«El problema nacional y colonial está indisolublemente unido al problema general de la revolución proletaria del establecimiento de la dictadura del proletariado. Pero si los problemas van unidos y si en la solución final uno es necesario al otro, no por ello debemos concluir que existe una absoluta identidad.
En cualquier caso el triunfo del proletariado significa la solución definitiva del problema nacional o colonial. Pero no en todos los casos la solución posible a un problema nacional asegura o ayuda al triunfo definitivo del proletariado. Hay casos en los que el problema nacional puede llegar a ser, momentáneamente y en circunstancias dadas un estorbo, un enemigo a combatir.
Cuando los socialdemócratas defendieron en 1914 «su» Patria francesa o alemana o inglesa, no defendieron una causa justa, pues lo que estaba en juego no era la existencia de «su» nación, sino el mayor o menor poder de riqueza de los «sus» imperialistas. Cuando los socialdemócratas polacos abonaban el régimen de Pilsudsky, no estaban acertados, pues con ello no favorecían la lucha de los proletarios polacos, sino que la perjudicaban fortaleciendo el dominio de «sus» imperialistas sobre los obreros y campesinos polacos y los lituanos, blanco-rusos y ucranianos.
Cuando los socialdemócratas alemanes, con Kautsky a la cabeza, abogaban por la asimilación de los checos, con la afirmación de que los checos nada podrían ganar con su «pobre» nacionalidad y sí en cambio mucho con la«cultura alemana», se proponían, en realidad, fortalecer, desde el campo obrero, la política imperialista del kaiserismo.
No siempre la defensa de la nación imperialista o no soberana coincide con los intereses fundamentales de la clase obrera. En este caso, compañeros, y esto debe quedar bien claro, prima siempre el derecho de la clase obrera. Para Marx no ofrecía ninguna duda esta subordinación del problema nacional al problema obrero.
Olvidar esto nos llevaría fácilmente en el campo del nacionalismo pequeño burgués, a la aceptación de la tesis de la «comunidad de destino», tesis apreciada por los nacionalistas y por muchos sectores socialdemócratas. No existe una «comunidad de destino» en la nación, ya sea esta soberana o dependiente. Puede existir una coincidencia momentánea para la consecución de un objetivo común. Pero, nada más, pues «en cada nación moderna hay dos naciones», nos ha dicho Lenin. La nación burguesa que históricamente desaparecerá y la nación proletaria que históricamente debe ascender al poder político y económico, el ejercicio de su propia dictadura para forjar el mundo nuevo en el que sí que habrá una «comunidad de destino». La burguesía de cada país se basó en el problema nacional con el fin de engañar a los obreros, para embrutecer a los campesinos, para envenenar la pequeña burguesía. La clase obrera de cada país se basa en el problema nacional para llevar adelante la revolución, para resolver conjuntamente con el problema nacional el de su dictadura.
Es la clase obrera la dirigente en la lucha por la emancipación de los hombres y de los pueblos. Es clase obrera la que triunfante asegura la victoria definitiva, puesto que no concibe el régimen socialista con la persistencia de la opresión sobre el hombre y los pueblos. Es natural y necesario, pues, que el derecho de la clase obrera tenga preferencia sobre el derecho nacional, cuando la opción nos sea planteada de manera objetiva y concreta. Esta opinión, sin embargo, teniendo en cuenta la experiencia histórica, se presenta por excepción por cuanto, normalmente, el hecho nacional, la lucha nacional contra opresores e imperialistas, es progresiva, revolucionaria, no reaccionaria. Esta posible opción sobre casos objetivos y determinados, no afecta en lo más mínimo la línea nacional, a los principios leninistas sobre la línea nacional que estamos analizando». (Joan Comorera; El problema de las nacionalidades en España, 1942)
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