martes, 22 de abril de 2025

Plejánov explicando la conjunción histórica de casualidades y procesos generales

«El futuro no puede pertenecer a concepciones confusas e indefinidas; tales, precisamente, son las de Monod y, sobre todo, las de Lamprecht. No es posible, naturalmente, dejar de saludar la tendencia que proclama que la tarea primordial de la ciencia histórica es el estudio de las instituciones sociales y de las condiciones económicas. Esta ciencia irá lejos, cuando dicha tendencia arraigue en ella definitivamente. Pero, en primer término, Pirenne se equivoca considerando que esta tendencia es nueva. Ha surgido en la ciencia histórica ya en la segunda década del siglo XIX: sus representantes más destacados y consecuentes fueron Guizot, Mignet, Agustín Thierry [20] y, más tarde, Tocqueville y otros. Las ideas de Monod y Lamprecht no son más que una copia pálida de un original viejo, pero muy notable. En segundo término, por profundas que hayan sido para su época las concepciones de Guizot, Mignet y otros historiadores franceses, muchos puntos han quedado sin esclarecer. No dan una solución precisa y completa a la cuestión del papel del individuo en la Historia. Ahora bien, la ciencia histórica debe resolver de una manera efectiva esta cuestión, si es que sus representantes quieren librarse de una concepción unilateral del objeto de su ciencia. El futuro pertenece a la escuela que mejor resuelva este problema. 

Las ideas de Guizot, Mignet y otros historiadores pertenecientes a esta tendencia, eran como una reacción frente a las ideas históricas del siglo XVIII y son su antítesis. Los hombres que en aquel siglo se ocupaban de la filosofía de la Historia lo reducían todo a la actividad consciente de los individuos. Ciertamente, existían también entonces algunas excepciones a la regla general: el campo visual histórico-filosófico, por ejemplo, de Vico, Montesquieu y Herder [21] era mucho más amplio. Pero nosotros no nos referimos a las excepciones, la enorme mayoría de los pensadores del siglo XVIII interpretaban la Historia tal como lo hemos expuesto. Es muy interesante a este respecto volver a leer hoy las obras históricas de Mably [22]. Según este autor, fue Minos el que organizó la vida social y política y las costumbres de los cretenses, mientras Licurgo prestó el mismo servicio a Esparta. Si los espartanos «despreciaban» los bienes materiales, esto es debido a Licurgo, que «penetró, por decirlo así, hasta el corazón mismo de sus conciudadanos y ahogó en ellos todo germen de pasión por las riquezas» [23]. Y si más tarde los espartanos abandonaron la senda señalada por el sabio Licurgo la culpa es de Lisandro, que les había convencido de que «los tiempos nuevos y las nuevas circunstancias exigen, nuevas leyes y una política nueva» [24]. 

Las obras escritas partiendo de este punto de vista, no tenían nada que ver con la ciencia y se escribían, como sermones, únicamente con vistas a las «lecciones» morales que de ellos se desprenden. Contra estas concepciones fue contra las que se levantaron los historiadores franceses de la época de la Restauración (1815-1830). Después de las convulsiones de fines del siglo XVIII, era ya en absoluto imposible considerar a la Historia como obra de personalidades más o menos eminentes, más o menos nobles e ilustradas, que arbitrariamente inculcaran a una masa ignorante, pero sumisa, estos o los otros sentimientos e ideas. Contra tal filosofía de la Historia se rebelaba además el orgullo plebeyo de los teóricos burgueses. Eran los mismos sentimientos que todavía en el siglo XVIII se pusieron de manifiesto en la naciente dramaturgia burguesa. En la lucha contra las viejas concepciones históricas, Thierry empleaba, entre otros, los mismos argumentos que fueron empleados por Beaumarchais y otros contra la vieja estética [25]. 

Por último, las tempestades que poco tiempo antes habían estallado en Francia, demostraban claramente que la marcha de los acontecimientos históricos estaba lejos de ser determinada exclusivamente por la actividad consciente de los hombres; ésta sola circunstancia debía ya sugerir la idea de que los acontecimientos tienen lugar bajo la influencia de cierta necesidad latente que actúa de manera ciega, como las fuerzas de la naturaleza, pero conforme a determinadas leyes inexorables. Es interesante −aunque hasta ahora, que nosotros sepamos, nadie lo ha señalado− el hecho de que la nueva concepción de la Historia, como proceso que obedece a determinadas leyes, fue defendido de la manera más consecuente por los historiadores franceses de la época de la Restauración, y precisamente en las obras dedicadas a la Revolución Francesa. 

sábado, 12 de abril de 2025

¿Existía la naturaleza antes que el hombre? Lenin responde a Avenarius, Petzoldt, Basárov, Valentínov y Cía.


