jueves, 29 de julio de 2021
¿Sabrías cuáles son las diferencias entre el sentido y el significado de las palabras?
jueves, 22 de julio de 2021
El romanticismo y su influencia mística e irracionalista en la «izquierda»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021
¿Cómo computamos la historia de la filosofía?
«Los elementos intermedios y los charlatanes conciliadores, cualquiera que sea su rótulo, ya se trate de espiritualistas, de sensualistas, de realistas, etc., etc., en su camino caen bien en una o bien en otra corriente. Nosotros exigimos decisión, queremos claridad. (…) Toda la lucha contra Dühring la llevó a cabo Engels por entero bajo el lema de la aplicación consecuente del materialismo, acusando al materialista Dühring de enturbiar la esencia de la cuestión con palabras, de cultivar la verborrea, de usar unas formas de razonar que implican una concesión al idealismo, el paso a las posiciones del idealismo. O el materialismo consecuente hasta el fin, o las mentiras y la confusión del idealismo filosófico. (…) No se puede por menos de ver la lucha de los partidos en la filosofía, lucha que expresa, en última instancia, las tendencias y la ideología de las clases enemigas dentro de la sociedad contemporánea. La novísima filosofía está tan penetrada del espíritu de partido como la filosofía de hace dos mil años». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Como se podrá ir comprobando durante toda la exposición que veremos más adelante, las ideas de la Revolución Francesa (1789) fueron la piedra de toque entre los pensadores del siglo XIX, un cambio de paradigma que no dejaba indiferente a nadie, pues no hay término medio: o bien causaba una gran admiración o bien una enorme repulsa. Y bien, ¿cuál fue el cómputo general de este evento histórico para los revolucionarios del siglo XX? En Rusia los bolcheviques proclamaban que:
«La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna de Europa, y especialmente a fines del siglo XVIII, en Francia, donde se libró la batalla decisiva contra toda la morralla medieval, contra la servidumbre en las instituciones y en las ideas, el materialismo se acreditó como la única filosofía consecuente, fiel a todas las teorías de las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la beatería, &c. Por eso los enemigos de la democracia intentaban con todas sus fuerzas «refutar», minar, calumniar el materialismo, y defendían diversas formas del idealismo filosófico, que conduce siempre, de un modo o de otro, a la defensa o al apoyo de la religión, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, 1913)
No pocas veces se han alzado interrogantes tipo: «¿Se puede afirmar que los marxistas son los legítimos sucesores de los racionalistas, los ilustrados o cualquier otro movimiento anterior que adujese la razón como su guía?». Otros se preguntarán lo mismo, pero sustituyendo la razón por la «observación». Centrándonos en estos últimos siglos de la Edad Moderna, es obvio que el materialismo histórico y dialéctico, las herramientas filosóficas del socialismo científico compilado por Marx y Engels, siempre han reconocido el trabajo que en su día hizo el racionalismo de Leibniz, Spinoza o Descartes, el empirismo de Bacon, Condillac, Locke o Hobbes, y por encima de todos ellos, destacando el legado de pensadores como Diderot, Helvétius o Holbach, autores tan profundamente materialistas como todavía metafísicos.
