«La importancia del movimiento koljósiano en todas sus fases –tanto en su fase primaria como en su fase más avanzada, en que ya está dotado de tractores– estriba, entre otras cosas, en que los campesinos pueden poner ahora en cultivo las tierras baldías y vírgenes. Ese es el secreto del formidable aumento de la superficie de siembra, tan pronto como los campesinos pasan al sistema del trabajo colectivo. Ahí reside una de las causas de la superioridad de los koljoses respecto a la hacienda campesina individual». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a las cuestiones de la política agraria de la URSS, 1929)
Pasemos a examinar el tercer prejuicio arraigado en la economía política: la teoría de la «estabilidad» de la pequeña hacienda campesina. Nadie ignora las objeciones de la economía política burguesa a la conocida tesis del marxismo, que afirma las ventajas de las grandes explotaciones sobre las pequeñas, tesis que, según sus impugnadores, sólo rige para la industria, pero que es inaplicable a la agricultura. Los teóricos socialdemócratas del tipo de David y de Hertz, que propugnan esta teoría, intentan «apoyarse» en el hecho de que el pequeño campesino es paciente y sufrido, que está dispuesto a afrontar todas las privaciones con tal de defender su puñado de tierra, por cuya razón la pequeña hacienda campesina da muestras de estabilidad en la lucha contra la gran hacienda agrícola.
No es difícil comprender que semejante «estabilidad» es peor que cualquier inestabilidad. No es difícil comprender que el móvil de esta teoría antimarxista no es otro que ensalzar y afianzar el régimen capitalista, ruinoso para las masas de millones de pequeños campesinos. Precisamente por eso, porque persigue ese móvil, es por lo que a los marxistas les ha sido tan fácil destruir esta teoría.
Pero ahora no se trata de eso. De lo que se trata es de que nuestra experiencia práctica, la realidad de nuestro país aporta nuevos argumentos contra esa teoría, y nuestros teóricos, inexplicablemente, no quieren o no saben utilizar esta nueva arma contra los enemigos de la clase obrera. Me refiero a la experiencia práctica de la supresión de la propiedad privada sobre la tierra, a la experiencia práctica de la nacionalización de la tierra en nuestro país, que emancipa al pequeño campesino del apego servil a su puñado de tierra, facilitando con ello el paso de la pequeña hacienda campesina a la gran hacienda colectiva.
En efecto, ¿qué es lo que inspiraba, lo que inspira y lo que todavía seguirá inspirando al pequeño campesino de la Europa Occidental ese apego por su pequeña hacienda mercantil? Ante todo y sobre todo, el puñado de tierra de su propiedad, la propiedad privada sobre la tierra. Se pasaba años enteros ahorrando para comprar unos terrones y, cuando lograba adquirirlos, era natural que no quisiera perderlos, qué prefiriera pasar por toda clase de privaciones, que prefiriera vivir en el salvajismo y en la miseria, antes que perder ese puñado de tierra, base de su hacienda individual.
¿Puede afirmarse que ese factor sigue existiendo en la misma forma en nuestro país, dentro de las condiciones del régimen soviético? No, no puede afirmarse. No puede afirmarse, porque en nuestro país no hay propiedad privada sobre la tierra. Y precisamente por ello, porque en nuestro país no hay propiedad privada sobre la tierra, nuestros campesinos no tienen ese apego servil por la tierra que sienten los campesinos de Occidente. Y esta circunstancia no puede por menos de facilitar el paso de la pequeña hacienda campesina al cauce de los koljoses.
Tal es una de las causas de que a las grandes haciendas agrícolas, a los koljoses, les sea tan fácil, en nuestro país, bajo las condiciones creadas por la nacionalización de la tierra, demostrar sus ventajas sobre la pequeña hacienda campesina.
Ahí reside la gran importancia revolucionaria de las leyes agrarias soviéticas, que suprimieron la renta absoluta del suelo, abolieron la propiedad privada sobre la tierra y decretaron su nacionalización.
