«Así escribía Marx en 1877. A la sazón había en Rusia dos gobiernos: el del zar y el del comité ejecutivo secreto de los conspiradores terroristas [11]. El poder de este segundo Gobierno, el secreto, iba en ascenso cada día. El derrocamiento del zarismo parecía inminente; la revolución en Rusia debía privar a toda la reacción europea de su más poderoso puntal, de su gran ejército de reserva, y dar así un fuerte impulso al movimiento político del Occidente, creando para él, además, unas condiciones de lucha incomparablemente más propicias. No es de extrañar, por tanto, que Marx, en su carta, aconseje a los rusos que no se apresuren con su salto al capitalismo.
La revolución rusa no se produjo. El zarismo ha triunfado sobre el terrorismo, el cual, en el momento presente ha empujado a todas las clases pudientes y «amigas del orden» a que se abracen con el zarismo. Y a lo largo de los 17 años transcurridos desde que fue escrita esta carta de Marx, tanto el desarrollo del capitalisino como la desintegración de la comunidad campesina en Rusia han progresado enormemente. ¿Cómo están las cosas hoy, en 1894?
Dado que el viejo despotismo zarista continuaba inmutable después de las derrotas sufridas en la guerra de Crimea y del suicidio de Nicolás I, no quedaba más que un solo camino: pasar lo más pronto posible a la industria capitalista. Acabaron con el ejército las vastas extensiones del Imperio, las largas marchas hacia el teatro de operaciones; era preciso superar estas distancias mediante la construcción de una red de ferrocarriles estratégicos. Pero, los ferrocarriles implican la creación de una industria capitalista y revolucionan la agricultura primitiva. Por una parte, los productos agrícolas de las regiones más apartadas del país entran en contacto directo con el mercado mundial; por otra, no se puede construir y explotar una amplia red ferroviaria sin disponer de una industria nacional capaz de suministrar rieles, locomotoras, vagones, etc. Pero es imposible crear una rama de la gran industria sin poner en marcha, a la vez, todo el sistema; la industria textil, de tipo relativamente moderno, que ya había arraigado en las provincias de Moscú y de Vladímir, así como en el territorio del Báltico, recibió un nuevo impulso. Siguió a la construcción de ferrocarriles y fábricas la ampliación de los bancos y la fundación de otros nuevos; el que los campesinos se vieran libres de la servidumbre engendraba la libertad de desplazamiento; cabía esperar que una parte considerable de esos campesinos se viese libre también de toda posesión de tierras. Así, en un breve período se colocaron en Rusia las bases del modo de producción capitalista. Pero, al propio tiempo, se dio con el hacha en las raíces de la comunidad campesina rusa.
Es inútil lamentarlo ahora. Si, después de la guerra de Crimea, el despotismo zarista hubiese sido sustituido con la dominación parlamentaria directa de la nobleza y la burocracia, ese proceso hubiera sido, posiblemente, algo más lento; si el poder hubiese sido tomado por la burguesía naciente, el proceso se hubiera acelerado indudablemente. En aquellas condiciones no había otra solución. Cuando en Francia existía el Segundo Imperio, cuando en Inglaterra prosperaba la industria capitalista, no se podía exigir que Rusia se lanzase de cabeza, a partir de la comunidad campesina, a realizar desde arriba experimentos de socialismo de Estado. Algo debía pasar. Y pasó lo que era posible en semejantes condiciones; lo mismo que siempre y en todas partes en los países de producción mercantil, los hombres actuaron, en la mayoría de los casos, sólo de modo semiconsciente o mecánicamente, sin darse cuenta de lo que hacían.
Mientras tanto sobrevino un período nuevo, inaugurado por Alemania, un período de revoluciones por arriba, un período de rápido crecimiento del socialismo en todos los países europeos. Rusia ha tomado parte en el movimiento general. Como era de esperar, aquí este movimiento ha adquirido la forma de asalto resuelto, con el fin de derrocar el despotismo zarista, con el fin de conquistar la libertad de desarrollo intelectual y político de la nación. La fe en la fuerza milagrosa de la comunidad campesina, de cuyo seno puede y debe venir el renacimiento social –fe de la que no estaba exento del todo, como vemos, el propio Chernyshevski–, esa fe ha hecho lo suyo, al estimular el entusiasmo y la energía de los heroicos combatientes rusos de vanguardia. A estos hombres, unos cuantos cientos, cuya abnegación y valor hicieron que el absolutismo zarista llegase a pensar en una capitulación eventual y en las condiciones de la misma, a estos hombres no les pediremos cuentas por haber considerado que su pueblo ruso era el pueblo elegido de la revolución social. Pero no tenemos por qué compartir con ellos su ilusión. El tiempo de los pueblos elegidos ha pasado para siempre». (Friedrich Engels; Acerca de la cuestión social en Rusia, 1894)
Anotaciones de la edición:
[11] Por lo visto trátase de los órganos dirigentes de las organizaciones populistas «Zemliá y Voliav («Tierra y Libertad») (desde el otoño de 1876 hasta el de 1879) y «Naródnaya Volia» («Libertad del Pueblo») (desde agosto de 1879 hasta marzo de 1881); esta última proclamó el terrorismo como principal medio de lucha política.
