Caricatura de los 70 sobre el carácter belicista de los Estados Unidos y la Unión Soviética, a la izquierda el líder estadounidense Jimmy Cartel y a su izquierda Leonid Brézhnev |
«El VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania de 1976, al analizar la actual situación internacional y la existente en el movimiento revolucionario mundial, puso de manifiesto los peligros que representan el imperialismo y el revisionismo moderno para la revolución y la liberación de los pueblos, acentuó la necesidad de librar una lucha implacable contra ellos y de apoyar activamente al movimiento marxista-leninista en el mundo.
Estos problemas adquieren una gran importancia debido a que la construcción del socialismo, la lucha por reforzar la dictadura del proletariado y la defensa de la Patria son inseparables de la situación internacional y del proceso general de la evolución mundial.
Actualmente, grandes fuerzas representantes del oscurantismo, de la esclavitud, de la explotación del proletariado y de los pueblos –el imperialismo estadounidense y sus agentes, el socialimperialismo soviético, el socialimperialismo chino, la gran burguesía y la reacción–, se han puesto en pie y luchan contra el marxismo-leninismo. También corrientes ideológicas contrarrevolucionarias, como la socialdemocracia, el revisionismo moderno y muchas otras, se han levantado en contra de nuestra ideología revolucionaria.
En nuestro combate contra todos estos enemigos debernos apoyarnos firmemente en la teoría marxista-leninista y en el proletariado mundial. Nuestra lucha en el aspecto teórico será llevada a cabo con éxito cuando hagamos un análisis dialéctico correcto de la situación internacional, de los acontecimientos que tienen lugar, de los objetivos y los propósitos de todas las fuerzas sociales en movimiento, que están en contradicción y en lucha entre sí. El análisis científico de la situación internacional y la visión clara de la estrategia, ayudan a definir justas tácticas de lucha revolucionaria en las diversas circunstancias, para ganar batalla tras batalla. Nuestro partido siempre ha actuado así.
El socialismo está en lucha con el capitalismo, el proletariado mundial está en inexorable y continua lucha con la burguesía capitalista, los pueblos del mundo están en lucha con sus opresores externos e internos. En su lucha, el proletariado mundial se guía por su propia ideología marxista-leninista, que explica la necesidad indispensable de esta lucha y moviliza las fuerzas para la batalla. Por este motivo el capitalismo y el imperialismo siempre han organizado una encarnizada lucha contra la teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin.
Karl Marx descubrió las leyes del desarrollo social, de las transformaciones revolucionarias y de la transición de la sociedad de un orden social inferior a otro superior, analizó sobre bases científicas la propiedad privada de los medios de producción, el modo capitalista de distribución, la plusvalía que arranca el capitalista. Formuló la teoría científica sobre las clases y la lucha de clases, y determinó los rumbos de la lucha del proletariado para derrocar a la burguesía, destruir el sistema capitalista, implantar la dictadura del proletariado y edificar la sociedad socialista.
En todos los países del mundo diversos teóricos reaccionarios han intentado por todos los medios denigrar la teoría de Marx, echar barro sobre ella, tergiversarla, combatirla. Pero esta teoría, que es una auténtica ciencia, ha logrado dominar el pensamiento humano progresista y hacerse un arma poderosa del proletariado y de los pueblos en la lucha contra sus enemigos.
Aplicando la teoría marxista y desarrollándola aún más, Lenin proporcionó al proletariado y a su vanguardia, el partido marxista-leninista, una teoría científica para las condiciones del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Lenin desarrolló el marxismo no sólo en la teoría, sino también en la práctica. Aplicando la doctrina de Karl Marx, dirigió la revolución bolchevique y la condujo a la victoria. La obra de Lenin fue desarrollada aún más por Iósif Stalin.
El triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917 asestó el primer golpe demoledor al imperialismo, a todo el sistema capitalista mundial. Marcó el comienzo de la crisis general del capitalismo, que se profundizó constantemente.
Con la creación y la consolidación del Estado soviético, se alcanzó una victoria colosal que enseñó al proletariado y a los pueblos que era posible derrotar, aniquilar al enemigo que tenían en frente, el capitalismo, el imperialismo. Un testimonio vivo de ello era la Unión Soviética.
La coalición imperialista y capitalista mundial, enfurecida por la derrota que le infligió la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, reforzó los medios de lucha política, económica y militar contra el nuevo Estado de los proletarios y contra la propagación de la ideología marxista-leninista en el mundo. Los imperialistas, la burguesía reaccionaria, la socialdemocracia europea y mundial, junto con los demás partidos del capital, prepararon la intervención contra la Unión Soviética. Ellos, junto con los hitlerianos, con los fascistas italianos y japoneses, prepararon también la Segunda Guerra Mundial.
Pero en esta guerra se confirmó aún mejor la vitalidad del socialismo y del marxismo-leninismo, que salieron victoriosos.
Después de la victoria sobre el fascismo, el mundo sufrió grandes cambios en beneficio del socialismo. En Europa y Asia surgieron nuevos Estados socialistas. Fue creado el campo socialista con la Unión Soviética a la cabeza. Esto venia a constituir otra gran victoria del socialismo, del marxismo-leninismo, y otra gran derrota del capitalismo, del imperialismo.
El sistema capitalista fue profundamente estremecido por la Segunda Guerra Mundial, que rompió por completo su equilibrio. Alemania, Japón e Italia, como potencias vencidas, salieron de la guerra con una economía arruinada. Perdieron las posiciones políticas y militares que antes ocupaban. Otros Estados imperialistas, como Gran Bretaña y Francia, no obstante salir victoriosos de la guerra, se habían debilitado hasta tal punto, económica y militarmente, que su papel de gran potencia estaba por los suelos.
Con el desmoronamiento del sistema colonial se profundizó aún más la crisis general del capitalismo. Debido a este desmoronamiento surgieron una serie de nuevos Estados nacionales, mientras que en los países que permanecieron en su situación de colonias o semicolonias, creció el movimiento libertador contra el yugo imperialista.
Estos cambios crearon condiciones aún más propicias para el triunfo del socialismo a nivel mundial. Bastantes Estados capitalistas se encontraban, a causa de la profunda crisis económica y política y del creciente descontento de las masas, en vísperas de estallidos revolucionarios. En tales situaciones sumamente graves y críticas, acudió en su ayuda el imperialismo estadounidense.
A diferencia de las demás potencias imperialistas, los Estados Unidos salieron de la guerra más fuertes. No sólo no sufrieron daños, sino que acumularon riquezas colosales y aumentaron desmesuradamente su potencial económico y militar, su base técnica-científica. Este imperialismo, cebado con la sangre derramada por los pueblos, se convirtió en el único líder de todo el mundo capitalista.
El imperialismo estadounidense movilizó a todas las fuerzas reaccionarias del mundo capitalista con el fin de salvar al viejo régimen capitalista y aplastar todo movimiento revolucionario y de liberación nacional que lo amenazara, destruir el campo socialista y restaurar el capitalismo en la Unión Soviética y en los países de democracia popular, establecer su hegemonía en todos los lugares del mundo.
Para alcanzar sus objetivos, el imperialismo estadounidense junto con el capital mundial pusieron en marcha su gigantesca máquina burocrático-militar estatal, su gran potencial económico, técnico y financiero, todas sus fuerzas humanas. Aquel ayudó al capitalismo europeo y japonés, que estaban agotados, a reponerse política, económica y militarmente, y en lugar del sistema colonial derrumbado, levantó un nuevo sistema de explotación y expoliación, el neocolonialismo.
El imperialismo estadounidense movilizó ingentes medios de propaganda, filósofos, economistas, sociólogos, escritores, etc., en la furibunda campaña que desató contra el marxismo-leninismo, contra el comunismo, contra la Unión Soviética y contra los demás países socialistas de Europa y Asia.
Simultáneamente, puso en práctica una política agresiva declarada. La fiebre de la guerra, de la militarización y del anticomunismo invadió todos los terrenos de la vida, la economía, la política, la ideología, el ejército, la ciencia, en los Estados Unidos.
Para derrocar al socialismo, para aplastar los movimientos revolucionarios de liberación, para combatir la gran influencia de la teoría marxista-leninista y para implantar su hegemonía en el mundo, el imperialismo estadounidense recurrió a dos caminos.
El primer camino fue la agresión y la intervención armada. Los imperialistas estadounidenses crearon bloques militares agresivos como la Organización del Tratado del Atlántico Norte –OTAN–, la Organización del Tratado del Sureste Asiático –SEATO–, etc., acantonaron un gran número de tropas en los territorios de muchos otros países, instalaron bases militares en todos los continentes, construyeron poderosas flotas de guerra que diseminaron por mares y océanos. Para aplastar y sofocar la revolución intervinieron militarmente en Grecia, Corea, Vietnam y otros lugares.
El otro camino fue el de la agresión ideológica y la subversión en contra de los Estados socialistas y los partidos comunistas y obreros, el de los esfuerzos encaminados a conseguir la degeneración burguesa de estos Estados y de estos partidos. En este sentido el imperialismo estadounidense y todo el capital mundial utilizaron poderosos medios de propaganda y diversión ideológica.
Pero el imperialismo estadounidense con el capitalismo mundial, que se recobraba después de la guerra, tenían en frente un poderoso adversario, el campo socialista con la Unión Soviética a la cabeza, el proletariado mundial, los pueblos amantes de la libertad. Por eso debían hacer bien sus cálculos ante esta gigantesca fuerza, que se guiaba por una política correcta y clara, por una ideología triunfante que había conquistado y continuaba conquistando cada vez más el corazón y la mente de los obreros, de los revolucionarios, de los elementos progresistas.
El movimiento revolucionario del proletariado y la lucha de liberación de los pueblos crecían y se reforzaban, a pesar de los esfuerzos que hacían el imperialismo estadounidense y la reacción mundial para aplastarlos y destruirlos. La Unión Soviética, bajo la dirección de Iósif Stalin, restañó muy rápidamente las heridas de la guerra y avanzaba a altos ritmos en todos los terrenos, en la economía, la ciencia, la técnica, etc. En los países de democracia popular se consolidaban las posiciones del socialismo. Los partidos comunistas y el movimiento democrático antiimperialista extendían su influencia entre las masas.
