«En los estudios del siglo XIX de Marx y Engels sobre Rusia y las fuerzas políticas en pugna, se dejó bastante claro lo que estaban realizando los populistas –antecesores de los eseristas–. No estaban precisamente estimulando al pueblo para vencer al zarismo, sino que más bien, con sus acciones terroristas, precisamente habían agrupado en torno a la autocracia zarista a las clases sociales que no necesariamente estaban interesadas en su continuación:
«Así escribía Marx en 1877. A la sazón había en Rusia dos gobiernos: el del zar y el del comité ejecutivo [ispolnítelnyi komitet] secreto de los conspiradores terroristas. (…) La revolución rusa no se produjo. El zarismo ha triunfado sobre el terrorismo, el cual, en el momento presente ha empujado a todas las clases pudientes y «amigas del orden» a que se abracen con el zarismo». (Friedrich Engels; Acerca de la cuestión social en Rusia, 1894)
Lenin aconsejó a los revolucionarios suizos que, según la experiencia de los bolcheviques, la lucha por el socialismo debía emitirse en una propaganda que combatiera sistemáticamente tanto el pacifismo de los oportunistas como el terrorismo de los aventureros anarquistas. Lo que era imperativo era educar a las masas en el uso de la violencia revolucionaria, pero siempre involucrando al pueblo en ese desempeño para que, llegado el momento, visto que los explotadores seguramente no iban a entregar el poder, las masas, ya concienciadas y experimentadas, realizasen una revolución popular para imponer justicia y cumplir sus anhelos. Se trata de algo a todas luces muy distinto de los pequeños comandos terroristas que actúan a su libre albedrío fuera de la lucha de las masas y que ignoran el grado de concienciación de estas:
«Permítanme decir algunas palabras sobre otro punto que se discute mucho en estos días y respecto del cual, nosotros, los socialdemócratas rusos, poseemos una experiencia especialmente rica: el problema del terror. (...) Estamos convencidos de que la experiencia de la revolución y contrarrevolución en Rusia confirmó lo acertado de la lucha de más de veinte años de nuestro partido contra el terrorismo como táctica. No debemos olvidar, sin embargo, que esta lucha estuvo estrechamente vinculada con una lucha despiadada contra el oportunismo, que se inclinaba a repudiar el empleo de toda violencia por parte de las clases oprimidas contra sus opresores. Nosotros siempre estuvimos por el empleo de la violencia en la lucha de masas y con respecto a ella. En segundo lugar, hemos vinculado la lucha contra el terrorismo con muchos años de propaganda, iniciada mucho antes de diciembre de 1905, en favor de una insurrección armada. Considerábamos la insurrección armada no sólo la mejor respuesta del proletariado a la política del gobierno, sino también el resultado inevitable del desarrollo de la lucha de clases por el socialismo y la democracia. En tercer lugar, no nos hemos limitado a aceptar la violencia como principio ni a hacer propaganda en favor de la insurrección armada. Así, por ejemplo, cuatro años antes de la revolución, apoyamos el empleo de la violencia por las masas contra sus opresores, especialmente en las manifestaciones callejeras. Hemos tratado de que la lección dada por cada manifestación de este tipo fuera asimilada por todo el país. Comenzamos a prestar cada vez mayor atención a la organización de una resistencia sistemáticamente y sostenida de las masas contra la policía y el ejército, a traer, mediante esa resistencia, la mayor parte posible del ejército al lado del proletariado en su lucha contra el gobierno, a inducir al campesinado y al ejército a que participasen con conciencia de esa lucha. Esta es la táctica que hemos aplicado en la lucha contra el terrorismo y estamos profundamente convencidos de que fue coronada con éxito». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Discurso en el Congreso del Partido Socialdemócrata Suizo, 1916)
Los bolcheviques señalaban que, en su concepción de la violencia revolucionaria, era imprescindible la participación de las masas, no actuar en nombre de ellas:
