«El futuro no puede pertenecer a concepciones confusas e indefinidas; tales, precisamente, son las de Monod y, sobre todo, las de Lamprecht. No es posible, naturalmente, dejar de saludar la tendencia que proclama que la tarea primordial de la ciencia histórica es el estudio de las instituciones sociales y de las condiciones económicas. Esta ciencia irá lejos, cuando dicha tendencia arraigue en ella definitivamente. Pero, en primer término, Pirenne se equivoca considerando que esta tendencia es nueva. Ha surgido en la ciencia histórica ya en la segunda década del siglo XIX: sus representantes más destacados y consecuentes fueron Guizot, Mignet, Agustín Thierry [20] y, más tarde, Tocqueville y otros. Las ideas de Monod y Lamprecht no son más que una copia pálida de un original viejo, pero muy notable. En segundo término, por profundas que hayan sido para su época las concepciones de Guizot, Mignet y otros historiadores franceses, muchos puntos han quedado sin esclarecer. No dan una solución precisa y completa a la cuestión del papel del individuo en la Historia. Ahora bien, la ciencia histórica debe resolver de una manera efectiva esta cuestión, si es que sus representantes quieren librarse de una concepción unilateral del objeto de su ciencia. El futuro pertenece a la escuela que mejor resuelva este problema.
Las ideas de Guizot, Mignet y otros historiadores pertenecientes a esta tendencia, eran como una reacción frente a las ideas históricas del siglo XVIII y son su antítesis. Los hombres que en aquel siglo se ocupaban de la filosofía de la Historia lo reducían todo a la actividad consciente de los individuos. Ciertamente, existían también entonces algunas excepciones a la regla general: el campo visual histórico-filosófico, por ejemplo, de Vico, Montesquieu y Herder [21] era mucho más amplio. Pero nosotros no nos referimos a las excepciones, la enorme mayoría de los pensadores del siglo XVIII interpretaban la Historia tal como lo hemos expuesto. Es muy interesante a este respecto volver a leer hoy las obras históricas de Mably [22]. Según este autor, fue Minos el que organizó la vida social y política y las costumbres de los cretenses, mientras Licurgo prestó el mismo servicio a Esparta. Si los espartanos «despreciaban» los bienes materiales, esto es debido a Licurgo, que «penetró, por decirlo así, hasta el corazón mismo de sus conciudadanos y ahogó en ellos todo germen de pasión por las riquezas» [23]. Y si más tarde los espartanos abandonaron la senda señalada por el sabio Licurgo la culpa es de Lisandro, que les había convencido de que «los tiempos nuevos y las nuevas circunstancias exigen, nuevas leyes y una política nueva» [24].
Las obras escritas partiendo de este punto de vista, no tenían nada que ver con la ciencia y se escribían, como sermones, únicamente con vistas a las «lecciones» morales que de ellos se desprenden. Contra estas concepciones fue contra las que se levantaron los historiadores franceses de la época de la Restauración (1815-1830). Después de las convulsiones de fines del siglo XVIII, era ya en absoluto imposible considerar a la Historia como obra de personalidades más o menos eminentes, más o menos nobles e ilustradas, que arbitrariamente inculcaran a una masa ignorante, pero sumisa, estos o los otros sentimientos e ideas. Contra tal filosofía de la Historia se rebelaba además el orgullo plebeyo de los teóricos burgueses. Eran los mismos sentimientos que todavía en el siglo XVIII se pusieron de manifiesto en la naciente dramaturgia burguesa. En la lucha contra las viejas concepciones históricas, Thierry empleaba, entre otros, los mismos argumentos que fueron empleados por Beaumarchais y otros contra la vieja estética [25].
Por último, las tempestades que poco tiempo antes habían estallado en Francia, demostraban claramente que la marcha de los acontecimientos históricos estaba lejos de ser determinada exclusivamente por la actividad consciente de los hombres; ésta sola circunstancia debía ya sugerir la idea de que los acontecimientos tienen lugar bajo la influencia de cierta necesidad latente que actúa de manera ciega, como las fuerzas de la naturaleza, pero conforme a determinadas leyes inexorables. Es interesante −aunque hasta ahora, que nosotros sepamos, nadie lo ha señalado− el hecho de que la nueva concepción de la Historia, como proceso que obedece a determinadas leyes, fue defendido de la manera más consecuente por los historiadores franceses de la época de la Restauración, y precisamente en las obras dedicadas a la Revolución Francesa.