En tales condiciones, el imperialismo y el capitalismo mundial explotaron a los revisionistas modernos, y en primer lugar a los revisionistas yugoslavos, en la lucha contra el socialismo y los movimientos de liberación de los pueblos.
Fue una suerte para el capitalismo mundial que un país supuestamente de democracia popular, Yugoslavia, se opusiera a la Unión Soviética y entrara en abierto conflicto ideológico y político con ella, porque en el seno del campo del socialismo uno de sus miembros se rebelaba. El capitalismo mundial armó una gran bulla en torno a este acontecimiento, que le sirvió en su lucha en contra del socialismo y la revolución.
La traición titoista, a pesar de los grandes perjuicios que ocasionó a la causa de la revolución y del socialismo, no logró escindir el campo socialista y el movimiento comunista, como esperaban la burguesía y la reacción. Los comunistas y los revolucionarios en todo el mundo condenaron enérgicamente esta traición y pusieron en evidencia el peligro que significaba el titoismo, como agencia del imperialismo contra el comunismo.
Los que prestaron el mayor servicio al capitalismo mundial en la lucha contra el socialismo, la revolución y el marxismo-leninismo, fueron los revisionistas jruschovistas que, después de la muerte de Iósif Stalin, tomaron el poder en la Unión Soviética. La aparición del grupo revisionista de Nikita Jruschov constituyó la mayor victoria política e ideológica de la estrategia del imperialismo después de la Segunda Guerra Mundial.
El derrocamiento contrarrevolucionario que se produjo en la Unión Soviética alegro enormemente a los imperialistas estadounidenses y a las demás potencias capitalistas, porque el país socialista más poderoso, el soporte de la revolución y la liberación de los pueblos estaba abandonando el camino del socialismo y del marxismo-leninismo y se transformaría en un apoyo, en la teoría y en la práctica de la contrarrevolución, del capitalismo.
El viraje que se operó en la Unión Soviética, provocó la escisión del campo socialista y del movimiento comunista internacional. Fue uno de los principales factores que influyeron y crearon condiciones favorables para que el revisionismo moderno se difundiera en el seno de muchos partidos comunistas. La corriente revisionista jruschovista dañó gravemente la causa de la revolución y del socialismo en todo el mundo.
Entre las autenticas fuerzas marxista-leninistas y revolucionarias, por un lado, y el revisionismo jruschovista, por otro, empezó una lucha encarnizada. El Partido del Trabajo de Albania, del mismo modo que había luchado y luchaba resueltamente contra el revisionismo yugoslavo, enarboló desde los primeros momentos la bandera de la lucha intransigente y de principios contra el revisionismo soviético y sus seguidores; defendió con valentía el marxismo-leninismo, la causa del socialismo y de la liberación de los pueblos. Contra la traición jruschovista se levantaron también los verdaderos marxista-leninistas y revolucionarios en todo el mundo. Del seno del proletariado revolucionario de los diversos países surgieron los nuevos partidos marxista-leninistas, que asumieron la difícil tarea de dirigir la lucha de la clase obrera y de los pueblos contra la burguesía, el imperialismo y el revisionismo moderno.
Las esperanzas del imperialismo y del revisionismo de ver destruido definitivamente el socialismo, sofocado el verdadero movimiento comunista internacional y aplastada la lucha de los pueblos, no se realizaron. Los revisionistas jruschovistas pronto pusieron al descubierto su catadura antimarxista y contrarrevolucionaria. Los pueblos vieron que la Unión Soviética se había convertido en una superpotencia imperialista, que rivalizaba con los Estados Unidos por la dominación del mundo; vieron que se había transformado, junto con el imperialismo estadounidense, en otro gran enemigo de la revolución, del socialismo y de los pueblos del mundo.
Por otro lado, la grave crisis económica, financiera, ideológica y política que abarco todo el mundo capitalista y revisionista, mostraba claramente no solo la mayor descomposición del sistema capitalista, su invariable naturaleza opresora y explotadora, sino que ponía de manifiesto también la demagogia y la hipocresía de todos los revisionistas modernos, que embellecían el sistema capitalista.
Pero cuando el movimiento revolucionario crecía y se consolidaba en todo el mundo, cuando el capitalismo estaba cada vez mas atenazado por la crisis, y cuando el revisionismo jruschovista y otras corrientes del revisionismo moderno eran desenmascarados ante los ojos del proletariado y de los pueblos, en la escena mundial apareció abiertamente el revisionismo chino. Este se convirtió en íntimo aliado del imperialismo estadounidense y de la gran burguesía internacional para sofocar y sabotear las luchas revolucionarias del proletariado y de los pueblos.
Actualmente en el mundo se ha creado una situación muy compleja. Hoy en la arena internacional actúan diversas fuerzas imperialistas y socialimperialistas que, por un lado, luchan juntas contra la revolución y la libertad de los pueblos, y, por otro, chocan y se enfrentan por conseguir mercados, zonas de influencia, hegemonía. A la rivalidad soviético-estadounidense por dominar el mundo, ahora se le han sumado las pretensiones expansionistas del socialimperialismo chino, las miras rapaces del militarismo japonés, los esfuerzos del imperialismo germano-occidental por conquistar nuevos espacios, la feroz competencia del Mercado Común Europeo, que ha puesto sus ojos en las antiguas colonias.
Todo esto ha agudizado aún más las numerosas contradicciones del mundo capitalista y revisionista. Al mismo tiempo, la perspectiva de la revolución y de la liberación de los pueblos no sólo no ha desaparecido como consecuencia de la traición de los revisionistas titoistas, soviéticos, chinos, etc., sino que tras un retroceso momentáneo, la revolución se encuentra ahora en el umbral de un nuevo auge, y con toda seguridad avanzará por el camino que le ha asignado la historia y triunfará a escala mundial.
Nada puede liberar al imperialismo, al capitalismo y al revisionismo de la implacable venganza del proletariado y de los pueblos, nada puede salvarles de las profundas contradicciones antagónicas y de las continuas crisis, de las revoluciones, de la muerte inevitable.
Es precisamente esta situación la que hace que el imperialismo busque nuevos caminos y senderos, elabore nuevas estrategias y tácticas a fin de escapar a la catástrofe que le espera.
La estrategia del imperialismo mundial
El imperialismo estadounidense y los otros Estados capitalistas han luchado y luchan por conservar su hegemonía en el mundo, por defender el sistema capitalista y neocolonialista, por salir lo menos dañados posible de la profunda crisis que los atenaza. Han hecho y hacen esfuerzos por impedir que los pueblos y el proletariado hagan realidad sus aspiraciones revolucionarias, liberadoras. El imperialismo estadounidense, que domina política, económica y militarmente a sus socios, es quien desempeña el papel principal en la lucha por alcanzar estos objetivos.
Los enemigos de la revolución y de los pueblos pretenden hacer creer que los cambios operados en el mundo y las pérdidas sufridas por el socialismo, han dado lugar a unas condiciones enteramente diferentes de las anteriores. Por eso, el imperialismo estadounidense y la burguesía capitalista mundial, el socialimperialismo soviético y el socialimperialismo chino, el revisionismo moderno y la socialdemocracia, a pesar de tener agudas contradicciones entre sí, han iniciado la búsqueda de un modus vivendi, una «sociedad nueva», híbrida, para apuntalar el sistema burgués-capitalista, evitar las revoluciones y. continuar oprimiendo y explotando a los pueblos, con nuevas formas y métodos.
El imperialismo y el capitalismo llegaron a comprender que ya no podían continuar explotando a los pueblos del mundo con los métodos anteriores, por eso, siempre y cuando su sistema no se vea amenazado, se ven, en la obligación de hacer algunas concesiones que no les perjudiquen, a fin de mantener subyugadas a las masas. Esto pretenden lograrlo mediante las inversiones y los créditos que distribuyen entre los Estados y las camarillas que han asegurado su influencia, o a través de las armas, es decir, por medio de guerras parciales, ya sea participando directamente en ellas o instigando a un Estado contra otro. Las guerras locales sirven para someter mejor a la hegemonía del capital mundial a los países que caen en sus trampas.
Todos los «teóricos» al servicio del capital mundial, en el Oeste y en el Este, se esfuerzan por formular esta «sociedad nueva». Esta forma «nueva» la tienen en la sociedad capitalista-revisionista de la Unión Soviética, la cual no es más que una sociedad degenerada; la han encontrado en el sistema capitalista de la «autogestión» yugoslava y en algunos regímenes llamados de orientación socialista del «tercer mundo». Tratan de encontrar una «nueva sociedad» capitalista de este tipo también en la variante china, que ahora esta cristalizando.
En la declaración programática que el presidente Jimmy Carter hizo el 22 de mayo de 1977, en la que expuso la línea de una política supuestamente nueva de los Estados Unidos, aparece claramente que la característica general y fundamental de esta «política nueva», en las condiciones actuales, es la lucha de esta superpotencia para hacer frente a la revolución proletaria y a las luchas de liberación nacional de los pueblos que aspiran a sacudirse el yugo del gran capital mundial, particularmente del imperialismo estadounidense y del socialimperialismo soviético.
El mundo capitalista, como pusimos de relieve anteriormente, intenta encontrar, aunque sea provisionalmente, una salida a su situación catastrófica. Naturalmente, el imperialismo estadounidense pretende encontrarla y coordinarla en lo posible con el socialimperialismo soviético, con sus aliados de la OTAN, con China y también con los otros países capitalistas industrializados. Jimmy Carter hizo un llamamiento a los países del Este, del Oeste y a los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo –OPEP–, y les exigió que uniesen sus esfuerzos y «ayudasen efectivamente a los países más pobres». El imperialismo estadounidense considera esta colaboración como la única alternativa y como el único camino para prevenir las guerras.
