«En el transcurso de más de cien años se producen crisis económicas periódicas, que se repiten cada doce, diez, ocho y menos años. Durante este período, los gobiernos burgueses de todas las categorías y matices, los políticos burgueses de todos los grados y aptitudes, todos sin excepción, han intentado probar sus fuerzas en la «prevención» y «eliminación» de las crisis. Pero todos ellos han fracasado. Han fracasado porque es imposible prevenir o eliminar las crisis económicas dentro del marco del capitalismo. ¿Qué tiene, pues, de sorprendente que los políticos burgueses de ahora fracasen también? ¿Qué tiene, pues, de sorprendente que las medidas de los gobiernos burgueses no conduzcan en la práctica a la atenuación de la crisis, al alivio de la situación de los millones de trabajadores, sino a nuevas rachas de quiebras, a una nueva ola de paro forzoso, a la absorción de las asociaciones capitalistas menos fuertes por las más poderosas?
La base de las crisis económicas de superproducción, su causa, reside en el sistema mismo de la economía capitalista. La base de la crisis se halla en la contradicción entre el carácter social de la producción y la forma capitalista de apropiarse los frutos de la producción. Esta contradicción fundamental del capitalismo se manifiesta en la contradicción entre el aumento gigantesco de la capacidad de producción del capitalismo, aumento cuyo fin es obtener el máximo de beneficios para los capitalistas, y la reducción relativa de la demanda solvente de los millones de trabajadores, cuyo nivel de vida los capitalistas se esfuerzan constantemente por mantener en los límites mínimos. Con objeto de vencer en la competencia y de exprimir los mayores beneficios posibles, los capitalistas se ven obligados a desarrollar la técnica, a practicar la racionalización, a intensificar la explotación de los obreros y a elevar al máximo la capacidad de producción de sus empresas. Para no quedar rezagados, todos los capitalistas no tienen más remedio que seguir, sea como sea, este camino de desarrollo furioso de la capacidad de producción. Pero el mercado interior y el exterior, la capacidad adquisitiva de los millones de obreros y campesinos, que son, en fin de cuentas, los compradores fundamentales, permanecen a un bajo nivel. De ahí las crisis de superproducción. De ahí resultados conocidos, que se repiten más o menos periódicamente, y en virtud de los cuales las mercancías quedan sin vender, la producción se reduce, aumenta el paro forzoso, bajan los salarios y, con ello, se acentúa todavía más la contradicción entre el nivel de la producción y el de la demanda solvente. La crisis de superproducción es un exponente de esta contradicción en formas violentas y destructivas.
Si el capitalismo pudiera adaptar la producción no a la obtención del máximo de beneficios, sino al mejoramiento sistemático de la situación material de las masas populares, si pudiera hacer que los beneficios no sirviesen para satisfacer los caprichos de las clases parasitarias, para perfeccionar los métodos de explotación y para exportar capitales, sino para elevar de manera sistemática la situación material de los obreros y campesinos, no habría crisis. Pero entonces el capitalismo dejaría de ser capitalismo. Para suprimir las crisis, hay que suprimir el capitalismo». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Informe Político del Comité Central ante el XVIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 29 de junio de 1930)
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