Claro está que en su momento todos contribuyeron con su imprescindible labor en varios campos específicos –no solo en la filosofía sino también en las diversas ciencias– para rescatar o hacer avanzar el conocimiento humano científico. Plantaron cara al oscurantismo general de aquel entonces, pero en parte también contribuyeron a seguir manteniendo otros prejuicios que debían finalizar –unas veces influyó más la ignorancia generalizada en el ambiente de su tiempo y en otras fue decisivo el empecinamiento personal de los autores–. No por casualidad en la «La sagrada familia» (1845), el primer trabajo conjunto de Marx y Engels, ambos autores rinden homenaje a varias de estas figuras destacadas de los siglos XVII-XVIII sin que ello suponga dejar de mostrar sus limitaciones. También en la obra de Gueorgui Plejánov «La concepción monista de la historia» (1895) tenemos una magnífica investigación sobre esto exponiendo las descabelladas teorías que por aquel entonces permeaban entre los reformadores sociales y los pensadores bienintencionados. Aquí se daba un repaso nítido tanto a las ideas de los materialistas del siglo XVIII como a los socialistas utópicos del siglo XIX, que si bien no fueron las únicas tendencias, sí las más recordadas y transcendentes. Por último, podríamos citar la obra de M. Shirokov: «Libro de texto sobre filosofía marxista» (1937) o la del Prof. A. V. Scheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de la Ciencias de la URSS: «Historia de la filosofía; De Sócrates a Scheler» (1942). En ambas encontraremos conclusiones similares. Para no extendernos con más referencias, resumiremos con un extracto de la fina pluma de Antonio Labriola la enorme línea de diferenciación que siempre ha existido entre estos autores y los padrinos del socialismo científico. De esta forma captaremos cuán incompatibles son ambas visiones en infinitas cuestiones de enjundia –los corchetes son nuestros–:
«Otra cosa se necesitaba para penetrar las razones efectivas de la relatividad del progreso. Se necesitaba ante todo renunciar a aquellos prejuicios implícitos en la creencia de que los obstáculos a la uniformidad del devenir humano descansan exclusivamente sobre causas naturales e inmediatas [geografía]. (…) Los consecutivos impedimentos a la uniformidad del progreso han de buscarse en las condiciones propias e intrínsecas de la misma estructura social. (…) Es siempre, por diferentes que sean sus formas y modos, la oposición de la ciudad y del campo, del artesano y del campesino del proletario y del patrono, del capitalista y del trabajador, y así hasta lo infinito, y va siempre a parar en una jerarquía, tanto si es el privilegio fijo de la Edad Media, como si con las distintas formas del derecho presunto igual para todos se revela en la acción automática de la competencia económica. (…) A esta jerarquía económica corresponde de modo vario un los diferentes países, tiempos y lugares, una: estoy por decir, jerarquía de los ánimos, de los intelectos, de los espíritus. Esto equivale a decir que la cultura, en la cual precisamente los Idealistas sitúan la suma del progreso, estuvo y está por necesidad de hecho bastante desigualmente distribuida. La mayor parte de los hombres, por la cualidad de sus ocupaciones, son así como individuos desintegrados, incapaces de un desarrollo completo y normal. A la económica de las clases y a la jerarquía de las situaciones, corresponde la psicología de las clases. La relatividad del progreso es, pues, para nosotros, la consecuencia inevitable de las antítesis de clase. (...) El progreso fue y es aún parcial y unilateral. Las minorías que salen beneficiadas sostienen que esto es el progreso humano, y los soberbiosos evolucionistas llaman a esto naturaleza humana que se desarrolla. Todo este progreso parcial, que basta el presente se ha desarrollado en la presión de hombres sobre los hombres, tiene su fundamento en las condiciones de oposición por la cual las antítesis económicas han engendrado todas las antítesis sociales, y de la relativa libertad de algunos ha nacido la servidumbre de muchísimos, y el derecho ha sido protector de la injusticia». (Antonio Labriola; Del materialismo histórico, 1896)
lunes, 5 de julio de 2021
La Escuela de Gustavo Bueno y su promoción de la religión como «esencia de la españolidad»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021
«Falange Española no puede considerar la vida como un mero juego de factores económicos. No acepta la interpretación materialista de la historia. Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas; hay que contestar con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación. Así, pues, toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico». (José Antonio Primo de Rivera; Falange Española número 1, noviembre, 1933)
jueves, 1 de julio de 2021
Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021
Preámbulo
El socialismo científico, póngasele la etiqueta que se quiera, requiere de objetividad, de la aplicación de un método de análisis despojado de sentimentalismo y sofismas. La construcción de una sociedad sin clases pasa por la crítica desgarrada de las experiencias pasadas, pasa, necesariamente, por el aprendizaje de los errores de los que fracasaron, por una distinción nítida de los principios ideológicos que abrazamos frente a los que rechazamos, razonando en todo momento su porqué. Y, desde luego, para conseguir esta ardua gesta, la sacralización del individuo, «mártir inmaculado» u «hombre infalible», constituye uno de los mayores obstáculos.