El presidente estadounidense dijo en su discurso que hoy «nos hemos liberado del miedo permanente al comunismo, miedo que en el pasado nos llevaba a abrazarnos con cualquier dictador que sintiese lo mismo».
Como es natural Jimmy Carter, que es el fiel representante del imperialismo más sanguinario de nuestros tiempos, cuando habla de «la liberación del miedo al comunismo», piensa en el comunismo a lo yugoslavo, a lo jruschovista, a lo chino, que de comunistas solo tienen las máscaras; pero la burguesía capitalista no se ha liberado ni jamás se liberará de su miedo al comunismo verdadero. Por el contrario, el comunismo verdadero ha aterrorizado, y aterrorizará todavía más, al imperialismo y al socialimperialismo. A causa de este miedo y este terror los imperialistas y los revisionistas se ven obligados a unirse, a coordinar sus planes y encontrar las formas más adecuadas para prolongar los días de su dominación opresora y explotadora.
En estos momentos de profunda crisis económica, política y militar, los imperialistas de los Estados Unidos pretenden consolidar las victorias alcanzadas por el imperialismo, con la traición del revisionismo moderno, en la Unión Soviética, en los antiguos países de democracia popular y en China, y aprovecharlas como una barrera para contener la revolución y la lucha revolucionaria de liberación del proletariado y de los pueblos.
El presidente estadounidense reconoce, asimismo, que, debido al miedo al comunismo, los capitalistas y los imperialistas han abrazado y sostenido en el pasado a los dictadores fascistas, como Mussolini, Hitler, Hirohito, Franco, etc. Las dictaduras fascistas en los respectivos países han sido la última arma a la que han recurrido la burguesía capitalista y el imperialismo mundial contra la Unión Soviética de los tiempos de Lenin y Stalin y contra la revolución proletaria mundial.
Con una cierta seguridad, el presidente estadounidense declara que los Estados comunistas –léase revisionistas– han cambiado de fisonomía, y en esto no se equivoca. Dice que «este sistema no podía permanecer inmutable toda la vida». Naturalmente, confunde la traición revisionista con el verdadero sistema socialista, con el comunismo. El imperialismo estadounidense considera el sistema soviético jruschovista como una victoria del capitalismo mundial y de ahí deduce que el peligro de un conflicto con la Unión Soviética se ha vuelto menos intenso, a pesar de que no niega las contradicciones con ella ni la rivalidad por la hegemonía.
Según Carter, el gobierno estadounidense hará todo lo que esté a su alcance por mantener el statu quo. En otras palabras, esto significa que, tanto el imperialismo estadounidense como los otros Estados imperialistas, harán esfuerzos por conservar y reforzar sus posiciones en el mundo, mientras que los desacuerdos que puedan existir, y que de hecho existen, con los países amigos y con sus aliados, esperan solucionarlos conjuntamente en el marco de este statu quo.
Como conclusión, dice Carter, «la política estadounidense debe basarse en un nuevo y más vasto mosaico de intereses globales, regionales y bilaterales». Después de haber desmenuzado este nuevo y más vasto «mosaico» de intereses globales, regionales y bilaterales, reafirma que «todos los compromisos que los Estados Unidos han asumido respecto a la OTAN, la cual debe ser una organización fuerte, serán cumplidos», que «la alianza de los Estados Unidos con las grandes democracias industrializadas es indispensable, porque protege los mismos valores, y por esto el deber de todos nosotros es luchar por una vida mejor».
Como se ve, también los Estados Unidos se unen a los esfuerzos de los revisionistas modernos soviéticos, chinos y a los esfuerzos de las «grandes democracias industrializadas» por crear una «realidad nueva», un «mundo nuevo». En otras palabras, haciendo demagogia, la política de los Estados Unidos pretende adaptarse a las situaciones creadas. Para mantener el statu quo, para contener el ímpetu del hegemonismo soviético, para debilitar al socialimperialismo soviético y arrastrar a China, de modo que ésta se integre cada vez más profundamente en el campo imperialista, para sofocar las luchas revolucionarias del proletariado y de los pueblos, los Estados Unidos deben hacer algunas concesiones políticas fraudulentas. Pero no hacen ninguna concesión militar, ninguna concesión en la política de mantener subyugados y bajo control a los Estados y a los pueblos, en la política de explotar las riquezas nacionales de otros países en beneficio propio y de los países industrializados.
Esta es la «política nueva» de los Estados Unidos. Para nosotros está claro que no es en absoluto una política nueva, sino una vieja política imperialista expoliadora, neocolonialista, avasalladora y de feroz explotación de los pueblos y de sus riquezas, una política encaminada a sofocar las revoluciones y las luchas de liberación nacional. Ahora el imperialismo estadounidense quiere dar a esta política vieja y permanente un tinte supuestamente nuevo, fresco, y suministrar armas a los elementos contrarrevolucionarios que están o no en el poder, para combatir al comunismo, el cual lanza a los pueblos y al proletariado a las luchas de liberación y a la revolución.
Contrariamente a lo que se afirma en la teoría china de los «tres mundos», que es una teoría falsa capitalista y revisionista, el imperialismo estadounidense continúa estando a la ofensiva. Trata de conservar las viejas alianzas y crear otras nuevas en beneficio propio y en perjuicio del socialimperialismo soviético o de quienquiera que pueda amenazar el potencial imperialista estadounidense. Sobre todo se esfuerza por reforzar la OTAN, que ha sido y sigue siendo una organización política y militar agresiva.
En todo su juego estratégico, los Estados Unidos no agravan excesivamente sus relaciones con la Unión Soviética, continúan con ella las Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas, independientemente de que Carter declarase que producirá las bombas de neutrones. Sin embargo, aparece una tendencia a mantener el statu quo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Naturalmente, los Estados Unidos y la OTAN quieren mantener este statu quo con la Unión Soviética, teniendo, al mismo tiempo, contradicciones con ésta, pero estas contradicciones aún no han llegado a un grado tal que justifique las prédicas chinas de que la guerra en Europa es inminente.
En la actualidad, el imperialismo estadounidense apoya a China para reforzarla en los terrenos militar y económico. Los capitales estadounidenses afluyen hacia China, donde se hacen importantes inversiones con los créditos procedentes de los principales bancos estadounidenses, pero también del Estado estadounidense.
Los Estados Unidos están jugando fuertemente la carta de China, pero con cuidado. Al mismo tiempo continúan jugando la carta del Japón. Los Estados Unidos quieren mantener las aguas tranquilas con el Japón, que la ayuda entre ellos sea recíproca, para que el Japón, según los objetivos estadounidenses, se fortalezca y se convierta en un Israel en el Extremo Oriente, en el Pacífico, en el Sudeste Asiático y, por qué no, cuando sea necesario y llegue el momento, para poder utilizarlo también contra China.
En esta situación China firmó el tratado de amistad y de colaboración con el Japón. Este tratado ha empezado a adquirir, y en el futuro lo hará todavía más, grandes proporciones, multilaterales, peligrosas y monstruosas para los destinos del mundo, dado que entre el Japón y China se establecerá una estrecha colaboración económica y militar cuyo objetivo será la creación de esferas de influencia, particulares y comunes, sobre todo en Asia, en Australia y en toda la cuenca del Pacifico. Naturalmente, esta colaboración empezara a edificarse a la sombra de la alianza con los Estados Unidos y al son de la propaganda de guerra contra el socialimperialismo soviético. El principal objetivo de esta alianza chino-japonesa es frenar y debilitar a la Unión Soviética, desplazarla de Siberia, Mongolia y otras zonas, y poner fin a su influencia en toda Asia y Oceanía, en todos los países miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático –ASEAN–.
Esta es la estrategia del imperialismo estadounidense, pero también lo es del imperialismo chino y del militarismo japonés. Los Estados Unidos procurarán ayudar a China y al Japón, y mantenerlos bajo su dirección, procurarán reforzar la alianza con ellos y lanzarlos contra la Unión Soviética. Pero a la vez existe la posibilidad de que un día la política diabólica, hipócrita, imperial, carente de principios y con un espíritu imperialista-militarista de China y el Japón, se oponga a la superpotencia que les ayudó a levantarse, como hizo Alemania en la época de Hitler, que se convirtió en una terrible potencia fascista, atacó a los aliados de los Estados Unidos y entró en guerra con ellos.
Los Estados Unidos se esforzaron por mantener el equilibrio entre el potencial chino y el japonés, el cual va en aumento. Pero, un buen día no estarán en condiciones de hacerlo y la alianza imperialista militarista sino-japonesa constituirá simultáneamente un peligro no sólo para la Unión Soviética, sino también para los propios Estados Unidos, debido a que los intereses de estos dos grandes países asiáticos imperialistas, China y el Japón, coinciden en sus designios de dominar Asia y otras zonas, y de debilitar al imperialismo estadounidense y al socialimperialismo soviético.
En la OTAN, los Estados Unidos tienen una posición dominante y una gran influencia militar, política y económica. No obstante esto, y a pesar de su unidad interna, la OTAN ha comenzado a diferenciarse desde el punto de vista de la influencia que ejercen cada uno de sus miembros y por la imposición de un Estado sobre los otros.
En esta organización la República Federal de Alemania se fortalece de año en año. Su potencial económico y político, y su comercio de armas rebasan las fronteras del Mercado Común Europeo. Ahora podemos decir que la política de Alemania Occidental está tomando los rasgos de un revanchismo fascista totalitario que pretende crear sus propias zonas de influencia. Esto, naturalmente, no es del agrado de Inglaterra y Francia, que son los otros dos socios principales de los Estados Unidos en la OTAN.
Alemania Occidental reclama la unificación de los dos Estados alemanes que daría lugar a un Estado poderoso con un gran potencial militar, el cual constituiría una amenaza para el socialimperialismo soviético y, en caso de una conflagración general, en alianza con el Japón y China, podría llegar a ser un peligro para todo el mundo. Desarrolla relaciones muy estrechas especialmente con China. Se encuentra a la cabeza de los Estados europeos en los intercambios comerciales con China. Al mismo tiempo Alemania Occidental es el mayor y más poderoso abastecedor europeo de China con créditos, tecnología y armas modernas.
