«El fin de la Segunda Guerra Mundial ha traído cambios considerables en la situación internacional en su conjunto. La derrota militar del bloque de países fascistas, el carácter de la guerra como guerra de liberación antifascista y el papel decisivo de la Unión Soviética en la victoria sobre los agresores fascistas, han modificado sustancialmente la correlación de fuerzas entre los dos sistemas –socialista y capitalista– a favor del socialismo.
¿Cuál es la naturaleza de estos cambios?
La consecuencia principal de la Segunda Guerra Mundial fue la derrota militar de Alemania y Japón, los dos países más agresivos y militaristas del capitalismo. Los elementos imperialistas y reaccionarios del mundo –particularmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia– pusieron grandes esperanzas en Alemania y Japón, y principalmente en la Alemania de Hitler: en primer lugar, como la fuerza más capacitada para asestar un golpe contra la Unión Soviética, con el fin de destruirla o por lo menos debilitarla y socavar su influencia; y en segundo lugar, como la fuerza capaz de aplastar a la clase obrera revolucionaria y al movimiento democrático en Alemania y los países víctimas de la agresión hitleriana, para así fortalecer la posición general del capitalismo.
Esta fue la razón principal de la política de «apaciguamiento» e incitación a la agresión fascista –la «política de Múnich»–, seguida de manera persistente por los círculos imperialistas gobernantes de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, antes de la guerra. Pero las esperanzas depositadas en los hitleristas, por parte de los imperialistas ingleses, franceses y estadounidenses, fueron vanas. Quedó demostrado que los hitleristas eran más débiles, en tanto que la Unión Soviética y los pueblos amantes de la libertad eran más fuertes de lo que pensaban los munichistas. Y como resultado de la Segunda Guerra Mundial, las principales fuerzas belicosas de la reacción fascista internacional han sido aplastadas y puestas fuera de acción por un largo tiempo por venir.
Esto fue acompañado por otra pérdida grave del sistema capitalista mundial en su conjunto. La Primera Guerra Mundial tuvo como consecuencia principal la apertura de una brecha en el frente único imperialista y la separación de Rusia del sistema capitalista mundial. Luego, como producto de la victoria del sistema socialista en la Unión Soviética, el capitalismo dejó de ser el único sistema en la economía mundial. Por su parte, la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo, el debilitamiento de la posición internacional del capitalismo y el fortalecimiento del movimiento antifascista, permitieron que un grupo de países del centro y el sudeste de Europa se separara del sistema imperialista. En esos países se han establecido nuevos regímenes democrático-populares. El admirable ejemplo de la Guerra Patria de la Unión Soviética y el rol liberador del Ejército Rojo fueron acompañados por la lucha de las masas de los países amantes de la libertad, por la liberación nacional de la invasión fascista y sus cómplices. En el curso de esa lucha, los elementos profascistas y los colaboracionistas –lo más influyente de los grandes capitalistas, terratenientes, altos funcionarios y oficiales monárquicos–, fueron desenmascarados como traidores a los intereses nacionales. La liberación de la esclavitud fascista alemana en los países del Danubio fue acompañada por la remoción del poder de la gran burguesía y los terratenientes involucrados en la colaboración con el fascismo alemán, y por el ascenso al poder de nuevas fuerzas del pueblo que demostraron valor en la lucha contra los invasores nazis. En esos países, los representantes de la clase obrera, el campesinado y la intelectualidad progresista han tomado el poder. La autoridad de la clase obrera y su influencia en el pueblo han crecido de forma considerable, porque demostró, en todo momento y lugar, el mayor heroísmo y la mayor consecuencia y combatividad en la guerra antifascista.
El nuevo poder democrático en Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Albania, respaldado por las masas populares, ha demostrado que tiene la capacidad para llevar a cabo, en el tiempo más corto posible, reformas democráticas y progresistas que la democracia burguesa ya no es capaz de realizar.