«Ya hemos visto que esta cuestión es particularmente espinosa para la filosofía de Mach y de Avenarius. Las ciencias naturales afirman positivamente que La Tierra existió en un estado tal que ni el hombre ni ningún otro ser viviente la habitaban ni podían habitarla. La materia orgánica es un fenómeno posterior, fruto de un desarrollo muy prolongado. No había materia, es decir materia dotada de sensibilidad, no había ningún «complejo de sensaciones», ni YO alguno, supuestamente unido de un modo «indisoluble» al medio, según la doctrina de Avenarius. La materia es lo primario; el pensamiento, la conciencia, la sensación son producto de un alto desarrollo. Tal es la teoría materialista del conocimiento, adoptada espontáneamente por las ciencias naturales. 

Cabe preguntar: ¿se percataron los representantes más notables del empiriocriticismo de esta contradicción entre su teoría y las ciencias naturales? Sí, se percataron y se plantearon abiertamente el problema de con qué razonamientos eliminar esta contradicción. Desde el punto de vista del materialismo ofrecen particular interés tres maneras de ver la cuestión: la del mismo Avenarius y las de sus discípulos J. Petzoldt y R. Willy.

Avenarius intenta eliminar la contradicción con las ciencias naturales por medio de la teoría del término central [el «YO»] «potencial» de la coordinación. La coordinación, como sabemos, consiste en una relación «indisoluble» entre el YO y el medio. Para deshacer el evidente absurdo de dicha teoría, se introduce el concepto de un término central [el «YO»] «potencial». ¿Cómo explicar, por ejemplo, el hecho de que el hombre sea producto del desarrollo de un embrión? ¿Existe el medio [«contra-término»] si el «término central» [el «YO»] es un embrión? El sistema embrionario C −responde Avenarius en su «Observaciones sobre el concepto del objeto de la psicología» (1895)− es «el término central potencial con respecto al medio individual futuro». El término central potencial nunca es igual a cero, incluso cuando no hay todavía padres, y sólo existen «partes constituyentes del medio», susceptibles de llegar a ser padres.

Así, la coordinación es indisoluble. El empiriocriticista está obligado a afirmarlo para salvar las bases de su filosofía: las sensaciones y sus complejos. El hombre es el término central de esta coordinación. Y cuando el hombre todavía no existe, cuando aun no ha nacido, el término central no es, a pesar de todo, igual a cero: ¡lo único que ha hecho es convertirse en un término central potencial! ¡No podemos por menos de asombrarnos de que se encuentren personas capaces de tomar en serio a un filósofo que aduce razonamientos semejantes! Incluso Wundt en su obra «Sobre el realismo ingenuo y crítico» (1897), que declara no ser de ningún modo enemigo de toda metafísica −es decir, de todo fideísmo−, se ve obligado a reconocer que hay aquí un «oscurecimiento místico del concepto de la experiencia» por medio de la palabreja «potencial», que anula toda coordinación.

En realidad, ¿acaso se puede hablar en serio de una coordinación cuya indisolubilidad consiste en que uno de sus términos es potencial?

Engels tenía completa razón al fustigar a Dühring, ateísta declarado, por haber dejado inconsecuentemente un portillo abierto al fideísmo en su filosofía. En diversas ocasiones −y con sobrado motivo−, Engels dirigió este reproche al materialista Dühring, que, por lo menos en los años 70, no formuló deducciones teológicas. Y aun encontramos entre nosotros algunos que, pretendiendo pasar por marxistas, propagan entre las masas una filosofía rayana en el fideísmo.

«Pudiera parecer [escribe allí mismo Avenarius] que, precisamente desde el punto de vista empiriocriticista, no tienen derecho las ciencias naturales a plantear la cuestión acerca de los períodos de nuestro medio actual que precedieron en el tiempo a la existencia del hombre. (…) Quien se plantea esta cuestión no puede evitar agregarse mentalmente [es decir, representarse como estando él presente en aquel entonces]. En realidad, lo que busca el naturalista [aun cuando no se dé cuenta claramente], es, en el fondo, lo siguiente: de qué modo debe ser representada La Tierra... antes de la aparición de los seres vivientes o del hombre, si yo me sitúo en calidad de espectador, aproximadamente a la manera de un hombre que observase desde nuestra Tierra, con ayuda de instrumentos perfeccionados, la historia de otro planeta o inclusive de otro sistema solar». (Richard Avenarius; Observaciones sobre el concepto del objeto de la psicología, 1894)