Inglaterra y Francia tienen, del mismo modo, grandes intereses en China, por eso desarrollan sus relaciones con ella. Ahora bien, los intereses de China con Bonn son mayores. Esto preocupa a Inglaterra y Francia porque, de fortalecerse todavía más, la República Federal de Alemania puede llegar a tener un mayor dominio sobre sus socios de la OTAN y del Mercado Común Europeo. Por eso, constatamos que tanto el gobierno inglés como el francés, cuando hablan de amistad y de relaciones con China, no olvidan señalar que desean desarrollar aún más las relaciones económicas y amistosas con la Unión Soviética. Lo mismo dice Bonn, y sin embargo desarrolla rápidamente sus relaciones con China, que se presenta como el principal enemigo de la Unión Soviética. Los poderosos revanchistas de Bonn, se proclaman abiertamente como los más próximos aliados de China. Por eso China no mira a la Alemania Federal de la misma manera que a Francia e Inglaterra.
La estrategia del socialimperialismo soviético
Una vez que los jruschovistas se hicieron con el poder en la Unión Soviética, se plantearon como principal objetivo la destrucción de la dictadura del proletariado, la restauración del capitalismo y la transformación de la Unión Soviética en una superpotencia imperialista [véase la obra de Enver Hoxha: «Los jruschovistas» de 1980 - Anotación de E. H.].
En primer lugar, Nikita Jruschov y su grupo, tras consolidar sus posiciones después de la muerte de Iósif Stalin, desencadenaron su ofensiva contra la ideología marxista-leninista y la lucha para repudiar el leninismo, atacando a Stalin y haciendo recaer sobre él todas las calumnias que había fabricado desde hacia tiempo la inmunda propaganda de la burguesía capitalista mundial. Los jruschovistas asumieron así el papel de portavoces y ejecutores de los deseos del capital contra la ideología marxista-leninista y la revolución en la Unión Soviética. De manera sistemática liquidaron toda la estructura socialista de la Unión Soviética, se empeñaron en liberalizar el sistema soviético, en transformar el Estado de dictadura del proletariado en un Estado burgués, y la economía y la cultura socialistas en capitalistas.
La Unión Soviética, que se convirtió en un país revisionista, en un Estado socialimperialista, trazó una estrategia y una táctica propias. Los jruschovistas estructuraron una política que les permitiera encubrir toda su actividad con una fraseología leninista. Elaboraron su ideología revisionista de tal manera que les permitiera hacerla pasar a los ojos del proletariado y de los pueblos como un «marxismo-leninismo de un nuevo período», y decir a los comunistas, del interior y el exterior del país, que «en la Unión Soviética prosigue la revolución en las nuevas condiciones políticas, ideológicas y económicas de la evolución mundial» y que ésta revolución no sólo continuaba, sino que supuestamente este país estaba pasando a la fase de la construcción de una sociedad comunista sin clases, en la que el partido y el Estado se extinguían.
El partido fue despojado de sus atributos de vanguardia de la clase obrera, de única fuerza política dirigente del Estado y de la sociedad, y se transformó en un partido dominado por los apparátchik y los agentes del KGB. Los revisionistas soviéticos calificaron su partido de «partido de todo el pueblo» y lo redujeron a tal Estado que ya no puede ser el partido de la clase obrera, sino de la nueva burguesía soviética.
Por otra parte, los revisionistas soviéticos predicaron la coexistencia pacífica jruschovista como línea general del movimiento comunista internacional y proclamaron la «competencia pacífica con el imperialismo estadounidense» como el camino para el triunfo del socialismo en la Unión Soviética y en los otros países. Declararon, asimismo, que, supuestamente, la revolución proletaria había entrado en una nueva fase, que podía triunfar también por otras vías, diferentes de la toma violenta del poder por parte del proletariado. Según ellos, el poder podía ser tomado por medio del camino pacífico, parlamentario y democrático, por medio de las reformas.
Especulando con el nombre de Lenin y del partido bolchevique, los revisionistas jruschovistas hicieron todo tipo de esfuerzos para imponer su línea antimarxista, esta revisión de la teoría marxista-leninista en todos los terrenos, a todos los partidos comunistas del mundo. Querían que los partidos comunistas y obreros del mundo se encuadraran en esta línea revisionista y se transformaran en partidos contrarrevolucionarios, en ciegos instrumentos de la dictadura burguesa, para servir al capitalismo.
Pero estos deseos no se vieron completamente realizados, porque, en primer lugar, el Partido del Trabajo de Albania se mantuvo inconmovible en la aplicación consecuente del marxismo-leninismo y en la defensa de su pureza. En aquellos momentos hubo también otros partidos que, sin tener razones marxista-leninistas puras, vacilaron, no aceptaron enteramente las orientaciones jruschovistas, otros las admitieron a medias, pero posteriormente acabaron por someterse. En aquellos momentos también el Partido Comunista de China se opuso a los jruschovistas, pero, como demuestran los hechos, se guiaba por fines y objetivos totalmente opuestos a los que llevaron al Partido del Trabajo de Albania a lanzarse al combate contra el revisionismo jruschovista.
Con su acceso al poder, los jruschovistas prepararon a la vez la plataforma de su política exterior. Al igual que el imperialismo estadounidense, el socialimperialismo soviético basó su política exterior en la expansión y el hegemonismo, a través de la carrera armamentista, las presiones y el chantaje, la agresión militar, económica e ideológica. El objetivo de esta política era el establecimiento de la dominación socialimperialista en todo el mundo.
La Unión Soviética aplica una política típicamente neocolonialista en los países del Consejo de Ayuda Económica Mutua –CAME–. Las economías de estos países se han convertido en apéndices de la economía soviética. Para tenerlos subyugados, la Unión Soviética se vale del Tratado de Varsovia, que le permite mantener acantonados en estos países importantes contingentes militares, que en nada difieren de los ejércitos ocupantes. El Tratado de Varsovia es un pacto militar agresivo que está al servicio de la política de las presiones, los chantajes y las intervenciones armadas del socialimperialismo soviético. También las «teorías» revisionista-imperialistas de la «comunidad socialista», la «división socialista del trabajo», la «soberanía limitada», la «integración económica socialista», etc., están al servicio de esta política neocolonialista.
Pero el socialimperialismo soviético no se siente satisfecho con la dominación que ejerce sobre sus Estados satélites. Del mismo modo que los demás Estados imperialistas, la Unión Soviética pugna ahora por conseguir nuevos mercados y esferas de influencia, por invertir sus capitales en diversos países, por acaparar fuentes de materias primas, para extender su neocolonialismo a África, Asia, América Latina y otras partes.
Para ensanchar su expansión y su hegemonismo, el socialimperialismo soviético ha elaborado todo un plan estratégico, que comprende una serie de actividades económicas, políticas, ideológicas y militares.
Al mismo tiempo los revisionistas soviéticos se dedican a minar las revoluciones y las luchas de liberación de los pueblos recurriendo a los mismos medios y métodos que utilizan los imperialistas estadounidenses. Normalmente los socialimperialistas actúan por medio de los partidos revisionistas, que son instrumentos suyos, sin embargo, según el caso y las circunstancias, también intentan corromper y sobornar a camarillas que dominan en los países no desarrollados, ofrecen «ayudas» económicas avasalladoras para después penetrar en estos países, instigan conflictos armados entre las distintas camarillas, apoyando a una u otra, traman complots y putschs para colocar en el poder regímenes a pro soviéticos, recurren a la intervención militar directa, como hicieron junto con los cubanos en Angola, Etiopia y otros lugares.
Los socialimperialistas soviéticos llevan a cabo su intervención y sus actos hegemonistas y neocolonialistas bajo la máscara de la ayuda y el respaldo a las fuerzas revolucionarias, a la revolución, a la construcción socialista. En verdad lo que hacen es ayudar a la contrarrevolución.
La Unión Soviética intenta abrirse paso para realizar sus planes expansionistas neocolonialistas, presentándose como un país que sigue una política leninista e internacionalista, como aliado, amigo y defensor de los nuevos Estados nacionales, de los países poco desarrollados, etc. Los revisionistas soviéticos preconizan que estos países, al ligarse a la Unión Soviética y a la llamada «comunidad socialista», que es proclamada como la «principal fuerza motriz de la actual evolución mundial», pueden avanzar con éxito por el camino de la libertad y la independencia, e incluso del socialismo. A tal efecto han inventado asimismo las teorías del «camino no capitalista de desarrollo», de la «orientación socialista», etc.
La estrategia de los socialimperialistas soviéticos no tiene nada en común con el socialismo y el leninismo, contrariamente a lo que ellos pretenden. Es la estrategia de un Estado imperialista rapaz que busca extender su hegemonía y su dominación a todos los continentes y a todos los países.
Esta política hegemonista y neocolonialista que sigue la Unión Soviética revisionista choca, y no puede ser de otra manera, con la política que siguen los Estados Unidos y la que ha comenzado a practicar China. Se trata de un enfrentamiento de intereses de los imperialistas en su lucha por repartirse el mundo. Son precisamente estos intereses y esta lucha los que contraponen a las superpotencias entre sí, los que incitan a cada una de ellas a utilizar todas sus fuerzas y medios para debilitar a su rival o rivales, mientras que los choques no lleguen a tal punto de exacerbación que los lance a enfrentamientos armados.
La estrategia del socialimperialismo chino
Los acontecimientos y los hechos demuestran cada vez mejor que China se hunde más y más en el revisionismo, en el capitalismo y en el imperialismo. En este sentido trabaja para realizar una serie de tareas estratégicas, a escala nacional e internacional.
A escala nacional, el socialimperialismo chino se ha planteado la tarea de suprimir cualquier medida de carácter socialista que se hubiera adoptado después de la liberación, y crear un sistema capitalista en la base y la superestructura a fin de hacer que China sea a finales del presente siglo una gran potencia capitalista, gracias a la aplicación de las llamadas «cuatro modernizaciones», de la industria, la agricultura, el ejército y la ciencia.