La reforma agraria ha entregado la tierra a los campesinos y ha dado lugar a la eliminación de la clase de los terratenientes. La nacionalización de la gran industria y los bancos y la confiscación de la propiedad de los traidores que colaboraron con los alemanes, han socavado radicalmente la posición del capital monopolista en esos países y han liberado a las masas del yugo imperialista. Además de eso, se han sentado las bases para la propiedad nacional estatal y se ha creado un nuevo tipo de Estado –la República Popular– donde el poder pertenece al pueblo, donde la gran industria, el transporte y los bancos son propiedad del Estado, y donde el bloque de las clases trabajadoras de la población, encabezado por la clase obrera, constituye la fuerza principal. De esa forma, los pueblos de esos países no sólo se han liberado del dominio imperialista también están preparando el camino para ingresar a la vía del desarrollo socialista.
Como consecuencia de la guerra, la importancia internacional y la autoridad de la Unión Soviética han crecido de forma inconmensurable. La Unión Soviética fue la fuerza principal y el espíritu guía de la victoria militar sobre Alemania y Japón. Las fuerzas democráticas progresistas de todo el mundo se unieron en torno a la Unión Soviética. El Estado socialista resistió exitosamente las pruebas más duras de la guerra y salió victorioso de la lucha a muerte contra su enemigo más poderoso. En lugar de debilitarse, la Unión Soviética se ha hecho más fuerte.
En el mundo capitalista ha habido cambios sustanciales. De las seis «grandes potencias imperialistas» –Alemania, Japón, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia e Italia–, tres han sido eliminadas como resultado de su derrota militar: Alemania, Japón e Italia. Francia se ha debilitado y ha perdido su condición de gran potencia. Sólo quedan dos potencias imperialistas: Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero la posición de una de ellas –Gran Bretaña– ha sido socavada. La guerra puso en evidencia que el imperialismo británico no era tan fuerte –militar y políticamente– como antes. En Europa, Gran Bretaña estuvo indefensa ante la agresión alemana. Y en Asia, Gran Bretaña –el poder imperialista más extenso– fue incapaz de mantener sus posesiones coloniales por sí sola. Al perder temporalmente el contacto con sus colonias que la proveían de alimentos y materia primas y que absorbían una gran parte de sus productos industriales, Gran Bretaña se hizo dependiente militar y económicamente de los suministros de alimentos y bienes industriales estadounidenses. Después de la guerra, empezó a acentuarse su dependencia económica y financiera con respecto de Estados Unidos. Y aunque Gran Bretaña logró recuperar sus colonias, después de la guerra, lo hizo enfrentada con la creciente influencia en ellas del imperialismo estadounidense, que durante la guerra ocupó todas las regiones que antes eran consideradas esferas de influencia del capital británico –el oriente árabe, el sudeste asiático–. Estados Unidos ha aumentado también su influencia en los dominios del Imperio británico y en Sudamérica, donde la posición de Gran Bretaña está pasando considerable y aceleradamente a Estados Unidos.
La Segunda Guerra Mundial agudizó la crisis del sistema colonial, tal como lo demuestra el auge del poderoso movimiento de liberación nacional en los países coloniales y dependientes. Esto ha puesto en peligro la retaguardia del sistema capitalista. Los pueblos de las colonias se rehúsan a seguir viviendo como antes, mientras que las clases dirigentes de los países colonialistas no pueden seguir gobernando sus colonias a la vieja usanza. Los intentos de aplastar el movimiento de liberación nacional, mediante la fuerza militar, ahora chocan de manera frecuente con la resistencia armada de los pueblos coloniales y dan lugar a guerras coloniales prolongadas –Países Bajos en Indonesia, Francia en Vietnam–.
