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«La reacción y el fascismo han sufrido una derrota, pero aún no están vencidos. Para vencerlos, tenemos que liquidar sus bases materiales: confiscar la tierra de los grandes terratenientes, nacionalizar los bancos, confiscar las tierras y propiedades de la Iglesia y de las órdenes religiosas, disolver las organizaciones reaccionarias y fascistas y desarmar sus bandas, depurar el ejército de los mandos reaccionarios y fascistas, etc. Pero esto sólo podrá hacerlo un gobierno revolucionario de frente popular, bajo la dirección del proletariado». (José Díaz; El alcance del triunfo popular del 16 de febrero,1936)
«La reacción y el fascismo han sufrido una derrota, pero aún no están vencidos. Para vencerlos, tenemos que liquidar sus bases materiales: confiscar la tierra de los grandes terratenientes, nacionalizar los bancos, confiscar las tierras y propiedades de la Iglesia y de las órdenes religiosas, disolver las organizaciones reaccionarias y fascistas y desarmar sus bandas, depurar el ejército de los mandos reaccionarios y fascistas, etc. Pero esto sólo podrá hacerlo un gobierno revolucionario de frente popular, bajo la dirección del proletariado». (José Díaz; El alcance del triunfo popular del 16 de febrero,1936)
El siguiente compilado de artículos de José Díaz sobre el triunfo del frente popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, explica la posición histórica del Partido Comunista de España frente a las famosas elecciones. El documento nos servirá para dar una directa fuente de la posición del partido en tal evento, nos era necesario aclarar este punto, ya que desde distintos tipos de revisionismos –como el eurocomunista– e incluso desde los historiadores del franquismo, se ha dado la idea, de que para los comunistas españoles de los años 30, la victoria en las elecciones significaba el triunfo directo del socialismo. No, ni muchos menos, el programa del frente popular propuesto por los comunistas no era un programa que buscara la instauración del socialismo mediante un programa electoral, sino resolver las tareas de la etapa democrático-burguesa, y sobre todo, en la etapa actual echar el freno al incipiente grado de fascistización de España –que el autor determinaba como tarea fundamental–; «el triunfo electoral del día 16 de febrero crea grandes condiciones para el desarrollo rápido y el crecimiento del movimiento obrero y revolucionario antifascista; abre amplios cauces para el desarrollo ulterior de la revolución democrático-burguesa y su transformación en revolución socialista».
El autor, José Díaz, era consciente de que con un partido con tan escasa influencia no había influido –valga la redundancia– lo que le hubiera gustado en el programa del frente popular, y por tanto éste, en sus palabras: «descontando la amnistía y la readmisión de los represaliados, ya realizadas en su mayor parte, dicho pacto no contiene ninguna solución real y definitiva de los problemas fundamentales de la revolución democrática». Es por ello que se insiste tanto por un lado, en la creación de las alianzas obrero-campesinas –algo extraído de la experiencia de 1934– para que actúen como: «una vasta organización de los órganos de lucha por y del poder obrero y campesino, enfrente al poder de la burguesía», y por otro, en la unidad combativa –demostrada en esos instantes– del frente popular para que: «sea un frente de lucha no solo en las elecciones y en el parlamento, sino principalmente en la calle, un frente que organice y agrupe a todas las masas trabajadoras y que sirva como garantía para el cumplimiento por parte del gobierno del pacto electoral y para llevar adelante el cumplimiento y la solución de todos los problemas vitales de los obreros, campesinos y masas trabajadoras de España».
Nos es de destacar, que la Komintern –Internacional Comunista– ya adelantó mucho de los problemas a los que el frente popular español se tendría que enfrentar; la negativa del ala derechista de los partidos socialdemócratas a formar pacto antifascista como el frente popular o verlo solo como una mera coalición electoral –algo reflejado en el Partido Socialista Obrero Español y sus tendencias–; la indiferencia anarquista en el tema de la unión sindical antifascista –algo que se fue solucionando poco a poco con la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)–; las excusas de la reacción para la no formación del frente popular –los argumentos del filofascista de Gil Robles sobre la incompatibilidad entre los partidos antifascistas del frente popular, o la excusas de su triunfo–. Problemas, que su secretariado general José Díaz, supo manejar con audacia, es más, queríamos señalar que, pese a ser un partido que todavía no pudo hacerse con la dirección del frente popular –como sí pasó en la guerra civil– y teniendo por delante que resolver taras democrático-burguesas y el cada vez mayor, peligro fascista, el partido nunca negó, sino que siempre subrayó el papel de vanguardia que dicho partido como representante del proletariado debía cumplir en todas esas tareas. Algo que de nuevo históricamente, tira por la borda la retórica reformista de figuras revisionistas sobre evitar la hegemonía del partido comunista en la etapa anticolonial, antiimperialista o antifascista democrática –estas dos sí las reunía España–.
El autor, José Díaz, era consciente de que con un partido con tan escasa influencia no había influido –valga la redundancia– lo que le hubiera gustado en el programa del frente popular, y por tanto éste, en sus palabras: «descontando la amnistía y la readmisión de los represaliados, ya realizadas en su mayor parte, dicho pacto no contiene ninguna solución real y definitiva de los problemas fundamentales de la revolución democrática». Es por ello que se insiste tanto por un lado, en la creación de las alianzas obrero-campesinas –algo extraído de la experiencia de 1934– para que actúen como: «una vasta organización de los órganos de lucha por y del poder obrero y campesino, enfrente al poder de la burguesía», y por otro, en la unidad combativa –demostrada en esos instantes– del frente popular para que: «sea un frente de lucha no solo en las elecciones y en el parlamento, sino principalmente en la calle, un frente que organice y agrupe a todas las masas trabajadoras y que sirva como garantía para el cumplimiento por parte del gobierno del pacto electoral y para llevar adelante el cumplimiento y la solución de todos los problemas vitales de los obreros, campesinos y masas trabajadoras de España».
Nos es de destacar, que la Komintern –Internacional Comunista– ya adelantó mucho de los problemas a los que el frente popular español se tendría que enfrentar; la negativa del ala derechista de los partidos socialdemócratas a formar pacto antifascista como el frente popular o verlo solo como una mera coalición electoral –algo reflejado en el Partido Socialista Obrero Español y sus tendencias–; la indiferencia anarquista en el tema de la unión sindical antifascista –algo que se fue solucionando poco a poco con la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)–; las excusas de la reacción para la no formación del frente popular –los argumentos del filofascista de Gil Robles sobre la incompatibilidad entre los partidos antifascistas del frente popular, o la excusas de su triunfo–. Problemas, que su secretariado general José Díaz, supo manejar con audacia, es más, queríamos señalar que, pese a ser un partido que todavía no pudo hacerse con la dirección del frente popular –como sí pasó en la guerra civil– y teniendo por delante que resolver taras democrático-burguesas y el cada vez mayor, peligro fascista, el partido nunca negó, sino que siempre subrayó el papel de vanguardia que dicho partido como representante del proletariado debía cumplir en todas esas tareas. Algo que de nuevo históricamente, tira por la borda la retórica reformista de figuras revisionistas sobre evitar la hegemonía del partido comunista en la etapa anticolonial, antiimperialista o antifascista democrática –estas dos sí las reunía España–.
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