Anotaciones de Bitácora (M-L):
Esta cita de Engels junto a comentarios similares de sus obras hacen tirar por la borda toda la adhesión a la teoría hegeliana de los «pueblos sin historia» con la que el nacionalismo alemán pretendía justificar su expansión y primacía en detrimento de otros pueblos. Esto tiene una importancia cardinal en el marxismo a la hora de diferenciarlo del hegealismo, ya que recordemos Marx y Engels estuvieron influenciados por tal corriente en su juventud, no por casualidad cualquiera puede consultar los epítetos ridículos de ambos genios opinando sobre los nórdicos, latinos o eslavos cuando estaban influenciados por el hegealismo, que en esta cuestión no puede decirse que se diferencie nada del nacionalismo más ramplón de la época.
La historia ha demostrado que diversos pueblos igual que han tenido un brillante bagaje en un pasado lejano pueden volver a tenerlo, y otros que nunca lo tuvieron pueden constituir grandes aportes a la humanidad, siendo la teoría hegeliana un fraude, como Marx y Engels finalmente vieron no sin razón. Los propios Marx y Engels se apartaron de estas teorías que habían adquirido en un principio al partir precisamente de la rama del hegealismo de izquierda. Esto puede verse claramente desde sus primeros artículos hasta los artículos de la década de 60 del siglo XIX: se puede vislumbrar en concreto en el cambio de opiniones en la cuestión nacional en Polonia, Irlanda a la cual ahora lejos de ser reticentes daban un apoyo consciente, en el interés en el estudio de la historia de otros países como España y en la indagación de sus virtudes históricas, en la cuestión de Alsacia-Lorena y Shleswig posicionándose a favor de un referéndum entre la población o en las investigaciones histórico-sociales y la valoración positiva del potencial revolucionario de Rusia, posiciones que marcían su propio pensamiento patriota e internacionalista de los siguientes revolucionarios como Lenin.
Todos los pseudomarxistas que por ejemplo en la actualidad pretenden que los rusos son el pueblo elegido para la próxima revolución por el mero hecho de haber escrito una página gloriosa para la humanidad en un momento determinado de la historia, son idealistas, románticos, mecanicistas pero no marxistas. No hablemos ya de aquellos rusófilos que creen que de las ruinas de lo que una vez fue antaño el socialismo en Rusia hoy existe algún atavismo de socialismo en la mafia que es hoy el capitalismo de la Rusia de Putin, esas criaturas no merecen más que nuestra pena.
La historia ha demostrado que diversos pueblos igual que han tenido un brillante bagaje en un pasado lejano pueden volver a tenerlo, y otros que nunca lo tuvieron pueden constituir grandes aportes a la humanidad, siendo la teoría hegeliana un fraude, como Marx y Engels finalmente vieron no sin razón. Los propios Marx y Engels se apartaron de estas teorías que habían adquirido en un principio al partir precisamente de la rama del hegealismo de izquierda. Esto puede verse claramente desde sus primeros artículos hasta los artículos de la década de 60 del siglo XIX: se puede vislumbrar en concreto en el cambio de opiniones en la cuestión nacional en Polonia, Irlanda a la cual ahora lejos de ser reticentes daban un apoyo consciente, en el interés en el estudio de la historia de otros países como España y en la indagación de sus virtudes históricas, en la cuestión de Alsacia-Lorena y Shleswig posicionándose a favor de un referéndum entre la población o en las investigaciones histórico-sociales y la valoración positiva del potencial revolucionario de Rusia, posiciones que marcían su propio pensamiento patriota e internacionalista de los siguientes revolucionarios como Lenin.
Todos los pseudomarxistas que por ejemplo en la actualidad pretenden que los rusos son el pueblo elegido para la próxima revolución por el mero hecho de haber escrito una página gloriosa para la humanidad en un momento determinado de la historia, son idealistas, románticos, mecanicistas pero no marxistas. No hablemos ya de aquellos rusófilos que creen que de las ruinas de lo que una vez fue antaño el socialismo en Rusia hoy existe algún atavismo de socialismo en la mafia que es hoy el capitalismo de la Rusia de Putin, esas criaturas no merecen más que nuestra pena.