La guerra –que es producto del desarrollo desigual del capitalismo en los diferentes países– ha intensificado aún más este desarrollo desigual. De todas las potencias capitalistas, sólo una –Estados Unidos– ha salido de la guerra sin debilitarse; y no sólo eso, ha salido considerablemente más fuerte económica y militarmente. La guerra ha enriquecido enormemente a los capitalistas estadounidenses. Además, el pueblo estadounidense no experimentó las privaciones que acompañan a la guerra, la dureza de la ocupación extranjera o el bombardeo aéreo. Las pérdidas humanas de Estados Unidos –que, prácticamente, ingresó a la guerra en la fase final, cuando su resultado estaba ya decidido– fueron relativamente pequeñas. Para los Estados Unidos, la guerra fue ante todo y principalmente un impulso para el desarrollo extensivo de su producción industrial y el incremento sustancial de sus exportaciones –principalmente a Europa–.
Pero la finalización de la guerra enfrentó a Estados Unidos con una serie de nuevos problemas. Los monopolios capitalistas estaban ansiosos de preservar sus altos niveles de ganancia y, con ese propósito, presionaron fuertemente para impedir la reducción del volumen de contratos que tenían durante la guerra. Pero esto exigía que Estados Unidos conservara los mercados extranjeros que absorbieron sus productos durante la guerra, y que además conquistara nuevos mercados, dado que la guerra redujo la capacidad de compra de la mayoría de países. La dependencia económica y financiera de estos países, con respecto a Estados Unidos, también se ha incrementado. Estados Unidos ha colocado créditos en el extranjero por un valor de 19,000 millones de dólares, sin contar las inversiones en el Banco Internacional y el Fondo Monetario Internacional.
Los principales competidores de Estados Unidos –Alemania y Japón– han desaparecido del mercado mundial y esto ha creado nuevas y grandes oportunidades para Estados Unidos.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, los más influyentes círculos reaccionarios del imperialismo estadounidense siguieron una política de aislamiento y se abstuvieron de intervenir activamente en los asuntos de Europa y Asia. Sin embargo, bajo las nuevas condiciones de posguerra, los mandamases de Wall Street han adoptado una nueva política. Han puesto en marcha un programa para la utilización de todo el poderío económico y militar estadounidense, no sólo para preservar y consolidar las posiciones ganadas en el exterior durante la guerra, sino también para ampliarlas al máximo y lograr que Estados Unidos ocupe el lugar de Alemania, Japón e Italia en los mercados mundiales. El notable declive del poder económico de los otros países capitalistas ha creado la oportunidad para que se especule con sus dificultades económicas de posguerra, y en particular con las dificultades económicas de posguerra de Gran Bretaña, haciendo más fácil ponerlos bajo el control estadounidense. Estados Unidos ha proclamado una nueva orientación abiertamente depredadora y expansionista.
El objetivo de esta nueva orientación, abiertamente expansionista, es establecer la supremacía mundial del imperialismo estadounidense. A fin de consolidar la posición monopólica de Estados Unidos en los mercados mundiales, ganada como consecuencia de la desaparición de sus dos más grandes competidores –Alemania y Japón– y el debilitamiento de sus socios capitalistas –Gran Bretaña y Francia–, la nueva orientación de la política de Estados Unidos contempla un amplio programa de medidas políticas, económicas y militares, diseñado para establecer el dominio económico y político en todos los países que son objeto de la expansión estadounidense, reduciéndolos a la condición de satélites de Estados Unidos. Este programa también incluye el establecimiento, en esos países, de regímenes que puedan acabar con toda resistencia de la clase obrera y los movimientos democráticos a la explotación del capital estadounidense. Estados Unidos intenta aplicar esta nueva orientación política no sólo a sus enemigos de guerra y a los países neutrales, sino también en grado creciente a sus aliados de guerra.
Está poniendo especial atención a la explotación de las dificultades económicas de Gran Bretaña, que no sólo es aliado de Estados Unidos sino también su antiguo rival y competidor capitalista. La política expansionista estadounidense está diseñada no sólo para evitar que Gran Bretaña escape de la dependencia económica de Estados Unidos, establecida durante la guerra, sino también para aumentar la presión sobre Gran Bretaña, con el fin de privarla gradualmente del control sobre sus colonias, desplazarla de sus esferas de influencia y reducirla a la condición de potencia vasalla.