Y esto nos brinda, por tanto, un nuevo argumento contra los economistas burgueses, que proclaman la estabilidad de la pequeña hacienda campesina en la lucha de ésta contra la hacienda grande.
¿Por qué nuestros teóricos agrarios no utilizan a fondo este nuevo argumento en su lucha contra toda suerte de teorías burguesas?
Al proceder a la nacionalización, de la tierra, partimos, entre otras cosas, de las premisas teóricas que contienen el tercer tomo de «El Capital», la conocida obra de Marx «Teorías de la plusvalía» y los trabajos agrarios de Lenin, que son un riquísimo venero de pensamientos teóricos. Al decir esto, me refiero a la teoría de la renta del suelo en general, y a la teoría de la renta absoluta del suelo en particular. Hoy es evidente que las tesis teóricas contenidas en estas obras han sido brillantemente confirmadas por la experiencia práctica de nuestra edificación socialista en la ciudad y en el campo.
Lo único que no se comprende es por qué las teorías anticientíficas de los economistas «soviéticos» tipo Chayánov pueden circular libremente en nuestra prensa y los geniales trabajos de Marx, Engels y Lenin sobre la teoría de la renta del suelo y de la renta absoluta del suelo, lejos de ser popularizados y destacados a un primer plano, deben permanecer arrumbados.
Recordaréis, sin duda, el conocido folleto de Engels «El problema campesino». Recordaréis, sin duda, con qué prudencia aborda Engels el problema del paso de los pequeños campesinos a la senda de la economía cooperativa, a la senda de la economía colectiva. Permitidme que cite el pasaje del folleto de Engels que trata de esto:
«Nosotros estamos resueltamente de parte del pequeño campesino; haremos todo cuanto sea admisible para hacer más llevadera su suerte, para hacerle más fácil el paso al régimen cooperativo, caso de que se decida a él, e incluso para facilitarle un largo plazo de tiempo para que lo piense en su parcela, si no se decide a tomar todavía esta determinación». (Friedrich Engels, El problema campesino en Francia y en Alemania, 1894)
Veis con qué prudencia aborda Engels la cuestión del paso de la hacienda campesina individual a la vía del colectivismo. ¿Cómo se explica esa prudencia de Engels, que a primera vista podría parecer exagerada? ¿De qué premisa parte al razonar así? Indudablemente, parte de la existencia de la propiedad privada sobre la tierra, del hecho de que el campesino posee «su parcela», de la cual le costará trabajo desprenderse. Tal es el campesino del Occidente. Tal es el campesino de los países capitalistas, en los que existe la propiedad privada sobre la tierra. Se comprende que en este caso se requiera gran prudencia.
¿Puede afirmarse que en nuestro país, en la URSS, exista la misma situación? No, no puede afirmarse. Y no puede afirmarse, porque en la URSS no existe propiedad privada sobre la tierra, que es lo que infunde al campesino el apego a su hacienda individual. No puede afirmarse, porque en la URSS la tierra está nacionalizada, y ello facilita el paso del campesino individual al cauce del colectivismo.
He ahí una de las causas de la facilidad y la rapidez relativa con que en nuestro país se desarrolla últimamente el movimiento koljósiano.
Es lamentable que nuestros teóricos agrarios no hayan intentado aún poner de relieve con la debida claridad esta diferencia entre la situación del campesino en la URSS y en el Occidente. Esta labor tendría, sin embargo, una importancia formidable no sólo para nosotros, para los militantes soviéticos, sino también para los comunistas de todos los países; pues para la revolución proletaria en los países capitalistas no es lo mismo que al día siguiente de la toma del Poder por el proletariado haya que edificar el socialismo sobre la base de la nacionalización de la tierra o sin esta base.
