaz de sembrar la confusión en las filas de las tropas gubernamentales y ganar para la causa del proletariado a los elementos vacilantes.
La burguesía no vaciló en requisar para la lucha contra los obreros los medios de transporte privados y hacer rehenes. Sin embargo, los obreros en lucha, que habían pasado por la escuela de la socialdemocracia austriaca, prefirieron pasar hambre, antes que atentar a la sagrada propiedad privada y confiscar artículos alimenticios. Ni siquiera les pasó por la cabeza hacer rehenes de las filas de la burguesía. Hoy, Otto Bauer y el jefe del Schutzbund Julius Deutsch quieren presentar esta blandenguería pequeño-burguesa como un modelo de virtud cívica. Si los obreros rusos hubieran seguido la misma táctica en su tiempo, hoy día sus propios Dollfuss y Fey les estarían pisando el cuello.
IV
¿Qué se impone hacer ahora, camaradas? En primer lugar, es imprescindible analizar hasta el fondo el camino recorrido desde 1918 hasta la lucha armada de febrero de 1934. Es necesario aprovechar las enseñanzas de esta lucha, en la cual se refleja toda la bancarrota de la política socialdemócrata. Cuanto antes se haga, tanto mejor será para vosotros y para toda la clase obrera austriaca, tanto más próxima y segura será vuestra victoria.
A diferencia de «la crítica» de Bauer, que intenta borrar sus propios crímenes, así como los de toda la dirección del Partido Socialdemócrata, a mi manera de ver, vosotros deberíais someter a una severa crítica, sin miramientos de ninguna clase, este sistema de concepciones, mediante el cual la dirección socialdemócrata intoxicaba a los obreros. Examinar y sacar conclusiones del camino recorrido por vosotros bajo la dirección socialdemócrata. Recordar lo que escribía y decía la prensa y los líderes socialdemócratas en defensa de este camino y comparar sus palabras con la cruda realidad. Valorar críticamente el folleto de Otto Bauer, que en el fondo es un acto acusador contra él mismo y contra toda la política socialdemócrata. Recordar, por otro lado, lo que os venía diciendo la Internacional Comunista durante estos 15 años. Y os veréis obligados a decir a vuestra clase la verdad, por más amarga que sea.
Y esta verdad os hará comprender que no eran los socialdemócratas, sino los comunistas, que no era la II Internacional, sino la Internacional Comunista quienes tenían razón, cuando decían que la socialdemocracia austriaca condujo a la revolución de 1918 a la derrota. Tenían razón, cuando os advertían que la política de la socialdemocracia conducía al afianzamiento de la dictadura burguesa. Tenían razón los comunistas, cuando afirmaban que todas las conquistas económicas, políticas y sociales, que los obreros habían arrancado a la burguesía, que todas sus casas del pueblo, etc. estaban bajo continua amenaza, que la burguesía se las arrebataría si no era derrocada del poder. Los comunistas tenían razón, cuando insistían en que la defensa de los intereses de la clase obrera no puede realizarse por medio de compromisos con la burguesía, sino únicamente por medio de la lucha de clases irreconciliable.
La verdad os obligará también a reconocer que la socialdemocracia austriaca está hoy en completa bancarrota política. Un partido, al que se le había dado tanto y que lo ha perdido todo, que lo ha malgastado todo, un partido así no tiene ya derecho a existir. Un tal partido merece únicamente el desprecio en la conciencia de los obreros. Sólo cuando el proletariado austriaco supere la influencia política y orgánica de la socialdemocracia, podrá emprender un nuevo camino, camino que lo llevará al triunfo, a la victoria sobre los Dollfuss y Fey, sobre la Heimwehr y el fascismo.
Se trata, por lo tanto, camaradas, de romper orgánicamente con el Partido Socialdemócrata y, junto con los obreros comunistas, crear una verdadera unidad de combate de la clase obrera austriaca. Esta unidad de lucha es sólo posible sobre la base de la acción revolucionaria. Esta unidad decuplicará las fuerzas de la clase obrera y debilitará grandemente la ofensiva del fascismo, acrecentará la influencia revolucionaria del proletariado entre los campesinos y creará las premisas para la lucha victoriosa contra la burguesía y el capitalismo, para la lucha por el poder de los soviets.
El mayo peligro para la unidad revolucionaria de la clase obrera austriaca sería el intentar revivir, salvar a la socialdemocracia austriaca, incluso sobre la base de un nuevo programa «izquierdista». De tales experimentos no saldría otra cosa como no fuera la disgregación del movimiento obrero austriaco. ¿Acaso no hay en vuestras filas personas que a lo largo de estos 15 años no han hecho otra cosa, sino intentar «corregir hacia la izquierda» la política de la socialdemocracia? ¡Los resultados están a la vista!
Una equivocación no menos fatal sería si a los obreros, decepcionados por la socialdemocracia en la lucha contra el fascismo de Dollfuss, se les ocurriera buscar apoyo en el fascismo hitleriano. Los nacionalsocialistas austriacos estuvieron durante la lucha armada al lado de los asesinos de los trabajadores. Hoy, igual que buitres pardos, se ciernen sobre el campo de batalla y buscan demagógicamente utilizar los sacrificios y los sufrimientos del proletariado, a fin de ganar para el fascismo hitlerista a los obreros austriacos decepcionados por la socialdemocracia y que se encuentran en una encrucijada.