Lucha por crear en el interior del país una organización que asegure la dominación de la vieja y la nueva burguesía capitalista china sobre el pueblo chino. El revisionismo chino intenta implantar esta organización y dominación adoptando el camino fascista, con el látigo, con la represión. Trabaja para crear una unidad entre el ejército y las retaguardias, de tal manera que éstas sirvan a este ejército represivo.
Las formas y los métodos que más han llamado la atención de la dirección china, y que pueden ser aplicados en China, son los titoistas, particularmente el sistema yugoslavo de «autogestión». Numerosas comisiones y delegaciones chinas, de todos los sectores y especialidades, han sido encargadas de estudiar sobre el terreno este sistema y en general la experiencia del «socialismo» capitalista yugoslavo.
Este sistema y esta experiencia ya están siendo aplicados en China. Sin embargo, por otro lado, los dirigentes revisionistas de China no pueden hacer caso omiso de los fracasos de la «autogestión» titoista, no pueden dejar de tener presente que las condiciones de su país son totalmente diferentes de las de Yugoslavia. Además, consideran indispensable tomar de prestado muchas cosas de las formas y los métodos capitalistas, los cuales, según ellos, han mostrado su «eficacia» en los Estados Unidos, en Alemania Occidental, en el Japón y en otros países burgueses. Al parecer, el sistema capitalista que se está construyendo y desarrollando en China, será un sistema injertado con diferentes formas y métodos revisionista-capitalistas y tradicionales chinos.
Para transformarse en una gran potencia capitalista, el revisionismo chino necesita un período de paz. Con esta necesidad está ligada la consigna del «gran orden» lanzada por el XIº Congreso del Partido Comunista de China, celebrado en agosto de 1977. Para asegurar un «orden» de este tipo, se requiere, por un lado, un régimen capitalista de tipo dictatorial fascista y, por otro, conservar a toda costa la paz y el compromiso entre los grupos rivales, que han existido y siguen existiendo en el partido y el Estado chino. El tiempo dirá en qué medida podrán asegurarse este orden y esta paz.
La política de los dirigentes chinos para hacer de China una superpotencia, trata de conseguir que ésta se beneficie económica y militarmente del imperialismo estadounidense, así como de los países capitalistas desarrollados, aliados de los Estados Unidos.
Esta política de China ha suscitado un gran interés en el mundo capitalista, sobre todo el interés del imperialismo estadounidense, quien ve en esta política de China un gran apoyo a su propia estrategia, que tiende a mantener en pie el capitalismo y el imperialismo, consolidar el neocolonialismo, extinguir las revoluciones y estrangular el socialismo, así como a debilitar a su rival, la Unión Soviética.
Como ha declarado Jimmy Carter, el imperialismo estadounidense desea «colaborar estrechamente con los chinos». Carter ha subrayado: «nosotros consideramos las relaciones sino-estadounidenses como un elemento central de nuestra política global y consideramos a China como una fuerza clave para la paz». China está por una coexistencia pacífica que la aproxime lo más posible a los Estados Unidos.
Debido a estos puntos de vista y posturas, China se alinea con los Estados burgués-capitalistas que fundan su existencia, en tanto que Estados, en el imperialismo estadounidense. Este viraje de China hacia el imperialismo, al igual que el que dieran antes la Unión Soviética y otros, es cada día más real. Esto es observado por los mismos imperialistas, que, alegres ante esta «nueva realidad» , declaran que «los conflictos ideológicos que separaron a los Estados Unidos, la Unión Soviética y China en los años 50, hoy son menos visibles y existe una creciente necesidad de colaboración entre las superpotencias».
Los imperialistas estadounidenses y su presidente Jimmy Carter se muestran dispuestos a ayudar a China para que consolide su economía y refuerce su ejército, siempre, claro está, en la medida en que les interese. Palmotean las espaldas de los dirigentes revisionistas chinos, porque la estrategia de China constituye una importante ayuda para los objetivos hegemonistas del imperialismo estadounidense.
China aplaude los puntos de vista y los actos estadounidenses contra la Unión Soviética revisionista, porque quiere demostrar que supuestamente sirven a la revolución, sirven al debilitamiento de la gran potencia más peligrosa del mundo, el socialimperialismo soviético. A su vez, el imperialismo estadounidense aplaude los puntos de vista y los actos de China contra la Unión Soviética revisionista, porque, como ha declarado uno de los más íntimos colaboradores de Carter, «el conflicto sino-soviético crea una especie de estructura global más pluralista», por la cual se pronuncia el imperialismo estadounidense y la considera compatible con su noción de «cómo debe ser organizado el mundo», es decir, de cómo azuzar a los demás a destrozarse mutuamente y después los Estados Unidos asentar con más facilidad su dominación en todos lados.
La política pragmática y aberrante de China la ha empujado a convertirse en aliada del imperialismo estadounidense y a proclamar al socialimperialismo soviético como el enemigo y peligro principal. Mañana, cuando China vea que ha logrado su objetivo de debilitar al socialimperialismo soviético, cuando vea, según su lógica, que el imperialismo estadounidense está fortaleciéndose, entonces, dado que se apoya en un imperialismo para combatir a otro imperialismo, podrá continuar su lucha en el otro flanco. En este caso el imperialismo estadounidense podrá convertirse en el más peligroso y entonces China, automáticamente, podrá adoptar una posición contraria a la precedente.
Esta es una posibilidad real. En su VIIIº Congreso celebrado en 1956 los revisionistas chinos consideraron al imperialismo estadounidense como el peligro principal. Posteriormente, en el IXº Congreso, en abril de 1969, declararon que el peligro principal lo constituían las dos superpotencias, el imperialismo estadounidense y el socialimperialismo soviético. Más tarde, después del Xº Congreso, que se efectuó en agosto de 1973, y en el XIº Congreso de 1977, proclamaron como enemigo principal únicamente al socialimperialismo soviético. Con tales bandazos, con tal política pragmática, no está descartado que el XIIº o el XIIIº Congreso apoye al socialimperialismo soviético y declare que el enemigo principal es el imperialismo estadounidense, y así hasta que China alcance su objetivo de transformarse un una gran potencia capitalista mundial. En este caso, ¿qué papel desempeñará China en la arena internacional? Su papel nunca será revolucionario, sino regresivo, contrarrevolucionario.
Un importante aspecto de la política exterior china es la alianza con el Japón. Esta alianza racista de estos dos Estados, por así decirlo, amarillos, sellada recientemente con el tratado chino-japonés, tiende, como subrayamos más arriba, a realizar los planes estratégicos de China y Japón para dominar conjuntamente Asia, los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático –ASEAN– y Oceanía. Los revisionistas chinos necesitan este tratado y la amistad con el Japón para amenazar, en colusión con los militaristas japoneses, al socialimperialismo soviético y, si fuera posible, liquidarlo y acabar con su influencia en Asia.
Pero, además, China trata de aprovechar sus lazos con el Japón para obtener créditos de él, importar técnica, tecnología y armamento con miras a realizar sus propias ambiciones de gran patencia. Tanta importancia atribuye China a la colaboración económica multilateral con el Japón, que más de la mitad de su comercio exterior se desarrolla con este país.
A la hora de realizar su política expansionista, la China socialimperialista trabaja por extender lo más posible su influencia en Asia. Actualmente no tiene ninguna influencia en la India, donde tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética, tienen intereses particulares y comunes en el marco de los cambios y las alianzas que puedan tener lugar en el futuro. China desea mejorar de una u otra manera sus relaciones diplomáticas con la India. Pero las pretensiones de la India hacia el Tíbet son grandes. La India combatirá por liquidar la escasa influencia que pueda tener China en Pakistán, puesto que éste es un país estratégico en el flanco de Irán y Afganistán. Aquí comienzan las rivalidades por la gran cuenca petrolífera del Oriente Medio, que está dominada por el imperialismo estadounidense. A China le es muy difícil penetrar en ella. Hará una política contraria a los intereses de los pueblos árabes y en pro de los intereses estadounidenses, hasta que llegue el momento de potenciarse ella misma. A la vez China ayudará a los Estados Unidos para que, junto con países como Irán, Arabia Saudita y otros, se conviertan en una poderosa barrera contra la penetración política, económica y militar soviética en esta zona vital para el imperialismo estadounidense y el imperialismo europeo.
Para alcanzar sus fines, los socialimperialistas chinos dedican una atención particular a Europa Occidental. Su objetivo es contraponerla al socialimperialismo soviético. Por eso apoyan, utilizando todas las formas, a la OTAN y la alianza de los países europeos con los Estados Unidos, al Mercado Común Europeo y la «Europa Unida».
En su plan estratégico, la China socialimperialista se propone extender a los países del «tercer mundo», como ella los llama, su influencia y su hegemonía. La teoría del «tercer mundo» tiene gran importancia para China. Mao Zedong no proclamó esta «teoría» porque fuese un soñador, sino con objetivos hegemonistas bien determinados, para que China domine el mundo. Los sucesores de Mao Zedong y Chou En-lai siguen la misma estrategia.
Los designios estratégicos chinos se extienden también al llamado «mundo no alineado», que es preconizado por el titoismo. Entre estos «mundos» no existe ninguna diferencia, se interfieren mutuamente. Es difícil discernir qué Estados son del «tercer mundo» y qué los distingue de los «países no alineados», qué Estados forman parte de los «no alineados» y qué los distingue de los del «tercer mundo». Así pues, cualquiera que sea el nombre que se les dé, se trata de los mismos Estados.
Esta es otra de las razones por las que la dirección china atribuye una importancia tan grande a las muy amistosas relaciones estatales y de partido con Tito y Yugoslavia en todos los terrenos: ideológico, político, económico y militar.
La comunidad de concepciones entre los revisionistas chinos y los revisionistas yugoslavos no les impide explotar la cordial amistad que existe entre ellos en función de los fines particulares de cada uno.