En un artículo publicado hace poco en la prensa –«El año del gran viraje»–, exponía yo los conocidos argumentos en pro de la superioridad de la gran hacienda agrícola sobre la pequeña, refiriéndome a los grandes sovjoses. Huelga demostrar que todos esos argumentos son íntegra y completamente aplicables a los koljoses, que también son grandes unidades agrícolas. Y al decir esto, no me refiero solamente a los koljoses más desarrollados, que poseen una base de máquinas y tractores, sino también a los koljoses de tipo primario, que representan, por decirlo así, el período manufacturero del desarrollo de los koljoses y que se valen de los aperos de los campesinos. Me refiero a esos koljoses de tipo primario que se crean actualmente en las zonas de colectivización total y que se basan en la simple reunión de los instrumentos de producción de los campesinos.
Tomemos, por ejemplo, los koljoses de la zona del Jopior, en la antigua región del Don. A primera vista, si tomamos en consideración los elementos técnicos, estos koljoses no parecen diferenciarse en nada de la pequeña hacienda campesina –pocas máquinas, pocos tractores–. Sin embargo, la simple reunión de los instrumentos campesinos en los koljoses produce un efecto con el que ni siquiera habían soñado nuestros trabajadores prácticos. ¿Cómo se concreta este efecto? El paso de los campesinos a los koljoses se ha traducido en un aumento del 30, del 40 y del 50% del área de cultivo. ¿Cómo explicarse este efecto «vertiginoso»? Por el hecho de que los campesinos, impotentes bajo el régimen del trabajo individual, se han convertido en una fuerza poderosísima al reunir sus instrumentos de trabajo y agruparse en los koljoses. Por el hecho de que los campesinos se han puesto en condiciones de explotar las tierras baldías y vírgenes, que bajo el régimen de trabajo individual eran difícilmente cultivables. Por el hecho de que los campesinos se han colocado en condiciones de tomar las tierras vírgenes en sus manos, de poner en cultivo los yermos, los pegujales, los linderos, etc.
El cultivo de las tierras baldías y vírgenes es de importancia capital para nuestra agricultura. Como sabéis, la cuestión agraria fue en tiempos pasados el eje del movimiento revolucionario en Rusia. Sabéis que el movimiento agrario se proponía, entre otras cosas, acabar con la escasez de tierras. Había por aquel entonces muchos que pensaban que la escasez de tierras era absoluta; es decir, que en Rusia no había ya tierras libres aptas para el cultivo. ¿Y qué ha demostrado la realidad? Hoy es de una evidencia absoluta que en la URSS había y hay decenas de millones de hectáreas de tierras incultas; pero el campesino, con sus pobres instrumentos de trabajo, no tenía la menor posibilidad de cultivarlas. Precisamente por eso, porque se veía imposibilitado de cultivar las tierras vírgenes y baldías, se sentía atraído por las «tierras fáciles», por las tierras de propiedad de los terratenientes, por las tierras que el campesino podía cultivar con sus aperos y su trabajo individual. Este era el origen de la «escasez de tierras». No es, pues, extraño que nuestro «Trust de los cereales», dotado de tractores, esté hoy en condiciones de poner en explotación unos veinte millones de hectáreas de tierras incultas, no ocupadas por los campesinos y que habría sido imposible cultivar bajo el sistema del trabajo individual y con los aperos de la pequeña hacienda campesina.
La importancia del movimiento koljósiano en todas sus fases –tanto en su fase primaria como en su fase más avanzada, en que ya está dotado de tractores– estriba, entre otras cosas, en que los campesinos pueden poner ahora en cultivo las tierras baldías y vírgenes. Ese es el secreto del formidable aumento de la superficie de siembra, tan pronto como los campesinos pasan al sistema del trabajo colectivo. Ahí reside una de las causas de la superioridad de los koljoses respecto a la hacienda campesina individual.
Huelga decir que la superioridad de los koljoses respecto a la hacienda campesina individual será todavía más innegable cuando esos koljoses de tipo primario de las zonas de colectivización total cuenten con la ayuda de nuestras estaciones y columnas de máquinas y tractores, cuando los koljoses mismos puedan concentrar en sus manos los tractores y las segadoras-trilladoras.
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