«Exigimos que se trabajara en la preparación de formas de violencia que previesen y asegurasen la participación directa de las masas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Aventurerismo revolucionario, 1902)
Por supuesto, un movimiento político que nade en el fraccionalismo y que mude de posición como las serpientes cambian de piel no es seguridad de nada ni puede convencer a nadie serio para sumarse a su proyecto. Del mismo modo, un partido que no ostente la hegemonía en las organizaciones fabriles, agrarias, estudiantiles, vecinales y sociales carece de toda influencia para realizar cualquier acción seria, sea esta pequeña o de gran envergadura, armada o pacífica, sea una manifestación, una huelga o una insurrección, porque si no ha sido capaz de organizar su corral, no puede pretender desarrollar un trabajo de masas fuera de él compitiendo con otros gallos. Sin esta consciencia y disciplina, primero en lo interno, nadie nuevo les seguirá salvo algún pequeño puñado de despistados inocentes que no durarán mucho o que no servirán más que de comparsa en una marcha fúnebre a la nada. ¿Y por qué optan quienes no han logrado ni lo primero ni lo segundo? Para empezar, lo raro es que reconozcan tales carencias. La mayoría de los que sí reconocen tales problemas optan por resolver su debilidad no tomando cartas en el asunto sobre su evidente fragilidad ideológica, ni tratando de aclarar y deslindar lo que les separa de otras formaciones, ni siquiera reforzando su trabajo de agitación y propaganda. Ellos, simple y llanamente, piensan que la opción más rápida y factible para resolver su falta de transcendencia es realizar concesiones inaceptables y pactos oportunistas en los que, además, no llevan la voz cantante. Así, nunca lograrán salir del pozo, o peor, si lo hacen será a efecto de ser un actor secundario de una tragicomedia burguesa.
Los marxistas han de saber que, sin lo segundo –un trabajo de organización de masas efectivo–, jamás se logrará organizar la revolución, pero sin lo primero, –un esclarecimiento ideológico absoluto sobre a dónde se quiere ir y de qué forma–, directamente no se logrará ni ese trabajo de masas efectivo ni, mucho menos, claro está, la ansiada revolución. Esto no lo decimos nosotros, lo dice la historia. Los revolucionarios no han llegado a nada transcendente intentando ocultar sus posturas o regalándole a la pequeña burguesía los debates y terminología que se deben dar. Entonces, por favor, ahorraos el ridículo hablando de «resistencia armada» cuando no tenéis capacidad ni para salir indemnes de una manifestación. No deis lecciones de «clandestinidad» cuando retrasmitís en redes sociales toda la actuación de vuestra célula a cara descubierta –cenas y fiestas incluidas–. No habléis de «trabajo de masas» cuando vuestra organización no mueve a nadie salvo su parroquia y sois unos completos desconocidos para millones de personas. Se presume de algo cuando se tiene, no cuando se está igual o peor que el resto. En el mismo tono, instamos a los pusilánimes reformistas a que dejen de vendernos caminos mágicos para superar el capitalismo, que no se han dado ni se darán jamás, mientras el capital nacional y sus aliados internacionales tengan suficiente aliento y fuerzas –pues no existe experiencia histórica donde la burguesía se haya rendido ni en la que no haya intentado retomar el poder por formas coercitivas–.Parad de darnos la monserga sobre la necesidad de luchar para que el sistema respete los «derechos eternos del hombre», como la «libertad», la «democracia» y todo tipo de pamplinas. El pueblo tendrá todo eso –y más– de forma materializada cuando sea consciente de sus condiciones y de su fuerza, cuando conozca su propia historia y la mire sin temor a distinguir la gloria de los errores. Solo entonces sabrá poner los puntos sobre las íes, pues nada de provecho sacará escuchando a una panda de posibilistas que siempre le conduce a la indefensión, la derrota y la humillación.
