«En esta sección repasaremos varias dudas legítimas que se suelen tener los lectores acerca del cristianismo: a) ¿qué relación tuvieron sus primeras comunidades con el comunismo primitivo y el esclavismo?; b) ¿qué conceptos tuvieron los primeros cristianos sobre la usura, el comercio, el celibato o la mujer?; c) ¿a qué se debe que la Biblia contenga tantos pasajes aparentemente contradictorios?; d) ¿en qué errores suelen incurrir los investigadores al analizar los orígenes del cristianismo? Esto nos servirá una vez más para comprobar que, en cuanto a los «reconstitucionalistas», no solo no aportan nada significativo al tema, sino que hacen pasar por novedoso lo ya descubierto hace cientos de años o vuelven a nociones equivocadas y ya superadas.
En primer lugar, cualquiera sabrá que el cristianismo nació como una herejía del judaísmo, aunque en todo momento se alimentó de los conocimientos, mitos y ritos greco-romanos y orientales, desde el gnosticismo, el mitraísmo, el zoroastrismo, el estoicismo, el neoplatonismo y otros ismos, ganando esta última tendencia sincrética y universalizadora −especialmente por los esfuerzos de Paulino− sobre la que era más tradicional o judaizante −capitaneada por Santiago−. En segundo lugar, estas influencias no podían dejar de reflejar en la nueva religión una noción abiertamente conciliadora con el esclavismo, por tanto, el cristianismo era, ya de primeras, incompatible con un comunismo primitivo que, para más inri, para aquel entonces hacía tiempo que se había extinguido en la mayoría de pueblos en que habitaban los primeros núcleos de feligreses. En tercer lugar, si el ambiente decadente de la época entre las clases pudientes del Imperio romano era de un gran temor por el porvenir −o un hedonismo para escapar de la vorágine de desastres−, entre las clases bajas el creciente pauperismo, la desilusión e impotencia por las rebeliones esclavistas fallidas, así como el contacto con la propaganda de todo tipo de sectas y predicadores −que prometían algún tipo de consuelo o mejora en otra vida−, terminaron por crear un caldo de cultivo idóneo para una expresión como lo era el cristianismo. Véase la obra de Serguéi Kovaliov «Historia de Roma» (1948).
En el siglo II el filósofo griego Celso ya describió a los cristianos primitivos, quienes, como hoy los «reconstitucionalistas», se caracterizaban por la incredibilidad que profesaban y la iracunda irracionalidad de su actuar:
«Agrupó en torno suyo, sin selección, una multitud heterogénea de gentes simples, groseras y perdidas por sus costumbres, que constituyen la clientela habitual de los charlatanes y de los impostores, de modo que la gente que se entregó a esta doctrina nos permite ya apreciar qué crédito conviene darle. (…) Es preciso incluso que las creencias profesadas se fundamenten también en la razón. Los que creen sin examen todo lo que se les dice se parecen a esos infelices, presas de los charlatanes, que corren detrás de los metragirtos, los sacerdotes de Mitra, o de los sabacios y los devotos de Hécate o de otras divinidades semejantes, con las cabezas impregnadas de sus extravagancias y fraudes. Lo mismo acontece con los cristianos. Ninguno de ellos quiere ofrecer o escrutar las razones de las creencias adoptadas. Dicen generalmente: «No examinéis, creed solamente, vuestra fe os salvará»; e incluso añaden: «La sabiduría de esta vida es un mal, y la locura un bien». (Celso; Discurso verdadero contra los cristianos, siglo II)
Esto no es ninguna exageración, sino que se puede constatar leyendo sus textos clásicos, como la Primera Carta a los Corintios de San Pablo, en donde señala que «no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles». Esto también fue recogido por Friedländer en su obra «Vida y costumbres romanas bajo el Imperio primitivo» (1913). Aparte de todo esto, si revisamos otros pasajes de la Biblia nos encontramos con pruebas de un fanatismo inusitado:
«Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna». (Biblia; Mateo 19:29, escrito entre los años 80 y 90 d. C)
«Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo». (Biblia; Mateo 14:24, escrito entre los años 80 y 90 d. C)
Si esto le sabe a poco al lector también puede repasar la obra de Engels «Contribución a la historia del cristianismo primitivo» (1894), en donde se repasa la vida de tropelías y estafas de Peregrino Proteo, uno de los primeros jefes cristianos en Palestina. Este pasó en tiempo récord de ser un errante y cínico a una de las mayores autoridades del cristianismo, siendo curiosamente expulsado de la comunidad por no cumplir los preceptos extremos que él mismo predicaba. En todo caso, en su momento de mayor apogeo, la devoción de sus fieles llegó a puntos tan delirantes que, según el testimonio del siriaco Luciano de Samosata, escritor y humorista del siglo II: «Estos infelices creen que son inmortales y que vivirán eternamente, en consecuencia, desprecian los suplicios y se entregan voluntariamente a la muerte», se les «convence de que todos son hermanos»; de manera que si «entre ellos se presenta un impostor, un bribón hábil, no tiene ningún problema para enriquecerse muy pronto, riéndose con disimulo de su simpleza».
Esta extrema candidez de los primeros cristianos, como ya hemos visto atrás, tiene su explicación no tanto en la ignorancia personal de estos −que también−, sino más bien por el momento histórico tan particular en que aparecieron y se difundieron las primeras comunidades [*], así como su origen social −proviniendo de las capas menos ilustradas−. Engels se encargó de recordar esto al lector describiendo cual era el ambiente social en que se redactó el famoso libro del «Apocalipsis» −escrito en el año 95 aproximadamente−: «Fue [esta] una época en la que, en Roma y en Grecia, pero incluso más en Asia menor, en Siria y en Egipto, una mezcla absolutamente aventurada de las más groseras supersticiones de los pueblos más diversos era aceptada sin examen y completada con piadosos fraudes y un charlatanismo directo, en la que los milagros, los éxtasis, las visiones, la adivinación, la alquimia, la cábala y otras hechicerías ocultas actuaban como el protagonista principal»; ergo «en esta atmósfera nació el cristianismo primitivo, y esto en una clase de personas que, más que cualquier otras, estaban abiertas a estos fantasmas».