De este modo, la nueva política de Estados Unidos está dirigida a consolidar su posición monopólica y a reducir a sus socios capitalistas a un estado de subordinación y dependencia de Estados Unidos.
Sin embargo, las aspiraciones de Estados Unidos a la supremacía mundial tienen un obstáculo en la Unión Soviética –el baluarte de la política antiimperialista y antifascista– y su creciente influencia internacional, en los países de nueva democracia que han escapado del control del imperialismo anglo-americano, y en los trabajadores de todos los países –incluyendo los de Estados Unidos– que no quieren nuevas guerras por la supremacía de sus opresores. Por eso, la nueva política expansionista y reaccionaria de Estados Unidos prevé la lucha contra la Unión Soviética, contra los países de nueva democracia, contra el movimiento de la clase obrera de todos los países, contra el movimiento de la clase obrera estadounidense, y contra las fuerzas antiimperialistas emancipadoras de todos los países del mundo.
Los reaccionarios estadounidenses –alarmados por los éxitos del socialismo en la Unión Soviética, los éxitos de los países de nueva democracia y el crecimiento de posguerra de la clase obrera y el movimiento democrático en todos los países del mundo– han decidido asumir el papel de «salvadores» del sistema capitalista del comunismo. Por esa razón, el programa francamente expansionista de Estados Unidos es bastante reminiscente del programa aventurerista de los agresores fascistas, programa que tuvo un deshonroso fracaso. Los agresores fascistas, como todo el mundo sabe, también reclamaban la supremacía mundial.
Mientras los hitleristas se preparaban para su agresión depredadora, adoptaron el ropaje del anticomunismo para poder lograr la opresión y esclavización de todos los pueblos, y ante todo y principalmente de su propio pueblo. Del mismo modo, en la actualidad, los círculos dirigentes de Estados Unidos disfrazan su política expansionista, e incluso su ofensiva contra los intereses vitales de su débil rival –Gran Bretaña–, alegando ficticias consideraciones de defensa contra el comunismo.
La frenética carrera armamentista, la construcción de nuevas bases militares y la creación de cabezas de puente para las fuerzas armadas estadounidenses en todas partes del mundo, son justificadas falsa e hipócritamente por motivos de «defensa» contra una imaginaria amenaza militar de parte de la Unión Soviética. Con la ayuda de la intimidación, el soborno y el chantaje, a la diplomacia estadounidense le es fácil arrancar a los otros países capitalistas, y, en primer lugar, a Gran Bretaña, el consentimiento para la consolidación legal de la posición superior de Estados Unidos en Europa y Asia –en las zonas occidentales de Alemania y Austria, en Italia, Grecia, Turquía, Egipto, Irán, Afganistán, China, Japón, etc.
Los imperialistas estadounidenses se consideran la principal fuerza opositora a la Unión Soviética, a los países de nueva democracia y a la clase obrera y movimientos democráticos de todos los países del mundo, y el baluarte de las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas de todo el globo. En virtud de ello, literalmente, al día siguiente de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, empezaron a trabajar por la formación de un frente hostil a la Unión Soviética y a la democracia mundial, y a fomentar las fuerzas reaccionarias y antipopulares –colaboracionistas y antiguos cómplices capitalistas– en los países europeos recién liberados del yugo nazi, que empezaban a reorganizar su vida de acuerdo a sus propias decisiones.
Los más malévolos y desequilibrados políticos imperialistas, siguiendo el ejemplo de Churchill, abogaron por planes para la pronta realización de una guerra preventiva contra la Unión Soviética y llamaron abiertamente a que el monopolio temporal estadounidense de la bomba atómica sea usado contra el pueblo soviético. Los instigadores de una nueva guerra intentan atemorizar y chantajear no sólo a la Unión Soviética sino también a otros países –en particular a China e India–, presentando falsamente a la Unión Soviética como el posible agresor, mientras se presentan a sí mismos como «amigos» de China e India y «salvadores» del peligro comunista, llamados a «ayudar» a los países débiles. De este modo, buscan mantener a China e India bajo la dominación imperialista y continuar con su esclavización económica y política». (Andréi Zhdánov; Sobre la situación internacional;Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 1947)
¿Cuál es la naturaleza de estos cambios?