El PCE (r) nunca ha tenido, no ya la hegemonía, sino un trabajo real en todos estos lugares. Aun así, siguiendo la concepción de todo cerebro anarcoide, se concibió que con «los golpes de la guerrilla» se «alentaba a las masas». Esto es, que los actos de terrorismo, aunque desconectados de cualquier participación de las masas y sin tener en cuenta en modo alguno su estado de ánimo, vendrían a «fortalecer al movimiento revolucionario», lograrían incluso organizar a las masas y elevar su nivel ideológico como por arte de magia. Así de ilusos eran y son:
«La guerrilla en su etapa actual de lucha político-militar tiene por principal objetivo la acumulación de fuerzas revolucionarias y la preparación de las condiciones generales –políticas, orgánicas, económicas, militares, etc.– que faciliten la extensión y el fortalecimiento del movimiento revolucionario, ya que los golpes de la guerrilla alientan a las masas, favorecen su encuadramiento y ganan terreno para la organización de los obreros». (Partido Comunista de España (reconstituido); Hacia la revolución socialista a través de la Guerra Popular Prolongada; El partido y la guerrilla, febrero de 1986)
Esto se decía increíblemente en uno de los momentos en que el GRAPO había sido desarticulado casi por completo el año anterior. En la praxis se vio que, lejos de acumular fuerzas, el GRAPO las perdió con sus actos voluntaristas que la población ni entendía ni apoyaba, por mucho que ellos se dejasen ríos de tinta pretendiendo lo contrario. Su progresivo aislamiento se volvió finalmente crónico, y dicha organización languideció llena de una conciencia repleta de imaginación donde tenía fe en que la «acumulación de fuerzas» del «movimiento de resistencia» llegaría por medios de esos golpes militares.
Qué parecidas son estas tesis a la de los eseristas rusos, y cuan difiere a la concepción de los bolcheviques rusos. Repasemos una polémica entre el líder de los bolcheviques y sus oponentes terroristas en la que Lenin critica la teoría de que los «atentados crean conciencia», del mismo modo que ironiza sobre la alergia al estudio teórico y el rechazo a las labores de organización de masas en beneficio de la «acción directa» –los atentados–. Por último, el líder bolchevique también se queja de la incomprensión de algunos que no llegan a atender a algo tan básico como que el asesinato de un «pez gordo» del gobierno no conduce nunca a nada significativo, pues siempre acabará siendo sustituido por otro «gran pez» igual de reaccionario –¡y es que de peces está lleno el mar burgués!–:
«En la octavilla tampoco falta la teoría del terrorismo excitativo. «Cada desafío del héroe despierta en todos nosotros el espíritu de lucha e intrepidez», nos dicen. Sin embargo, sabemos por lo pasado y vemos por lo presente que sólo las nuevas formas del movimiento de masas o el despertar de nuevos sectores de las masas a la lucha independiente despiertan de verdad en todos el espíritu de lucha e intrepidez. En cambio, los desafíos, precisamente porque no pasan de ser desafíos, de los Balmashev, causan sólo de momento una sensación efímera y llevan a la larga incluso a la apatía, a la espera pasiva del desafío siguiente. Se nos asegura más adelante que «cada relámpago de terrorismo da luz a la inteligencia», lo cual no advertimos, lamentablemente, en el Partido de los Socialistas-Revolucionarios, que preconiza el terrorismo. Se nos ofrece una teoría de la labor minúscula y de la gran obra. «Quien tenga más fuerzas y mayores posibilidades y decisión no debe darse por satisfecho con la labor minúscula (!), debe buscar y entregarse a una gran obra: la propaganda del terrorismo entre las masas (!), la preparación de complicadas –¡se ha olvidado ya la teoría de la calidad de incapturable!– empresas terroristas». ¿Verdad que resulta inteligente la maravilla? Entregar la vida de un revolucionario para vengarse del canalla Sipiaguin y sustituirlo por el canalla Plehve es una gran obra. Pero preparar, por ejemplo, a las masas para una manifestación armada es una labor minúscula. Revoliutsionnaya Rossia explica esto en su número 8, al declarar que de las manifestaciones armadas «es fácil hablar y escribir como de algo perteneciente a un futuro lejano e impreciso»; «pero todas estas peroratas han tenido hasta ahora un carácter sólo teórico». ¡Qué bien conocemos este lenguaje de quienes se sienten libres de las incomodidades que implican las firmes convicciones socialistas y de la gravosa experiencia de todos los movimientos populares, cualesquiera que sean! Esas personas confunden lo tangible y los resultados inmediatos sensacionales con su importancia práctica. Para ellas, la exigencia de sustentar con firmeza el criterio clasista y velar por el carácter masivo del movimiento es «teorización imprecisa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Aventurerismo revolucionario, 1902)