Tito trata de aprovechar las declaraciones de Hua Kuo-feng sobre su fidelidad y la del partido yugoslavo al marxismo-leninismo, sobre el carácter socialista de la «autogestión», sobre la política interior y exterior «marxista-leninista» que siguen los titoistas, para demostrar que el desenmascaramiento de que ha sido objeto por sus desviaciones antimarxistas, por su política chovinista, reaccionaria y pro imperialista, por su revisionismo, no pasa de ser una calumnia de los stalinistas y, sobre esta base, trata de mejorar su reputación a escala internacional.
Por su parte, Hua Kuo-feng aprovecha las relaciones con Yugoslavia para la llamada apertura de China hacia Europa. Los revisionistas chinos se esfuerzan también por utilizar la amistad con los titoistas, que se las dan de campeones del «no alineamiento», como un importante canal para poder introducirse en los países «no alineados» e imponerles su dominación. No fue por azar que Hua Kuo-feng, en el curso de su visita a Yugoslavia en agosto de 1977, pusiese por las nubes el movimiento de los «no alineados», calificándolo de «fuerza importantísima en la lucha de los pueblos del mundo contra el imperialismo, el colonialismo y el hegemonismo». Si cubrió de elogios a este movimiento y a Tito, es porque sueña con apoderarse de dicho movimiento y hacer que Pekín se convierta en su centro.
En todos sus aspectos, la política del socialimperialismo chino es la política de una gran potencia imperialista, es una política contrarrevolucionaria y belicista, y por eso será execrada, contestada y combatida cada vez más por los pueblos.
***
Las superpotencias imperialistas, de las cuales hemos hablado más arriba, seguirán siendo imperialistas y belicistas, y, si no es hoy, será mañana cuando arrojaran el mundo a una gran guerra atómica.
El imperialismo estadounidense trata de hundir cada vez más sus colmillos en la economía de los otros pueblos, mientras que el socialimperialismo soviético, que apenas ha mostrado sus garras, intenta clavarlas en diversos países del mundo para crearse, a su vez, posiciones neocolonialistas e imperialistas y reforzarlas. Pero existe también la «Europa Unida», ligada por medio de la OTAN a los Estados Unidos, que tiene tendencias imperialistas no globales, sino particulares. Por otra parte, China, que busca convertirse en superpotencia, también ha entrado en la danza, así como el militarismo japonés que se ha levantado. Estos dos imperialismos se alían para formar una potencia imperialista que se oponga a las demás. En tales condiciones aumenta el gran peligro de una guerra mundial. Las alianzas actuales son un hecho, pero irán dislocándose, en el sentido de modificar sus rumbos, no así su contenido.
Los bellos discursos sobre el desarme que se pronuncian en la ONU y en las distintas conferencias internacionales organizadas por los imperialistas, son demagogia. Los imperialistas han creado y protegen el monopolio de las armas estratégicas y desarrollan un enorme tráfico de armas, no para garantizar la paz y la seguridad de las naciones, sino para obtener superganancias y aplastar la revolución y los pueblos, para desencadenar guerras de agresión. Stalin ha dicho:
«Los Estados burgueses se arman y se rearman furiosamente. ¿Por qué? Naturalmente, no para pasar el tiempo, sino para la guerra. Y los imperialistas necesitan la guerra, porque es el único medio para repartirse el mundo, para repartirse los mercados, las fuentes de materias primas y las esferas de utilización del capital». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Informe en el XVIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 27 de junio de 1930)
En su rivalidad, que las conduce a la guerra, las superpotencias, con seguridad, provocarán y fomentarán muchas guerras parciales entre diversos Estados del «tercer mundo», de los «países no alineados» o de los «países en vías de desarrollo».
El presidente Carter ha expresado la opinión de que la guerra puede estallar sólo en dos puntos del globo, en Oriente Medio y en África. Y se comprende por qué, porque precisamente en estas dos regiones del mundo los Estados Unidos tienen hoy mayores intereses. En el Oriente Medio se encuentra el petróleo y en la rica África chocan los grandes intereses económicos y estratégicos neocolonialistas por el reparto de los mercados y las zonas de influencia entre las superpotencias, que buscan conservar y reforzar sus posiciones y conquistar otras.
Pero, aparte del Oriente Medio y África, hay otras zonas donde chocan los intereses de las superpotencias, como por ejemplo el Sudeste Asiático. Los Estados Unidos, la Unión Soviética y, además, China, tratan, de establecer sus zonas de influencia y repartirse los mercados. Esto incluso engendra conflictos que de vez en cuando se convierten en guerras locales, cuyo objetivo no es en absoluto liberar a los pueblos, sino implantar o suplantar las camarillas dominantes del capital aborigen, que unas veces están con una superpotencia y otras veces con otra. El socialimperialismo soviético y el imperialismo estadounidense son dos hidras de las cuales los pueblos no se fían. Del mismo modo, los pueblos tampoco se fían de China.
Cuando las superpotencias no consigan realizar sus intereses expoliadores a través de los medios económicos, ideológicos y diplomáticos, cuando las contradicciones se hayan agravado al extremo, cuando las transacciones y las «reformas» resulten ineficaces para resolver estas contradicciones, entonces estallará la guerra entre ellas. Por lo tanto los pueblos, que serán los que derramaran su sangre en esta guerra, deben intentar con todas sus fuerzas no dejarse coger desprevenidos, deben sabotear la guerra interimperialista de rapiña, para evitar que tome las proporciones de una conflagración mundial y, si esto no pueden lograrlo, convertirla en guerra de liberación y triunfar.
El papel del titoismo y de las otras corrientes revisionistas en la estrategia global del imperialismo y del socialimperialismo
El imperialismo, el socialimperialismo, el capitalismo mundial y la reacción en la lucha feroz que llevan a cabo contra la revolución, el socialismo y los pueblos, tienen el respaldo de los revisionistas modernos de todas las corrientes. Estos renegados y traidores contribuyen a que el imperialismo aplique su estrategia global, minando desde el interior, escindiendo y saboteando los esfuerzos del proletariado y la lucha de los pueblos por sacudirse del yugo social y nacional. Los revisionistas modernos han asumido la misión de denigrar y deformar el marxismo-leninismo, de desorientar a la gente y apartarla de la lucha revolucionaria, de ayudar a que el capital preserve y perpetúe su sistema de opresión y explotación.
a) Los revisionistas titoistas yugoslavos
A la par de los revisionistas soviéticos y chinos, sobre los cuales ya hemos hablado, también los revisionistas titoistas yugoslavos desempeñan un papel de primer orden en el grande y peligroso juego contrarrevolucionario.
El titoismo es una vieja agencia del capital, una de las armas preferidas de la burguesía imperialista en su lucha contra el socialismo y los movimientos de liberación.
Los pueblos de Yugoslavia lucharon con abnegación contra los ocupantes nazifascistas por la libertad, la democracia y el socialismo. Lograron liberar el país, pero no les dejaron llevar adelante la revolución en el camino del socialismo. La dirección revisionista yugoslava con Tito a la cabeza, trabajaba hace tiempo en secreto para el Intelligence Service, aunque durante el periodo de la guerra pretendía hacer creer que conservaba los rasgos de un partido de la Komintern, en realidad perseguía otros objetivos, en oposición al marxismo-leninismo y a las aspiraciones de los pueblos de Yugoslavia de construir una sociedad verdaderamente socialista en este país.
El Partido Comunista de Yugoslavia que llegó al poder, había heredado considerables errores de carácter desviacionista. Después de la Segunda Guerra Mundial manifestó acentuados rasgos nacional-chovinistas, que ya habían aflorado en los tiempos de la guerra. Estos rasgos aparecieron en su renuncia a la ideología marxista-leninista, en sus posturas respecto a la Unión Soviética y Stalin, en sus actitudes y actos chovinistas hacia Albania, etc.
El sistema de democracia popular que se instauró en Yugoslavia, era provisional, no se ajustaba a los deseos de la camarilla en el poder, a pesar de que esta camarilla no dejaba de autodenominarse «marxista». Los titoistas no estaban por la construcción del socialismo, no estaban porque el Partido Comunista de Yugoslavia se guiara por la teoría marxista-leninista y no aceptaban la dictadura del proletariado. En esto tuvo su origen el conflicto que estalló entre la Kominform y el Partido Comunista de Yugoslavia. Se trataba de un conflicto ideológico entre el marxismo-leninismo y el revisionismo, y no de un conflicto entre personas por razones de «predominio», como quieren presentarlo los revisionistas. Iósif Stalin defendía la pureza de la teoría marxista-leninista, Tito defendía la corriente desviacionista, revisionista, antimarxista del revisionismo moderno, siguiendo las huellas de Earl Browder y de los otros oportunistas que aparecieron en vísperas y en el curso de la Segunda Guerra Mundial.
En los primeros años de la liberación, la dirección yugoslava simulaba tomar como ejemplo la construcción del socialismo en la Unión Soviética y proclamó que estaba construyendo el socialismo en Yugoslavia. Esto se hacía para embaucar a los pueblos de Yugoslavia que habían derramado la sangre y aspiraban al socialismo auténtico.
De hecho, los titoistas no estaban ni podían estar por el régimen social socialista ni por la forma de organización del Estado soviético, porque Tito abogaba por el sistema capitalista y por un Estado esencialmente democrático-burgués, donde su camarilla tuviera el poder. Este Estado serviría para crear la idea de que en Yugoslavia se construía el socialismo, pero un socialismo «específico» de un «tipo más humano», precisamente esa especie de «socialismo» que serviría de quinta columna en el seno de los países socialistas. Todo había sido bien calculado y coordinado por los imperialistas anglo-estadounidenses y el grupo titoista. Así los revisionistas yugoslavos, haciendo el juego al imperialismo y al capitalismo mundial, y en colusión con ellos, se pusieron en contra de la Unión Soviética.
El imperialismo inglés, y posteriormente el estadounidense, continuando sus viejos planes, ya en los tiempos de la lucha antifascista de liberación nacional, ayudaron a Tito no sólo a separarse de la Unión Soviética, sino también a emprender actos de sabotaje contra ella y, sobre todo a trabajar para separar del campo socialista otros países de democracia popular, a fin de aislar a la Unión Soviética de todos estos países y unirlos con Occidente. Esta era la política del capitalismo mundial y de su agente el titoismo.