La consecuencia principal de la Segunda Guerra Mundial fue la derrota militar de Alemania y Japón, los dos países más agresivos y militaristas del capitalismo. Los elementos imperialistas y reaccionarios del mundo –particularmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia– pusieron grandes esperanzas en Alemania y Japón, y principalmente en la Alemania de Hitler: en primer lugar, como la fuerza más capacitada para asestar un golpe contra la Unión Soviética, con el fin de destruirla o por lo menos debilitarla y socavar su influencia; y en segundo lugar, como la fuerza capaz de aplastar a la clase obrera revolucionaria y al movimiento democrático en Alemania y los países víctimas de la agresión hitleriana, para así fortalecer la posición general del capitalismo.
Esta fue la razón principal de la política de «apaciguamiento» e incitación a la agresión fascista –la «política de Múnich»–, seguida de manera persistente por los círculos imperialistas gobernantes de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, antes de la guerra. Pero las esperanzas depositadas en los hitleristas, por parte de los imperialistas ingleses, franceses y estadounidenses, fueron vanas. Quedó demostrado que los hitleristas eran más débiles, en tanto que la Unión Soviética y los pueblos amantes de la libertad eran más fuertes de lo que pensaban los munichistas. Y como resultado de la Segunda Guerra Mundial, las principales fuerzas belicosas de la reacción fascista internacional han sido aplastadas y puestas fuera de acción por un largo tiempo por venir.
Esto fue acompañado por otra pérdida grave del sistema capitalista mundial en su conjunto. La Primera Guerra Mundial tuvo como consecuencia principal la apertura de una brecha en el frente único imperialista y la separación de Rusia del sistema capitalista mundial. Luego, como producto de la victoria del sistema socialista en la Unión Soviética, el capitalismo dejó de ser el único sistema en la economía mundial. Por su parte, la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo, el debilitamiento de la posición internacional del capitalismo y el fortalecimiento del movimiento antifascista, permitieron que un grupo de países del centro y el sudeste de Europa se separara del sistema imperialista. En esos países se han establecido nuevos regímenes democrático-populares. El admirable ejemplo de la Guerra Patria de la Unión Soviética y el rol liberador del Ejército Rojo fueron acompañados por la lucha de las masas de los países amantes de la libertad, por la liberación nacional de la invasión fascista y sus cómplices. En el curso de esa lucha, los elementos profascistas y los colaboracionistas –lo más influyente de los grandes capitalistas, terratenientes, altos funcionarios y oficiales monárquicos–, fueron desenmascarados como traidores a los intereses nacionales. La liberación de la esclavitud fascista alemana en los países del Danubio fue acompañada por la remoción del poder de la gran burguesía y los terratenientes involucrados en la colaboración con el fascismo alemán, y por el ascenso al poder de nuevas fuerzas del pueblo que demostraron valor en la lucha contra los invasores nazis. En esos países, los representantes de la clase obrera, el campesinado y la intelectualidad progresista han tomado el poder. La autoridad de la clase obrera y su influencia en el pueblo han crecido de forma considerable, porque demostró, en todo momento y lugar, el mayor heroísmo y la mayor consecuencia y combatividad en la guerra antifascista.
El nuevo poder democrático en Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Albania, respaldado por las masas populares, ha demostrado que tiene la capacidad para llevar a cabo, en el tiempo más corto posible, reformas democráticas y progresistas que la democracia burguesa ya no es capaz de realizar.