El jefe bolchevique condenó una y otra vez la teoría anarquista de que el pueblo ruso necesitaba «estimulantes» como el de los atentados para impulsar la organización y movilización del movimiento obrero. Incluso conectó esta desviación terrorista con la de los economicistas, ya que ambas eran expresiones del espontaneísmo:
«Svoboda [los eseristas] hace propaganda del terror como medio para «excitar» al movimiento obrero e imprimirle un «fuerte impulso». ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar si es que existen en la vida rusa tan pocos abusos, que aún falta inventar medios «excitantes» especiales. Y, por otra parte, si hay quien no se excita ni es excitable ni siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es acaso evidente que seguirá contemplando también el duelo entre el gobierno y un puñado de terroristas sin que nada le importe un comino? Se trata justamente de que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si es posible expresarse de este modo, y concentrar todas las gotas y arroyuelos de la excitación popular que la vida rusa destila en cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y creemos y que hay que reunir precisamente en un solo torrente gigantesco. Que es una tarea realizable lo demuestra de un modo irrefutable el enorme crecimiento del movimiento obrero, así como el ansia de los obreros, señalada más arriba, por la literatura política. Pero los llamamientos al terror, así como los llamamientos a que se imprima a la lucha económica misma un carácter político, representan distintas formas de esquivar el deber más imperioso de los revolucionarios rusos: organizar la agitación política en todos sus aspectos. (…) Tanto los terroristas como los economistas subestiman la actividad revolucionaria de las masas. (...) Además, unos se precipitan en busca de «excitantes» artificiales, otros hablan de «reivindicaciones concretas». Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en lo que atañe a la agitación política y a la organización de las denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir esto por nada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Efectivamente, cuando hablamos de la España franquista o posterior, el obrero tenía suficientes elementos «excitantes» como la creciente inflación, el desempleo o la represión, para su rabia. Lo que necesitaba era elevar su nivel ideológico y una buena organización, algo que todavía hoy sigue pendiente.
Muchos de los seguidores de estos grupos creen que cualquier acto armado es per se revolucionario. Lo primero que hay que decir es que discurrir así es la muestra más evidente de que se alberga un pensamiento exageradamente metafísico, donde de forma vulgar, sin tener en cuenta el contexto, se idealiza una acción, se petrifica y se la embellece como un mito –la heroicidad de la lucha armada–, como un principio inmutable que siempre será positivo en cualquier época y circunstancia, sin más análisis. A ejemplo de esto se llegan a conclusiones absurdas y peligrosas. Un levantamiento armado puede ser revolucionario o contrarrevolucionario dependiendo de la clase social, de la época y del momento. La misma acción armada ejecutada en diferentes momentos por el proletariado puede ser una aventura desastrosa si no se ha calculado bien la situación o se convierte en un crimen para los intereses de los explotados y su emancipación si no es llevada a cabo inmediatamente cuando todo está a su favor.
Miremos otro ejemplo histórico de cómo Lenin condena la «política de resistencia» y «agitación de las masas» basada en pegar un par de tiros esporádicos y asesinatos selectivos como realizaban el grupo anarquizado de los eseristas:
«Por nuestra parte, pensamos que sólo merecen el nombre de actos verdaderamente revolucionarios y capaces de infundir verdadero aliento a cuantos luchan por la revolución rusa, los movimientos de masas en los cuales el ascenso de la conciencia política y de la actividad revolucionaria de la clase obrera resulta patente para todos. No vemos en ello la tan cacareada «resistencia individual», cuyos nexos con las masas se reducen a declaraciones verbales, sentencias escritas, etc. Vemos la auténtica resistencia de las masas, y el grado de desorganización y de improvisación, el carácter espontáneo de esta resistencia, nos recuerdan cuán poco juicioso es empeñarse en exagerar las propias fuerzas revolucionarias, cuán criminal el menospreciar la tarea de mejorar cada vez más la organización y preparación de esa masa que realmente está luchando ante nuestros propios ojos. La única tarea digna de un revolucionario es aprender a elaborar, utilizar, tomar en sus manos el material que brinda sobradamente la realidad de Rusia, en lugar de disparar unos cuantos tiros para crear pretextos que estimulen a las masas y motivos para la agitación y la reflexión políticas. Los socialistas revolucionarios no se cansan de alabar el gran efecto «agitativo» de los asesinatos políticos, acerca de los cuales cuchichean a todas horas en las tertulias liberales y en las tabernas de la gente sencilla del pueblo. Para ellos, es poca cosa –¡ya sabemos que están libres de todos los estrechos dogmas de cualquier teoría socialista definida!– sustituir la educación política del proletariado –o por lo menos complementarla– por el sensacionalismo político». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Nuevos acontecimientos y viejos problemas, 1902)
Y el líder ruso sentencia que ellos, los bolcheviques, sólo consideran que los únicos revolucionarios que pueden llevar a cabo una labor de agitación son los que tienen en cuenta el estado de ánimo de las masas y sus necesidades:
«Por nuestra parte, sólo consideramos capaces de ejercer una acción real y seriamente «agitativa» –estimulante–, y no sólo estimulante, sino también –cosa mucho más importante–, educativa, los acontecimientos que protagoniza la propia masa, que nacen de los sentimientos y estados de ánimo de esta, y no son puestos en escena «con una finalidad especial» por tal o cual organización. Pensamos que cien asesinatos de zares juntos no producirán jamás un efecto tan estimulante y educativo como la participación de decenas de miles de obreros en concentraciones para discutir sus intereses vitales y la relación de éstos con la política, como esta participación en la lucha, que de veras pone en pie a nuevas y nuevas capas «vírgenes» del proletariado, elevándolas a una vida política más consciente, a una lucha revolucionaria más amplia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Nuevos acontecimientos y viejos problemas, 1902)
Los marxista-leninistas albaneses no dudaron en condenar a todos los ideólogos y grupos que levantaban esta teoría de que el aventurismo armado creaba conciencia e incluso organizaba a los obreros:
«Ideólogos de la «nueva izquierda» en Latinoamérica y Europa van aún más lejos. Ellos argumentan que sería necesario traer la conciencia socialista en la clase obrera y las masas trabajadoras. Pensarían hacer esto en base a que el papel de vanguardia podría ser jugado por una «minoría activa» que aparecería como «fermento» de la revolución. Afirman que la conciencia y la organización surgen espontáneamente en la batalla. Rechazan la necesidad de un partido de vanguardia, su rol y los principios leninistas en los que se estructura». (Foto Çami; Los factores objetivos y subjetivos de la revolución, 1973)
En España, el PCE (r) y su rama armada, el GRAPO, cumplieron sin duda el papel de los eseristas rusos, esto es, concentrar todo su «trabajo de masas» en atentados terroristas esporádicos y en justificaciones escritas, lo cual en realidad les alejaba de un trabajo de agitación real y de consolidar un apoyo para poder continuar. De hecho, al no tener ese necesario contacto con las masas, tampoco podían mantener el entramado militar, ni llevar a cabo sus acciones militares a un nivel ulterior, puesto que el aislacionismo y el rechazo popular mermaba sus filas y sus posibilidades.
Este fue un esquema que repitieron muchas bandas y guerrillas anarquistas, maoístas y guevaristas en Europa sobre todo durante las décadas de los 60 al 90 del siglo XX. En ocasiones, estos grupos que se autodefinían como marxistas o cercanos a él, pisoteaban los conceptos marxistas de partido, lucha armada popular, condiciones objetivas y subjetivas de la revolución, etc
La desconexión con las masas destruye a los grupos con desviaciones tanto derechistas como izquierdistas, tanto a la organización de tendencia electorera como a la organización de tendencia terrorista, ya que ambas organizaciones necesitan de ellas, aunque sea para mantenerse bajo mínimos. Si no, se está condenado a vagar por un tiempo hasta desaparecer.