Winston Churchill, este anticomunista rabioso, se interesó directa y personalmente por poner a Tito y su grupo al servicio del capitalismo. Durante la guerra, envió junto al Estado mayor de Tito, como dice el propio líder británico, a sus «amigos de mayor confianza» y después a su hijo. Por último, él mismo se entrevistó con Tito en Nápoles, en agosto de 1944, para asegurarse plenamente de que no le andaba con subterfugios. En sus memorias Churchill escribe que, en sus conversaciones con Tito, éste se mostró dispuesto a hacer más tarde una declaración abierta diciendo que «el comunismo no será instaurado en Yugoslavia después de la guerra».
Tito puso tanta energía en servir a sus amos, que Churchill apreciando sus grandes servicios, le declaró: «Ahora comprendo que usted tenía razón, por eso estoy con usted, le quiero mucho, incluso mucho más que antes». No se podría imaginar una declaración de amor más ardiente.
Sin haberse separado por completo de la Unión Soviética y de los países de democracia popular, Yugoslavia recibió considerables ayudas económicas, políticas, ideológicas y militares de los imperialistas, en particular del imperialismo estadounidense, ayudas que con el correr del tiempo fueron más frecuentes y continuas.
Estas ayudas fueron concedidas sólo a condición de que el país se desarrollase en la vía capitalista. La burguesía imperialista no se oponía a que Yugoslavia conservara exteriormente formas socialistas, al contrario, le interesaba mucho que se presentara con un barniz socialista porque así serviría como un arma más eficaz en la lucha contra el socialismo y los movimientos de liberación. Este tipo de «socialismo» no sólo se diferenciaría por completo; sino que además sería contrario al socialismo previsto y realizado por Lenin y Stalin.
En un periodo relativamente breve, Yugoslavia se convirtió en el portavoz «socialista» del imperialismo estadounidense, en agencia diversionista destinada a ayudar al capital mundial. Desde 1948 hasta hoy día, el titoismo se ha caracterizado por una febril actividad contra el marxismo-leninismo, para organizar en todo el mundo una campaña propagandística que presente el sistema yugoslavo bajo la forma de un régimen «socialista auténtico», como una «sociedad nueva», como un «socialismo no alineado», que no es como el que Lenin y Stalin habían construido en la Unión Soviética, sino un régimen socialista «con rostro humano», que se experimenta por primera vez en el mundo y que da «brillantes resultado». Esta propaganda se ha propuesto y se propone meter en un callejón sin salida a los pueblos y a las fuerzas progresistas, que luchan por la libertad y la independencia en los cuatro puntos cardinales del globo.
Los revisionistas yugoslavos adoptaron en su país las formas de gobierno que en los tiempos de Lenin pretendieron utilizar en la Unión Soviética los trotskistas y otros elementos anarquistas incitados por la burguesía capitalista para sabotear la construcción del socialismo. Adoptando estas formas, Tito, mientras decía que estaba construyendo el socialismo, deformó por completo los principios marxista-leninistas de la edificación de la industria, la agricultura, etc.
En el plano de la administración y la dirección organizativo-política, las Repúblicas de Yugoslavia adquirieron una fisonomía tal que el centralismo democrático fue liquidado, el papel del Partido Comunista de Yugoslavia se desvaneció. El Partido Comunista de Yugoslavia cambió de nombre, transformándose en «Liga de los Comunistas de Yugoslavia», denominación en apariencia marxista, pero antimarxista en su contenido, en sus normas, en sus atribuciones y en sus fines. La Liga de los Comunistas de Yugoslavia se convirtió en un frente sin columna vertebral, se despojó de los rasgos distintivos de un partido marxista-leninista, conservó la vieja forma, pero ya no desempeñaba el papel de vanguardia de la clase obrera, ya no era la fuerza política que dirigía la República Federativa de Yugoslavia, sino que, según decían los revisionistas, sólo cumplía funciones «educativas» generales.
La dirección titoista puso el partido bajo la dependencia y el control de la UDB, lo transformó en una organización fascista, y el Estado en una dictadura fascista. Nosotros conocemos de sobra el carácter extremadamente peligroso de estos actos, porque lo mismo pretendió hacer en Albania el agente de los titoistas Koçi Xoxe.
Tito, Ranković y su red de agentes liquidaron por entero todo lo que podía tener el verdadero color del socialismo. El titoismo combatió encarnizadamente a los elementos del interior que buscaban hacer saltar por los aires esta red de agentes y esta organización capitalista-revisionista, así como a la propaganda marxista-leninista que se desarrollaba en el exterior y desenmascaraba ese sistema que se hacía pasar por socialista.
La dirección titoista abandonó muy pronto la colectivización de la agricultura que había empezado en los primeros años, creó las granjas estatales capitalistas, estimuló el desarrollo de la propiedad privada en el campo, permitió la compraventa de la tierra, rehabilitó a los kulaks, dejó el camino libre al florecimiento del mercado privado en la ciudad y en el campo, emprendió las primeras reformas que reforzaban la orientación capitalista de la economía.
Entretanto, la burguesía titoista estaba en busca de una forma «nueva» para disfrazar el sistema capitalista yugoslavo, y la encontró. Le dieron el nombre de «autogestión» yugoslava. La vistieron con un ropaje «marxista-leninista», pretendiendo que este sistema era el socialismo más autentico.
Inicialmente, la «autogestión» nació como un sistema económico, luego se extendió al dominio de la organización estatal y a todos los demás terrenos de la vida del país.
La teoría y la práctica de la «autogestión» yugoslava son una negación abierta de las enseñanzas del marxismo-leninismo y de las leyes generales de la construcción del socialismo. El sistema económico y político de «autogestión», es una forma anarco-sindicalista de la dictadura burguesa que domina en la Yugoslavia dependiente del capital internacional.
El sistema de «autogestión» con todos sus rasgos distintivos, como la eliminación del centralismo democrático, del papel de la dirección única del Estado, el federalismo anarquista, la ideología antiestatal en general, ha provocado en Yugoslavia un desorden y una confusión económica, política e ideológica permanentes, un desarrollo débil y desigual entre sus repúblicas y regiones, grandes diferenciaciones sociales y de clase, discordia y opresión nacional y degeneración de la vida espiritual. Ha causado un marcado fraccionamiento de la clase obrera, suscitando rivalidades entre sus diversos destacamentos y alimentando el espíritu burgués sectorial, localista e individualista. En Yugoslavia, la clase obrera no sólo no desempeña el papel hegemónico en el Estado y la sociedad, sino que el sistema de «autogestión» la pone en condiciones de incapacidad para defender sus propios intereses generales y actuar unida y compacta.
El mundo capitalista, sobre todo el imperialismo estadounidense, ha vertido en Yugoslavia ingentes capitales en forma de inversiones, créditos y empréstitos. Son estos capitales los que constituyen la base material del desarrollo del «socialismo de autogestión» capitalista yugoslava. Sólo la deuda exterior asciende a más de 11.000 millones de dólares. Yugoslavia ha recibido de los Estados Unidos más de 7.000 millones de dólares en forma de créditos.
A pesar de los numerosos créditos que la dirección titoista recibe del exterior, los pueblos de Yugoslavia no han probado ni prueban los «brillantes resultados» del «socialismo» específico. Por el contrario, en Yugoslavia existe un caos político e ideológico, reina un sistema que engendra un enorme paro forzoso en el interior y una fuerte emigración de mano de obra hacia el exterior, lo que hace de Yugoslavia un país totalmente dependiente de las potencias imperialistas. Los pueblos yugoslavos son explotados hasta la médula para satisfacer los intereses de la clase en el poder y los de todas las potencias imperialistas que han hecho inversiones en este país.
Al Estado yugoslavo no le importa que los precios aumenten a diario, que la miseria de las masas trabajadoras aumente sin cesar, y que el país se haya hundido en deudas, además de verse profundamente sumido en la grave crisis del mundo capitalista. La independencia y la soberanía de Yugoslavia están truncadas porque, entre otras cosas, el país no cuenta con un potencial económico enteramente propio. La parte principal de este potencial es común a firmas extranjeras y a diversos Estados capitalistas, y por ello sólo puede sentir sobre sus espaldas los efectos desastrosos de la crisis y de la explotación extranjera.
No es por casualidad que el capitalismo mundial apoye tanto, política y financieramente, a la «autogestión» yugoslava y haga coro a la propaganda titoista para vender este sistema como una «forma nueva y experimentada de la construcción del socialismo» válida para todos los países.
Lo hace porque la forma de la «autogestión» yugoslava es una vía de subversión y diversión ideológica y política contra los movimientos revolucionarios y de liberación del proletariado y de los pueblos, es una manera de abrir paso a la penetración política y económica del imperialismo en diversos países del mundo. El imperialismo y la burguesía quieren mantener la «autogestión», para ciertas circunstancias y países, como un sistema de reserva para prolongar los días del capitalismo, que no expira fácilmente, sino que hace esfuerzos por encontrar diversas formas de gobernar a expensas de los pueblos.
Un gran servicio prestan a los diversos imperialistas las teorías y prácticas yugoslavas del «no alineamiento», ya que les ayudan a engañar a los pueblos. Esto les interesa tanto a los imperialistas como a los socialimperialistas, porque les ayuda a establecer y reforzar su influencia en los «países no alineados», apartar a los pueblos amantes de la libertad del camino de la liberación nacional y la revolución proletaria. Por ello, Jimmy Carter, Leonid Brézhnev y también Hua Kuo-feng, elogian la política titoista de los «no alineados» y tratan de aprovecharla para sus propios designios.