La reforma agraria ha entregado la tierra a los campesinos y ha dado lugar a la eliminación de la clase de los terratenientes. La nacionalización de la gran industria y los bancos y la confiscación de la propiedad de los traidores que colaboraron con los alemanes, han socavado radicalmente la posición del capital monopolista en esos países y han liberado a las masas del yugo imperialista. Además de eso, se han sentado las bases para la propiedad nacional estatal y se ha creado un nuevo tipo de Estado –la República Popular– donde el poder pertenece al pueblo, donde la gran industria, el transporte y los bancos son propiedad del Estado, y donde el bloque de las clases trabajadoras de la población, encabezado por la clase obrera, constituye la fuerza principal. De esa forma, los pueblos de esos países no sólo se han liberado del dominio imperialista también están preparando el camino para ingresar a la vía del desarrollo socialista.
Como consecuencia de la guerra, la importancia internacional y la autoridad de la Unión Soviética han crecido de forma inconmensurable. La Unión Soviética fue la fuerza principal y el espíritu guía de la victoria militar sobre Alemania y Japón. Las fuerzas democráticas progresistas de todo el mundo se unieron en torno a la Unión Soviética. El Estado socialista resistió exitosamente las pruebas más duras de la guerra y salió victorioso de la lucha a muerte contra su enemigo más poderoso. En lugar de debilitarse, la Unión Soviética se ha hecho más fuerte.
En el mundo capitalista ha habido cambios sustanciales. De las seis «grandes potencias imperialistas» –Alemania, Japón, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia e Italia–, tres han sido eliminadas como resultado de su derrota militar: Alemania, Japón e Italia. Francia se ha debilitado y ha perdido su condición de gran potencia. Sólo quedan dos potencias imperialistas: Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero la posición de una de ellas –Gran Bretaña– ha sido socavada. La guerra puso en evidencia que el imperialismo británico no era tan fuerte –militar y políticamente– como antes. En Europa, Gran Bretaña estuvo indefensa ante la agresión alemana. Y en Asia, Gran Bretaña –el poder imperialista más extenso– fue incapaz de mantener sus posesiones coloniales por sí sola. Al perder temporalmente el contacto con sus colonias que la proveían de alimentos y materia primas y que absorbían una gran parte de sus productos industriales, Gran Bretaña se hizo dependiente militar y económicamente de los suministros de alimentos y bienes industriales estadounidenses. Después de la guerra, empezó a acentuarse su dependencia económica y financiera con respecto de Estados Unidos. Y aunque Gran Bretaña logró recuperar sus colonias, después de la guerra, lo hizo enfrentada con la creciente influencia en ellas del imperialismo estadounidense, que durante la guerra ocupó todas las regiones que antes eran consideradas esferas de influencia del capital británico –el oriente árabe, el sudeste asiático–. Estados Unidos ha aumentado también su influencia en los dominios del Imperio británico y en Sudamérica, donde la posición de Gran Bretaña está pasando considerable y aceleradamente a Estados Unidos.
La Segunda Guerra Mundial agudizó la crisis del sistema colonial, tal como lo demuestra el auge del poderoso movimiento de liberación nacional en los países coloniales y dependientes. Esto ha puesto en peligro la retaguardia del sistema capitalista. Los pueblos de las colonias se rehúsan a seguir viviendo como antes, mientras que las clases dirigentes de los países colonialistas no pueden seguir gobernando sus colonias a la vieja usanza. Los intentos de aplastar el movimiento de liberación nacional, mediante la fuerza militar, ahora chocan de manera frecuente con la resistencia armada de los pueblos coloniales y dan lugar a guerras coloniales prolongadas –Países Bajos en Indonesia, Francia en Vietnam–.
La guerra –que es producto del desarrollo desigual del capitalismo en los diferentes países– ha intensificado aún más este desarrollo desigual. De todas las potencias capitalistas, sólo una –Estados Unidos– ha salido de la guerra sin debilitarse; y no sólo eso, ha salido considerablemente más fuerte económica y militarmente. La guerra ha enriquecido enormemente a los capitalistas estadounidenses. Además, el pueblo estadounidense no experimentó las privaciones que acompañan a la guerra, la dureza de la ocupación extranjera o el bombardeo aéreo. Las pérdidas humanas de Estados Unidos –que, prácticamente, ingresó a la guerra en la fase final, cuando su resultado estaba ya decidido– fueron relativamente pequeñas. Para los Estados Unidos, la guerra fue ante todo y principalmente un impulso para el desarrollo extensivo de su producción industrial y el incremento sustancial de sus exportaciones –principalmente a Europa–.