ETA, por ejemplo, fue firme partidaria de esta teoría de la acción-reacción-acción. Se planteaba el objetivo de demostrar al pueblo vasco que, con sus acciones armadas y la consecuente represión, el régimen seguía siendo reaccionario en su esencia, y que no permitiría el derecho de autodeterminación mientras tuviese fuerzas para sostenerse. Esto es algo sacado de la experiencia anticolonial argelina:
«El gran principio inspirador de la práctica de ETA, el único que configura lo que puede ser una estrategia, ha sido el principio de acción-represión-acción: a la acción, al principio evidentemente minoritaria, del grupo de vanguardia correspondía una respuesta –represión– por parte del aparato militar del Estado: esta respuesta, al caer sobre el conjunto del pueblo, producía en éste un fenómeno de concienciación que ante la nueva respuesta –acción– del grupo de vanguardia debía ir aumentando la base política de éste y acercarlo al pueblo. De este modo, a través de una dinámica cada vez más rápida, cada vez con un mayor grado de acción –y de represión– habría de llegarse al último momento de esa dialéctica que habría de ser la insurrección popular armada». (Eduardo Moreno Bergaretxe, «Pertur»; Ponencia Otsagabia; El Partido de los Trabajadores Vascos: Una necesidad urgente en la coyuntura actual, (verano), 1976)
Desafortunadamente, esta concepción era común a todos los grupos de izquierda de la época, que actuaron partiendo de este precepto con una fe inusitada. El único «detalle» que olvidaban los grupos europeos es que, además de ser esto un bastardización de la dialéctica, para que este esquema tuviese éxito la población debía apoyar masivamente al grupo que provocaba las acciones, sostenerlo frente a la represión y hacer suyos su discurso y programa. Mientras que el enemigo debía estar debilitado –como la Francia de los años 60, acosada por problemas internos y externos en sus colonias–. A riesgo de parecer repetitivos, reincidimos en que tal cosa no sucedió jamás en España con la cuestión nacional vasca, entre otras cosas, porque el programa de la Alternativa KAS de la izquierda abertzale era difuso, cuando no utópico –pretendía que ETA desencadenase una serie de atentados que forzasen al Estado a negociar su independencia–. En realidad, ETA, con su actuación meramente militarista, se olvidó poco a poco de los intereses cotidianos y lejanos del pueblo vasco –exceptuando la cuestión nacional que además era enfocada desde un separatismo intransigente–. Por otra parte, el Estado español nunca estuvo ni cerca de estar contra las cuerdas por la estrategia militar terrorista como para aceptar los puntos de la Alternativa KAS.
Pero la dirección de ETA era tan ilusa que creía que estaba «ganando la guerra» con su estrategia de la acción-reacción-acción y que el gobierno se iba a sentar a negociar en breves la carta de libertad para Euskadi. Hubo algunos, como Pertur, a los que las evidencias de los hechos obligaron a renunciar a esta visión dogmática de militarismo a ultranza–algunos para caer en el reformismo, cierto es, pero eso no excluye que la estrategia de ETA no tuviera ni pies ni cabeza–, puesto que las repercusiones se estaban haciendo notar fuertemente.
«Este esquema pudo revelarse acertado durante los primeros años de lucha de ETA, pero los siguientes han venido a demostrar su total inviabilidad. Un proceso revolucionario es algo mucho más complejo y diversificado, en el cual influyen factores de muy diverso tipo, y cuyo desarrollo no es lineal. Lo que ha sucedido en realidad –y lo que no se tenía en cuenta– ha sido que la represión no sólo ha producido el efecto de una concienciación positiva, sino también un aspecto negativo de desarticulación de la vanguardia, desarticulación que impedía que el proceso continuara con un aumento de nivel. Lo que se produce en lugar de ello era un tiempo de estancamiento hasta que se volvía a empezar al mismo nivel que antes». (Eduardo Moreno Bergaretxe, «Pertur»; Ponencia Otsagabia; El Partido de los Trabajadores Vascos: Una necesidad urgente en la coyuntura actual, (verano), 1976)
Pertur, que quizás fue el etarra que más se acercó a dar en el blanco sobre los problemas que tenía ETA, dijo lo siguiente, profetizando el destino que le aguardaba a la organización si no corregía su estrategia militarista:
«Es cierto que la dinámica acción-represión ha puesto al descubierto al régimen. Es cierto que ha aumentado la comprensión de la lucha armada por una parte cada vez más amplia de nuestro pueblo. (…) Pero no es menos cierto que la presión, durísima e indiscriminada, que se ha batido sobre Euskadi, ha alcanzado de una forma enorme a ETA. Comandos militares, militantes trabajando a nivel de masas, gente del pueblo que apoyaba dando infraestructura han sido barridos una y otra vez. (…) El resultado ha sido el que todos conocemos: una impresionante cantidad de detenidos, y una incapacidad total para responder, por nuestra parte, a una situación que nosotros mismos habíamos contribuido a crear. (…) No basta con agudizar las contradicciones de la sociedad y ponerlas en evidencia. (…) Una organización revolucionaria tiene una segunda y muy importante tarea, la de, en esas nuevas condiciones, brindar alternativas a las masas, canalizar la conciencia política que van tomando: la tarea de dirección revolucionaria, después de concienciar, organizar. Esa segunda tarea no la hemos cumplido. (…) ¿Puede hoy ETA ejercer la dirección política del movimiento de la izquierda abertzale? Y la que va unida a ella, ¿puede el movimiento de la izquierda abertzale, sin una dirección política clara, ser una fuerza hegemónica en el conjunto de las fuerzas vascas? Nuestra respuesta a ambas cuestiones es clara: ni una cosa ni la otra. No es posible ya que la incoherencia y las vacilaciones del KAS a la hora de proponer –de no proponer habría que decir– alternativas, al menos hasta el presente, su absoluta falta de iniciativa, demuestra claramente la imposibilidad de que la izquierda abertzale se convierta en la fuerza hegemónica en Euskadi mientras no exista dirección política. No es posible tampoco que ETA tal como es hoy, constituya la fuerza dirigente dentro del movimiento de la izquierda abertzale. Nuestro aislamiento dentro del KAS, a pesar de ser la única fuerza con una incidencia real de masas es también una demostración de ello. (…) Es preciso brindar una solución. (…) Hacer la reconversión política de ETA, o más bien la reconversión organizativa de la lucha política que hasta ahora hemos llevado en ETA. (…) Ahora bien, lo que nosotros afirmamos, además, es que, en la situación actual, y más aún en una futura democracia burguesa, una organización que se saltaría la práctica política y la práctica militar está incapacitada para ejercer esa dirección política. Puede marcar unas grandes líneas, pero le es totalmente imposible mantener una incidencia directa en las cuestiones cotidianas, en las situaciones concretas, que es donde realmente se juega esa dirección política. La razón de ello es que los militantes de la organización político-militar, obligados a mantener unas normas de clandestinidad y una compartimentación a causa de la práctica armada, van a tener una libertad de movimientos infinitamente menor que aquellos que militen en una organización exclusivamente política. (…) Ello no significa que haya que abandonar el empleo de la violencia, antes, al contrario, el mantenimiento de una lucha armada adecuada a las nuevas condiciones dependerá de que, tanto el partido como el conjunto del pueblo vasco, no olviden que la revolución –y consiguientemente la independencia– no van a ser posibles sin la creación de un ejército al servicio del pueblo y sin el empleo de la violencia revolucionaria. (…) No es planteable en ningún modo una estrategia de ataque frontal. Ello sería un suicidio político para la vanguardia, tanto por que la conciencia subjetiva del pueblo no está preparada para ello». (Eduardo Moreno Bergaretxe, «Pertur»; Ponencia Otsagabia; El Partido de los Trabajadores Vascos: Una necesidad urgente en la coyuntura actual, (verano), 1976)
Anticipando el futuro de la actual izquierda abertzale, diría unas palabras lapidarias para los nuevos «gudaris» del socialdemocratismo:
«El verdadero criterio de «eficacia revolucionaria» no está en las posibilidades de organización que brinda la democracia burguesa, sino en la capacidad de cuestionar, a partir de ellas, las propias reglas del juego por las que se rige el sistema. (…) La trampa en la que ha caído, por ejemplo, el PC italiano es, precisamente que se está evidenciando, frente a la corrupción demócrata-cristiana, como la organización más eficaz para la gestión municipal y gubernamental, pero dentro de la democracia burguesa, sin poderse salir ni lo más mínimo de sus cauces. (…) Esto se refiere a todo lo relacionado con las prácticas electorales. (…) Hay que participar, es evidente, hay que ganar, pero no hay que olvidar que la oligarquía será la primera en violar sus propias reglas de juego si la relación de fuerzas comienza a serle desfavorable». (Eduardo Moreno Bergaretxe, «Pertur»; Ponencia Otsagabia; El Partido de los Trabajadores Vascos: Una necesidad urgente en la coyuntura actual, (verano), 1976)
Por supuesto, Pertur no puede ser tomado como referencia para un marxista, ya que, como se ve en su texto, realmente no analiza los errores militares de ETA en cuanto al uso del terrorismo –considerando que en los años del fascismo esa idea de acción-reacción-acción podría ser válida–, sino que expone solo sus resultados más evidentes tras años de estancamiento militar y político –aunque esto le honra y seguramente fue una de las razones por la que sus compañeros le hicieron «desaparecer»–.