Nosotros, los comunistas, estamos seguros de la próxima victoria de la clase obrera austriaca. Estamos firmemente convencidos del triunfo final del proletariado en todo el mundo. Esta confianza inquebrantable me dio fuerza para mirar, durante el proceso de Leipzig, al enemigo enfurecido directamente a los ojos, lo mismo que los arrojados combatientes de la barriada «Carlos Marx» miraron cara a cara a la muerte. Tras las llamas del incendio, tras la esclavitud y la miseria, que el fascismo trae consigo, nosotros vemos en el Este la potente fortaleza del proletariado mundial: la Unión Soviética. No existe fuerza capaz de detener el desarrollo histórico de la humanidad hacia el socialismo. Ha terminado un combate, los luchadores cuentan sus muertos, pero ellos no están abatidos. El grandioso ejército proletario sigue avanzando hacia la victoria final.
Es posible, camaradas obreros socialdemócratas, que os resulte difícil asimilar las ideas que acabo de exponer. No obstante, confío en que esta carta os ayudará a examinar críticamente el pasado y a sacar las conclusiones correspondientes. Sin embargo, si algo no está del todo claro o despierta dudas, me alegraría que lo compartieseis conmigo.
Moscú, desde el hospital,
marzo de 1934
Georgi Dimitrov
***
Tenía escritas estas líneas, cuando a finales de marzo recibí la siguiente carta escrita, con fecha de 2 de marzo 1934, por uno de los autores de la primera carta:
«Querido cda. Dimitrov:
He sabido con gran alegría que tú y los otros compañeros tuyos, Popov y Tanev, habéis abandonado el infierno pardo y os halláis en la Unión Soviética. Millares de proletarios hemos respirado con alivio, porque nosotros necesitamos de tales combatientes heroicos en nuestras filas. Si nosotros hubiéramos tenido tales héroes, no habríamos llegado al extremo de que la clase obrera austriaca sufriese una derrota tan vergonzosa, causada por la traición. Esto ha sido para nosotros una lección sangrienta. Es para nosotros el 1905 ruso y confiamos que no durará tanto tiempo, que también nosotros proclamaremos la Austria Soviética y podremos tender una mano fraternal a Rusia y edificar juntos un nuevo Estado, en el cual sólo los proletarios puedan vivir. Un verdadero Estado Obrero [*].
Querido camarada Dimitrov, ten la amabilidad de escribirnos unas líneas para que veamos también nosotros realmente que estás en Rusia, pues en los últimos tiempos nos hemos vuelto pesimistas.
Con saludos de combate». (Carta a Georgi Dimitrov, abril de 1934)
Sí, camaradas, tenéis razón. Si hubierais estado dirigidos por verdaderos luchadores bolcheviques, vuestra heroica lucha hubiera, sin duda alguna, tenido otro fin. Pero combatientes de éstos pueden surgir únicamente en la lucha irreconciliable de clases contra la burguesía. Y una tal lucha no la desarrollaban los socialdemócratas, todo lo contrario, los Otto Bauer y los Federico Adler hicieron fracasar esta lucha. Sólo en la acción constante del frente único revolucionario contra el fascismo surgen intrépidos y templados combatientes. Sólo bajo la bandera de Marx, Engels, Lenin surgirán nuevos líderes bolcheviques y el proletariado austriaco tendrá al final lo que le faltó para triunfar en su heroica lucha: un fuerte Partido bolchevique.
[*] Aquí cometéis un error, queridos camaradas. Vosotros naturalmente habláis del Estado soviético, que es el Estado de la dictadura del proletariado. Pero en él no viven sólo los obreros, sino todos los trabajadores que construyen el socialismo bajo la dirección del proletariado». (Georgi Dimitrov; Carta a los obreros austriacos, 1934)
Anotaciones de la edición:
[1] Se hace referencia a las luchas huelguísticas de septiembre 1920, cuando los obreros ocuparon las fábricas y plantas industriales de Milán, Génova y Turín. La dirección reformistas de la Confederación General del Trabajo se apresuró a concluir un acuerdo de compromiso con el ala izquierda del Partido Liberal, obligando a los obreros a abandonar las fábricas y plantas industriales ocupadas Volver.
[2] Se hace referencia a los acontecimientos de Berlín, en enero de 1919, cuando 150.000 obrero berlineses salieron a la calle para manifestar contra el gobierno de Ebert. La huelga general abarcó a todas las empresas de la ciudad. Los socialdemócratas «independientes» entablaron negociaciones con el social-traidor Ebert. Esto dio al ministro de la Guerra, el social-chovinista Noske, la posibilidad de organizar un destacamento «voluntario» de guardias blancos y aplastar la acción del proletariado. En este periodo, fueron asesinados Carlos Liebknecht, Rosa Luxemburgo y otros.
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