Pero la finalización de la guerra enfrentó a Estados Unidos con una serie de nuevos problemas. Los monopolios capitalistas estaban ansiosos de preservar sus altos niveles de ganancia y, con ese propósito, presionaron fuertemente para impedir la reducción del volumen de contratos que tenían durante la guerra. Pero esto exigía que Estados Unidos conservara los mercados extranjeros que absorbieron sus productos durante la guerra, y que además conquistara nuevos mercados, dado que la guerra redujo la capacidad de compra de la mayoría de países. La dependencia económica y financiera de estos países, con respecto a Estados Unidos, también se ha incrementado. Estados Unidos ha colocado créditos en el extranjero por un valor de 19,000 millones de dólares, sin contar las inversiones en el Banco Internacional y el Fondo Monetario Internacional.
Los principales competidores de Estados Unidos –Alemania y Japón– han desaparecido del mercado mundial y esto ha creado nuevas y grandes oportunidades para Estados Unidos.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, los más influyentes círculos reaccionarios del imperialismo estadounidense siguieron una política de aislamiento y se abstuvieron de intervenir activamente en los asuntos de Europa y Asia. Sin embargo, bajo las nuevas condiciones de posguerra, los mandamases de Wall Street han adoptado una nueva política. Han puesto en marcha un programa para la utilización de todo el poderío económico y militar estadounidense, no sólo para preservar y consolidar las posiciones ganadas en el exterior durante la guerra, sino también para ampliarlas al máximo y lograr que Estados Unidos ocupe el lugar de Alemania, Japón e Italia en los mercados mundiales. El notable declive del poder económico de los otros países capitalistas ha creado la oportunidad para que se especule con sus dificultades económicas de posguerra, y en particular con las dificultades económicas de posguerra de Gran Bretaña, haciendo más fácil ponerlos bajo el control estadounidense. Estados Unidos ha proclamado una nueva orientación abiertamente depredadora y expansionista.
El objetivo de esta nueva orientación, abiertamente expansionista, es establecer la supremacía mundial del imperialismo estadounidense. A fin de consolidar la posición monopólica de Estados Unidos en los mercados mundiales, ganada como consecuencia de la desaparición de sus dos más grandes competidores –Alemania y Japón– y el debilitamiento de sus socios capitalistas –Gran Bretaña y Francia–, la nueva orientación de la política de Estados Unidos contempla un amplio programa de medidas políticas, económicas y militares, diseñado para establecer el dominio económico y político en todos los países que son objeto de la expansión estadounidense, reduciéndolos a la condición de satélites de Estados Unidos. Este programa también incluye el establecimiento, en esos países, de regímenes que puedan acabar con toda resistencia de la clase obrera y los movimientos democráticos a la explotación del capital estadounidense. Estados Unidos intenta aplicar esta nueva orientación política no sólo a sus enemigos de guerra y a los países neutrales, sino también en grado creciente a sus aliados de guerra.
Está poniendo especial atención a la explotación de las dificultades económicas de Gran Bretaña, que no sólo es aliado de Estados Unidos sino también su antiguo rival y competidor capitalista. La política expansionista estadounidense está diseñada no sólo para evitar que Gran Bretaña escape de la dependencia económica de Estados Unidos, establecida durante la guerra, sino también para aumentar la presión sobre Gran Bretaña, con el fin de privarla gradualmente del control sobre sus colonias, desplazarla de sus esferas de influencia y reducirla a la condición de potencia vasalla.
De este modo, la nueva política de Estados Unidos está dirigida a consolidar su posición monopólica y a reducir a sus socios capitalistas a un estado de subordinación y dependencia de Estados Unidos.