Pero el señor Pertur no podía desligarse del ambiente de la izquierda abertzale en que había desarrollado sus nociones políticas. Pese a soltar unas cuantas frases sobre la importancia del internacionalismo, su sospecha nacionalista hace que concluya que «no es concebible una revolución estatal que pudiera posteriormente dar la libertad para Euskadi» –suponemos que la independencia o la federación acordada entre Rusia y muchos países gracias a la revolución de los bolcheviques no le convence suficientemente como episodio histórico que corrobora esa posibilidad–. El objetivo final de ETA era la independencia, como deja claro en varios párrafos: «el partido de los trabajadores vascos» debe aspirar a ser «un partido independentista que propugne la instauración de un Estado vasco reunificado como única solución definitiva para la opresión nacional».
En este tema de la cuestión nacional comenta que «no tiene sentido dar, en el aspecto nacional, una formulación totalmente concreta –la creación de un Estado propio–». Ergo, esto significa que –más allá de que sean erradas o correctas–, se pretendía ocultar las propuestas del partido sobre la cuestión nacional en los frentes de masas. Si, según él, la única solución en la cuestión nacional para Euskadi era la independencia –cosa que para nosotros es un equívoco propio de un nacionalista–, ¿por qué ocultarlo?
De nuevo, Pertur dejaba entrever esta noción nacionalista extrema cuando aludía a que «existen en Euskadi amplios sectores de gente que se siente abertzale, es decir, que lucha contra la opresión nacional y quiere la libertad de Euskadi, pero no tiene una conciencia clara independentista», y consideraba que quienes no eran independentistas era porque la «conciencia nacional es menor». ¿Uno es más vasco o menos vasco por querer federarse con otros pueblos con los que cree que puede convivir en el socialismo, o simplemente es más chovinista o provinciano?
Por un lado, opinaba que la «unidad popular abertzale» exigía reconocer que la burguesía no busca el «socialismo» ni la soberanía nacional de Euskadi, pero, inexplicablemente en su «programa popular abertzale» consideraba que «a nivel electoral es necesario un instrumento cuyas declaraciones públicas sean lo suficientemente amplias y ambiguas» como para «aglutinar a sectores mayoritarios de la población vasca tras su candidatura», añadiendo que para poder «aglutinar en el aspecto social las formulaciones van a tener que ser también ambiguas, so pena de caer en un organismo que no sea de masas, sino que sea un partido político disfrazado». Es decir, para Pertur, el programa de la «unidad popular abertzale» tenía que ser una amalgama de consignas vagas, ¡precisamente la incoherencia y falta de claridad que contenía la Alternativa KAS de la cual él mismo se quejaba! ¿Cómo se asegura así la «dirección de la clase obrera en la revolución» de la que hablaba? ¿No era esto repetir los defectos que ya tenía ETA desde su nacimiento con sus desviaciones pequeño burguesas?
Del mismo modo, cuando insistía sobre la creación de «un partido basado en los principios del centralismo democrático y con una fuerte cohesión ideológica», e incluso hablaba de «una revolución económica –socialista–», vemos que inmediatamente unía el –marxismo-leninismo» con las «experiencias china, cubana, vietnamita», por lo que se puede dar por sentado que ese «marxismo» no era sino nacionalismo sazonado con un par de nociones de marxismo, mezclado y agitado con cualquiera de las variantes revisionistas del tercermundismo de moda que ETA acostumbró a saludar en sus documentos. El supuesto «marxismo-leninismo» de ETA era, como siempre hemos dicho, una entelequia. Pese a todo estamos de acuerdo en que como decía un testigo de época:
«Pertur era el más inteligente de ETA, por eso lo mataron... es así de simple y de vulgar, como son ellos. No tienes más que ver a la patulea de los que quedan vivos encarcelados. Son el prototipo de la estulticia, una pandilla…. El único jeta que no tonto, es el Otegi». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
Pasemos ahora al siguiente capítulo para seguir evaluando la línea militar del PCE (r)/GRAPO». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE(r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2021)
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