«La pequeña burguesía encuadrada en el marco histórico del capitalismo y de los primeros procesos de monopolización, acabaría experimentando diversas crisis cíclicas que ponen en peligro su existencia. De ahí nacen las ideas anarquistas en el siglo XIX como respuesta de la desesperación de la pequeña burguesía en ruinas. Así mismo el anarquismo contará con parte de la intelectualidad disidente de la época que no está de acuerdo con la modernidad política, económica y cultural. El anarquismo se valdrá de estos pensadores, los cuales cuentan con recetas ciertamente utópicas y románticas como alternativas al sistema.
Importante destacar que en lo político el anarquismo no se ocupa de resolver las contradicciones capital-trabajo, entre trabajo intelectual y físico, entre ciudad y campo, etc. Dependiendo de según qué anarquistas, unos no niegan la necesidad de la revolución violenta para derribar el sistema, otros consideran el terrorismo individual como medio para lograr una hipotética situación de colapso del sistema, para otros la extenuación del sistema llegará con una huelga general de trabajadores, la mayoría de anarquistas niegan todo trabajo en los parlamentos burgueses; todo ello denota las grandes dosis de subjetivismo, voluntarismo, aventurerismo y sectarismo en sus métodos políticos.
En cuanto a la organización, o mejor dicho falta de ella, es sinónimo de fracasos anunciados. Precisamente toda la falta de marcos teóricos definidos, toda la inconsistencia doctrinal de la que hacen gala se expresa en una extrema indisciplina y falta de cohesión entre sus filas que resulta hasta ridícula, primando el fraccionalismo, espontaneidad y antiteoricismo. A tenor de lo aquí expresado, ¿quién puede ser anarquista? Pues todo el que se proponga y diga como tal, de hecho no existe por lo general una selección de militantes en una organización anarquista ni hace falta tener conocimientos teóricos de la supuesta doctrina que dicen defender, comportándose en definitiva como una organización burguesa de masas, y no como una de militantes que trabaja por la emancipación de las clases trabajadoras. Con seguir unas cuantas proclamas anarquistas –en boga según la época– como el «odio a los uniformes», «odio a la patria», «odio a las banderas», «odio a los líderes», «odio hacia toda forma de poder», etc. y exponer una concepción ridícula y reaccionaria de los fenómenos de tu alrededor bajo los filtros del antiestatismo, el apoliticismo, la descentralización y sobre todo la «libertad personal» por encima de todo, son «esfuerzos» suficientes para que te estrechen la mano como «camarada».
En cuanto a la organización, o mejor dicho falta de ella, es sinónimo de fracasos anunciados. Precisamente toda la falta de marcos teóricos definidos, toda la inconsistencia doctrinal de la que hacen gala se expresa en una extrema indisciplina y falta de cohesión entre sus filas que resulta hasta ridícula, primando el fraccionalismo, espontaneidad y antiteoricismo. A tenor de lo aquí expresado, ¿quién puede ser anarquista? Pues todo el que se proponga y diga como tal, de hecho no existe por lo general una selección de militantes en una organización anarquista ni hace falta tener conocimientos teóricos de la supuesta doctrina que dicen defender, comportándose en definitiva como una organización burguesa de masas, y no como una de militantes que trabaja por la emancipación de las clases trabajadoras. Con seguir unas cuantas proclamas anarquistas –en boga según la época– como el «odio a los uniformes», «odio a la patria», «odio a las banderas», «odio a los líderes», «odio hacia toda forma de poder», etc. y exponer una concepción ridícula y reaccionaria de los fenómenos de tu alrededor bajo los filtros del antiestatismo, el apoliticismo, la descentralización y sobre todo la «libertad personal» por encima de todo, son «esfuerzos» suficientes para que te estrechen la mano como «camarada».
Todas estas disposiciones políticas son debido a que los anarquistas tienen una comprensión idealista y metafísica de las relaciones de producción del sistema capitalista, en contradicción con la comprensión materialista y dialéctica del marxismo-leninismo, por lo mismo, el anarquismo resulta estéril a la hora de dar respuestas a las contradicciones del capitalismo, y solo puede aspirar a dar soluciones dentro de la dinámica capitalista.