Sin embargo, las aspiraciones de Estados Unidos a la supremacía mundial tienen un obstáculo en la Unión Soviética –el baluarte de la política antiimperialista y antifascista– y su creciente influencia internacional, en los países de nueva democracia que han escapado del control del imperialismo anglo-americano, y en los trabajadores de todos los países –incluyendo los de Estados Unidos– que no quieren nuevas guerras por la supremacía de sus opresores. Por eso, la nueva política expansionista y reaccionaria de Estados Unidos prevé la lucha contra la Unión Soviética, contra los países de nueva democracia, contra el movimiento de la clase obrera de todos los países, contra el movimiento de la clase obrera estadounidense, y contra las fuerzas antiimperialistas emancipadoras de todos los países del mundo.
Los reaccionarios estadounidenses –alarmados por los éxitos del socialismo en la Unión Soviética, los éxitos de los países de nueva democracia y el crecimiento de posguerra de la clase obrera y el movimiento democrático en todos los países del mundo– han decidido asumir el papel de «salvadores» del sistema capitalista del comunismo. Por esa razón, el programa francamente expansionista de Estados Unidos es bastante reminiscente del programa aventurerista de los agresores fascistas, programa que tuvo un deshonroso fracaso. Los agresores fascistas, como todo el mundo sabe, también reclamaban la supremacía mundial.
Mientras los hitleristas se preparaban para su agresión depredadora, adoptaron el ropaje del anticomunismo para poder lograr la opresión y esclavización de todos los pueblos, y ante todo y principalmente de su propio pueblo. Del mismo modo, en la actualidad, los círculos dirigentes de Estados Unidos disfrazan su política expansionista, e incluso su ofensiva contra los intereses vitales de su débil rival –Gran Bretaña–, alegando ficticias consideraciones de defensa contra el comunismo.
La frenética carrera armamentista, la construcción de nuevas bases militares y la creación de cabezas de puente para las fuerzas armadas estadounidenses en todas partes del mundo, son justificadas falsa e hipócritamente por motivos de «defensa» contra una imaginaria amenaza militar de parte de la Unión Soviética. Con la ayuda de la intimidación, el soborno y el chantaje, a la diplomacia estadounidense le es fácil arrancar a los otros países capitalistas, y, en primer lugar, a Gran Bretaña, el consentimiento para la consolidación legal de la posición superior de Estados Unidos en Europa y Asia –en las zonas occidentales de Alemania y Austria, en Italia, Grecia, Turquía, Egipto, Irán, Afganistán, China, Japón, etc.
Los imperialistas estadounidenses se consideran la principal fuerza opositora a la Unión Soviética, a los países de nueva democracia y a la clase obrera y movimientos democráticos de todos los países del mundo, y el baluarte de las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas de todo el globo. En virtud de ello, literalmente, al día siguiente de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, empezaron a trabajar por la formación de un frente hostil a la Unión Soviética y a la democracia mundial, y a fomentar las fuerzas reaccionarias y antipopulares –colaboracionistas y antiguos cómplices capitalistas– en los países europeos recién liberados del yugo nazi, que empezaban a reorganizar su vida de acuerdo a sus propias decisiones.
Los más malévolos y desequilibrados políticos imperialistas, siguiendo el ejemplo de Churchill, abogaron por planes para la pronta realización de una guerra preventiva contra la Unión Soviética y llamaron abiertamente a que el monopolio temporal estadounidense de la bomba atómica sea usado contra el pueblo soviético. Los instigadores de una nueva guerra intentan atemorizar y chantajear no sólo a la Unión Soviética sino también a otros países –en particular a China e India–, presentando falsamente a la Unión Soviética como el posible agresor, mientras se presentan a sí mismos como «amigos» de China e India y «salvadores» del peligro comunista, llamados a «ayudar» a los países débiles. De este modo, buscan mantener a China e India bajo la dominación imperialista y continuar con su esclavización económica y política». (Andréi Zhdánov; Sobre la situación internacional;Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 1947)
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