El titoismo ha sido y sigue siendo un arma de la burguesía imperialista, un bombero de la revolución. Se mantiene en la misma fila, tiene los mismos objetivos y está en unidad ideológica con el revisionismo moderno en general y con sus diversas variantes. Las vías, las formas, las tácticas a las que recurren en la lucha contra el marxismo-leninismo, contra la revolución y el socialismo pueden ser diferentes, pero los objetivos contrarrevolucionarios son los mismos.
b) Los partidos revisionistas de Europa
En los esfuerzos que hacen la burguesía y la reacción para aplastar la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos, les prestan un gran servicio los partidos revisionistas de Europa, en primer término, así como los de los demás países en todos los continentes.
Los partidos revisionistas de los países de Europa Occidental despliegan esfuerzos para levantar una teoría sobre una «sociedad nueva» llamada socialista [véase la obra de Enver Hoxha: «Eurocomunismo es anticomunismo» de 1980 - Anotación de E. H.], a la que esperan llegar con «reformas estructurales» y en estrecha coalición con los partidos socialdemócratas, e incluso con los partidos de derecha. Esta sociedad, según ellos, se edificará sobre nuevos fundamentos con «reformas sociales», en «paz social»; por «vía parlamentaria», a través del «compromiso histórico» con los partidos burgueses.
Los partidos revisionistas de Europa, como los de Italia, Francia y España, y tras ellos todos los demás partidos revisionistas de Occidente, niegan el leninismo, la lucha de clases, la revolución y la dictadura del proletariado. Todos se han metido en el camino del compromiso con la burguesía capitalista. Han bautizado esta línea antimarxista con el nombre de «eurocomunismo». El «eurocomunismo» es una nueva corriente pseudocomunista que está y no está en oposición al bloque revisionista soviético. Esta actitud vacilante se explica con su propósito de tener una coexistencia de ideas con la socialdemocracia europea, con toda la diversidad de concepciones que se cuecen en la caldera de Europa. Los «eurocomunistas» pueden unirse a quienquiera que sea, a excepción de aquellos que luchan por el triunfo de la revolución y por la pureza de la ideología marxista-leninista.
Todas las corrientes revisionistas, oportunistas y socialdemócratas hacen todo lo que está a su alcance por favorecer los diabólicos actos de las superpotencias que tienen como fin aplastar la revolución y a los pueblos. El que estas corrientes apoyen los organismos supuestamente nuevos de la burguesía, tiene como único objetivo estrangular la revolución, poniéndole mil y un obstáculos materiales, políticos e ideológicos. Ellas se afanan por desorientar y dividir al proletariado y sus aliados, porque saben que divididos y escindidos en luchas fraccionalistas, no podrán lograr ni en el interior de un país ni en la plataforma internacional la unidad ideológica, política y de combate que es requisito indispensable para enfrentar los ataques del capitalismo mundial en descomposición.
La coalición del revisionismo moderno con la socialdemocracia tiene miedo al advenimiento del fascismo, sobre todo en algunos países que están amenazados por la extrema derecha. Para evitar la dictadura fascista, los revisionistas y los socialdemócratas intentan «atenuar» las contradicciones y la lucha de clases entre las masas del pueblo y el proletariado, de una parte, y la burguesía capitalista, de otra. Así pues, para poder asegurar una «paz social», estos sujetos de la coalición deben hacerse concesiones mutuas, concertar compromisos con la burguesía capitalista, entenderse con ella sobre una especie de régimen adecuado para ambas partes. Así, mientras la burguesía capitalista y sus partidos continúan abiertamente su lucha contra el comunismo, los partidos revisionistas intentan tergiversar el marxismo-leninismo, la ideología rectora de la revolución.
Los sindicatos reformistas, educados y entrenados especialmente en compromisos con la patronal y únicamente para reclamar limosnas económicas, y no para declarar huelgas por reivindicaciones políticas y lograr el objetivo del proletariado de tomar el poder, se han convertido en sostén de los partidos revisionistas de Europa. Como es natural, los tejemanejes están encaminados a equilibrar la oferta y la demanda, una parte reclama limosnas y la otra determina la cuantía de estas limosnas. Ambas partes, tanto los sindicatos reformistas y los partidos revisionistas, como la patronal con sus partidos, su poder y sus sindicatos, están amenazadas por la revolución, por el proletariado, por sus partidos verdaderamente marxista-leninistas. Por eso, están en busca de un compromiso reaccionario, solución que no puede ser idéntica en todos los países capitalistas, a causa de las diferencias en cuanto a la fuerza del capital, a las proporciones de la crisis y a la amplitud de las contradicciones internas que los corroen.
La revolución, única arma para destruir la estrategia de los enemigos del proletariado y de los pueblos
Todos los enemigos, los imperialistas, los socialimperialistas y los revisionistas, juntos o por separado, luchan por embaucar a la humanidad progresista, por desacreditar el marxismo-leninismo y particularmente por tergiversar la teoría leninista de la revolución, por aplastar la revolución, cualquier resistencia popular y lucha de liberación nacional.
El arsenal de los enemigos del marxismo-leninismo es grande, pero también las fuerzas de la revolución son colosales. Son precisamente estas fuerzas que están en ebullición, las que se enfrentan a los enemigos de la revolución y los combaten, las que han turbado el sueño del mundo capitalista y de la reacción mundial y les han hecho la vida imposible.
«Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma». (Karl Marx y Friedrich Engels; Manifiesto del Partido Comunista, 1848)
Esta constatación de Marx y Engels sigue siendo actual en nuestros días. El imperialismo, el socialimperialismo y el revisionismo moderno se imaginan que el peligro del comunismo ha sido eliminado, porque, al creer que el duro golpe que ha sufrido la revolución debido a la traición revisionista es irreparable, menosprecian la fuerza del marxismo-leninismo, sobreestiman las fuerzas materiales, militares, represivas y económicas de que disponen. Por su parte, esto no es más que una ilusión.
El proletariado mundial recobra sus fuerzas. El y los pueblos amantes de la libertad de día en día se dan cuenta por su propia experiencia de la traición de los revisionistas titoistas, jruschovistas, chinos, «eurocomunistas», etc. El tiempo trabaja para la revolución, para el socialismo y no para la burguesía y el imperialismo, ni para el revisionismo moderno y la reacción mundial. El fuego de la revolución arde por doquier en los corazones de los pueblos oprimidos que anhelan conquistar la libertad, la democracia, la verdadera soberanía, tomar el poder en sus manos y seguir el camino del socialismo, destruyendo al imperialismo y a sus lacayos.
Actualmente ocurre el mismo fenómeno que en la época de Lenin, cuando la ruptura con la II Internacional dio lugar a la creación de nuevos partidos marxista-leninistas. La traición revisionista ha llevado y lleva aparejada necesariamente la creación y el fortalecimiento, en todas partes, de los verdaderos partidos comunistas, que han recogido y enarbolado la bandera del marxismo-leninismo y de la revolución, desechada y pisoteada por los revisionistas. Estos partidos deben contraponer a la estrategia global del imperialismo mundial y del revisionismo, la gloriosa estrategia leninista de la revolución, la gran teoría del marxismo-leninismo. Les incumbe hacer a las masas plenamente conscientes de los objetivos y de la justeza de su lucha, de los sacrificios que se precisan; les incumbe agruparlas, organizarlas, dirigirlas y conducirlas a la victoria.
Los marxista-leninistas, que estamos al frente de la titánica lucha que se desarrolla en la actualidad entre el proletariado y los pueblos oprimidos que aspiran a la libertad, por un lado, y los feroces y voraces imperialistas, por otro lado, debemos darnos cuenta cabalmente de los objetivos, las tácticas, los métodos y las formas de lucha de los enemigos comunes y de los enemigos específicos de cada país. No podemos considerar esto en su justo valor, si no nos apoyamos firmemente en la teoría marxista-leninista de la revolución, si no vemos que en las situaciones actuales existe y seguirá existiendo en el futuro una serie de eslabones débiles en la cadena del capitalismo mundial, en los cuales los revolucionarios y los pueblos deben desarrollar una actividad ininterrumpida, una lucha organizada, inflexible y valerosa a fin de que estos eslabones vayan desgajándose de manera sucesiva. Esto, naturalmente, exige esfuerzos, lucha, sacrificios y espíritu de abnegación. Los pueblos y los hombres valerosos, guiándose por los intereses de la revolución, pueden hacer y harán frente a las grandes fuerzas del imperialismo, del socialimperialismo y de la reacción, que se unen entre sí, que conciertan nuevas alianzas y buscan una salida a las situaciones difíciles en las que se encuentran. Los revolucionarios, los marxista-leninistas, la lucha de los pueblos en todos los continentes, en todos los países, son los que crean estas situaciones difíciles a esas fuerzas regresivas.
Los comunistas, en todas partes del mundo, no tienen por qué temer los falsos mitos que han predominado por cierto tiempo en el pensamiento revolucionario. Los comunistas deben esforzarse por ganarse a los que se equivocan, con el fin de corregirlos, haciendo todas las tentativas posibles en este sentido, naturalmente, sin caer ellos mismos en el oportunismo. En el proceso de la lucha de principios, trascenderán, en un comienzo, algunas vacilaciones, pero las vacilaciones se manifestarán en los vacilantes, mientras que en los que están resueltos y aplican acertadamente la teoría marxista-leninista, en los que consideran de manera correcta los intereses del proletariado de sus países, del proletariado mundial y de la revolución, no habrá vacilaciones, bien al contrario, cuando los vacilantes vean que sus camaradas se mantienen firmes en sus concepciones revolucionarias marxista-leninistas, se harán más fuertes en su lucha.
Si los marxista-leninistas aplican de manera justa y decidida la teoría marxista-leninista, sobre la base de las actuales condiciones internacionales y nacionales, si consolidan sin cesar la unidad internacionalista proletaria, en implacable lucha contra el imperialismo y cada corriente del revisionismo moderno, con seguridad vencerán todas las dificultades que encontrarán en su camino, aunque sean muy grandes. El marxismo-leninismo y sus principios inmortales, correctamente aplicados, conducirán de manera inevitable a la destrucción del capitalismo mundial y al triunfo de la dictadura del proletariado, mediante la cual la clase obrera construirá el socialismo y se encaminará al comunismo». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)
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