De hecho, el anarquismo pese a lo que digan sus defensores no puede ser una doctrina que pretende superar el capitalismo porque él mismo es una comprensión pequeño burguesa de la relaciones de producción, es una queja de la centralización y el proceso de monopolización del capitalismo que hace que el pequeño burgués –o pequeño propietario– sea absorbido, arruinado o asfixiado por la competencia de los monopolios –de los grandes propietarios–, llegando, en caso de perder su propiedad, a ver su conversión de pequeño burgués a proletario o semiproletario. Por ello el anarquismo pretende una vuelta a la época premonopolista más descentralizada y sin monopolios, por lo que en verdad defiende la pequeña propiedad privada individual o cooperativa de las unidades de producción. En ese sentido, los «anarquistas individuales» –lo veremos más adelante– defienden la completa libertad de la pequeña unidad productiva, lo que por defecto lleva a una economía de corte caótica regida por la ley del valor, el mercantilismo y el máximo beneficio; lo mismo sucede en el caso de los «anarquismos colectivos», con la diferencia que aquí se habla de unidades productivas en forma de cooperativas, incluso con algún régimen de igualdad formal entre sus miembros, pero cuya actividad económica estará determinada por la ley del valor, oferta y demanda, la rentabilidad, y la competencia por cuotas de mercado con otras unidades productivas, dicho de otro modo, es un cooperativismo capitalista como el que se puede ver en cualquier país capitalista actual.
El anarquismo es una corriente que en lo cultural defiende una pretendida «libertad individual por encima de toda autoridad en tanto que manifestación «colectiva», es decir, prima el «interés individual» sobre el «interés colectivo» a toda costa. Se adhiere a un rechazo a ciertos valores de la cultura burguesa como el consumismo, el racismo, el militarismo o el machismo, pero al ser unos nihilistas del axioma de que las relaciones sociales entre las personas –como las relaciones económicas– rigen la cultura y psicología de los hombres no comprenden ni saben cómo acabar con dichos fenómenos culturales, de ahí la negación de la cuestión nacional, o una oposición entre guerras de liberación y guerras imperialistas, o guerras revolucionarias de las contrarrevolucionarias. Se ha solido dar la bienvenida a varias de las peores teorías y costumbres de la sociedad burguesa como el consumo de drogas –como forma de ocio o de evasión de los problemas de la sociedad– o la aceptación de las teorías sexuales que fomentan el concepto burgués «de amor libre» –en el sentido de libertad de despreocuparse de los hijos nacidos de esas relaciones, del adulterio y sus consecuencias psicológicas, etc.–. El hippismo nacido en los 60 se puede considerar la corriente cultural evolución del anarquismo, su versión pacifista.
No obstante, debido a que una de su tesis fundamental es la oposición a toda «autoridad», esto ha dado lugar a múltiples formas de comprensión de este dogma, desde «anarquismos individualistas» hasta formas colectivas del mismo, este es el caso del «anarco-sindicalismo» que se diferencia de los «individualistas» en que hay un colectivo convergiendo en una serie de reivindicaciones de tipo económico por lo que esta combinación resulta atractiva para sectores de trabajadores que carecen de formación ideológico-política. Ambas expresiones, adolecen un fuerte espontaneísmo. Vale decir que los «anarquistas individualistas», más «románticos y «nietzscheanos» si se quiere decir así, están posicionados directamente en un espectro que va desde la derecha a la ultraderecha, siendo el anarcocapitalismo actual su conclusión lógica. Mientras que los «anarquismos grupales» tienden a ser más progresistas, más reivindicativos, más racionales, más «izquierdistas», pero siempre en un sentido pequeño burgués. Estas variadas comprensiones del anarquismo son un efecto secundario de la pugna que siempre han mantenido contra todo «teoricismo», el cual consideran un lastre, un «juego de intelectuales» que no debe opacar la movilización y la «acción directa», que son la savia, la energía vitalista del verdadero «espíritu libre». En realidad, esta alergia a toda base teórica definida nace del hecho de que el anarquismo jamás ha logrado establecer un marco ideológico definido para su doctrina, ya que sus ideas, su endeble músculo teórico, se contradice entre sí constantemente, al tiempo que los pocos conceptos vagos que han sostenido históricamente han chocado con lo que han llevado a la práctica. Así, debido a su falta de eje ideológico, ninguna de sus variantes es una garantía para las clases trabajadoras para defender sus derechos de forma eficiente, mucho menos para su emancipación social.
El anarquismo es pues, una doctrina reaccionaria de la pequeña burguesía, que confunde a la clase obrera desviándola de sus objetivos de clases, y por tanto objetivamente trabaja de manera consciente o inconsciente en favor de la hegemonía de la burguesía, por ende, del capitalismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2016)