No hace falta mencionar que quienes bajo el relativismo y el escepticismo afirman que el marxismo-leninismo –con la andadura que tiene a estas alturas– no tiene paradigma a seguir, que no puede diferenciarse que es o no es tal, qué tesis que está dentro de sus patrones o cuáles no, son unos charlatanes redomados. El pensamiento y actuar de este tipo de sujetos jamás será revolucionario, por la sencilla razón de que no estudian ni toman a esta doctrina bajo lineamientos constatables, en consecuencia, su sistematización de conocimientos siempre será arbitraria: creen estar por encima de las sentencias de la historia, de la realidad objetiva, que pueden coger lo que les guste de esta y aquella experiencia, de este y aquel personaje.
Pues bien, esto mismo se observa en muchos de los apóstoles de José Carlos Mariátegui (1894-1930), quienes lo consideran y alaban como un «marxista creador y heterodoxo», cuando en realidad no están sino confesando que la teoría y práctica de este señor operaba bajo coordenadas muy alejadas de los cánones revolucionarios que se le presuponen; es más, si realmente fuesen hombres de ciencia habrían comprendido ya que, para que esta no se estanque, siempre debe de ser «creadora» ante los retos que enfrenta cada día, a cada hora, pero jamás en el sentido que le dan estos caballeros. Para cualquier corrección o derribo de los axiomas las hipótesis planteadas deben comprobarse, no basta con articular deseos e implementar voluntarismos de todo tipo, como acostumbran los oportunistas de ayer y hoy. De no cumplirse con estos requisitos básicos para tener un criterio riguroso de «estudio» y «actualización», la ideología que se portará será un dogma, entendiéndose este como un planteamiento y actuar indiscutible que se acepta exclusivamente por actos de fe. Por esta razón el revisionismo suele ser sinónimo de pragmatismo y eclecticismo, dado que se abandonan las razones científicas no existe límites para especular y decorar a gusto de uno la ideología que se sigue.
«La forma en que se desarrollan las ciencias naturales, cuando piensan, es la hipótesis. Se observan nuevos hechos, que vienen a hacer imposible el tipo de explicación que hasta ahora se daba de los hechos pertenecientes al mismo grupo. A partir de este momento, se hace necesario recurrir a explicaciones de un nuevo tipo, al principio basadas solamente en un número limitado de hechos y observaciones. Hasta que el nuevo material de observación depura estas hipótesis, elimina unas y corrige otras y llega, por último, a establecerse la ley en toda su pureza. Aguardar a reunir el material para la ley de un modo puro, equivaldría a dejar en suspenso hasta entonces la investigación pensante, y por este camino jamás llegaría a manifestarse la ley. La abundancia de las hipótesis que se abren paso aquí y la sustitución de unas por otras sugieren fácilmente –cuando el naturalista no tiene una previa formación lógica y dialéctica– la idea de que no podemos llegar a conocer la esencia de las cosas –Haller y Goethe–. Pero esto no es peculiar y característico de las ciencias naturales, pues todo el conocimiento humano se desarrolla siguiendo una curva muy sinuosa y también en las disciplinas históricas, incluyendo la filosofía, vemos cómo las teorías se desplazan unas a otras, pero sin que de aquí se le ocurra a nadie concluir que la lógica formal sea un disparate. (...) Sólo podemos llegar a conocer bajo las condiciones de la época en que vivimos y dentro de los ámbitos de estas condiciones». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)
Precisamente esta limitación del conocimiento que se presenta en ciertos momentos históricos, en distintas regiones humanas, y cómo no, en diferentes individuos y organizaciones, no debe servir de excusa para exculpar u ocultar las carencias del objeto de estudio, por el contrario, solo nos interesa examinar si existían justificaciones plausibles para cometer tales equivocaciones, o, si pese a tener la información y los medios disponibles, el fallo fue más consciente que condicionado.