«Toda legislación, ya sea directa o indirecta, sea de la posesión de su propia producción por los obreros de una fábrica o de una profesión tomada en particular, con derecho a moderar o impedir las órdenes del poder del Estado en general, es una burda distorsión de los principios fundamentales del poder soviético y la renuncia completa del socialismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre la democratización y el carácter socialista del poder soviético, 1918)
domingo, 24 de febrero de 2013
Mensaje desde la Yugoslavia «socialista»
«Hace unos días les comentaba que durante mucho tiempo se nos enseñó que Yugoslavia era el paradigma socialista autogestionaria, al menos fue lo que nos hicieron creer los intelectuales orgánicos del sandinismo en los ochenta, muchos reconvertidos en derecha postmoderna, otros aún en la estructura. (…) Pero resulta que la autogestión yugoslava –de inspiración próxima al anarquismo- era capitalismo bajo una forma de propiedad privada que ellos llamaron «social», en todo momento dominadas por primarias formas de producción y competencia capitalistas, que a su vez convivía con la burguesía tradicional. (…) En ese «paraíso» construidos por los revisionistas yugoslavos, con el firme apoyo de los revisionistas soviéticos –la era post Stalin- y maoístas; cuya práctica económica resultó en las reformas económicas impuestas desde los acreedores externos –el FMI y el BM- desde 1980. (…) Obsérvense los datos. En 1985 la deuda externa yugoslava ascendía a 19.000 millones de dólares –el 70% de esa deuda era con EEUU-, lo que la convertía en uno de «los países más endeudados» del mundo desde los ochenta hasta su destrucción por el imperialismo que actuó de acreedor, este endeudamiento se tradujo ya no solo en la subordinación a los interese suprasoberanos, sino en la congelación de los salarios de la clase obrera… y en la masiva desocupación –sólo en Serbia medio millón de desempleados a finales de los noventa-, además de la desigual inversión entre las diferentes naciones…, lo que concentró la riquezas en unas regiones en detrimento de otras y en última instancia en manos de capital privado nacional y transnacional con el que se convivió como política de Estado. (…) Esto nunca fue marxismo-leninismo, ni dialéctica materialista científica». (Bitácora (M-L); 2013)
jueves, 21 de febrero de 2013
La izquierda disipada en tiempos de crisis
«Desde que el reformismo y el revisionismo hicieran saltar por los aires al bloque socialista, la izquierda perdió por completo sus objetivos revolucionarios (…) y entonces se renunció casi por completo a las teorías científicas del socialismo, salvo honrosas excepciones… Lo que resultó en la adopción de principios ajenos a la misma que terminaron deformando los conceptos fundamentales de las luchas proletarias, incluso las más elementales. Esto resultó en la desmovilización ideológica de las masas en algunas latitudes y en otras, con mejor suerte, en la adopción de una suerte de neo-revisionismo reformista (…) Hoy que las condiciones objetivas para un proceso de transformación revolucionaria existen debido a la crisis económica global. No hay ni una sola posibilidad inmediata de hacerlas coincidir con las condiciones subjetivas necesarias para propiciar el proceso y conducirlo (…) Sin lugar a dudas, estamos insertados en un punto crítico en el que debido a la confluencia de lo expresado, esas condiciones existentes son favorables a las fuerzas retardatarias (…) Nos enfrentamos a la posibilidad real de la reedición del Tercer Reich (…) La organización y movilización de las masas ya es una imperiosa e impostergable necesidad». (Bitácora (M-L); 2013)
¿Por qué Socialismo?
¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana –como es bien sabido– ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó “la fase depredadora” del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y –si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos– son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: “¿porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?”
Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto “sociedad” significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la “sociedad” la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra “sociedad”.
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido — exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben de ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos —que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo — no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción –es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional– puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré “trabajadores” a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción — aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es “libre”, lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de “contrato de trabajo libre” para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo “puro”. La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un “ejército de parados”. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
Albert Einstein
Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949
La Mancha Obreraviernes, 15 de febrero de 2013
Reflexiones sobre Yugoslavia: el «comunismo» anticomunista; Equipo de Bitácora (M-L), 2013
«Durante mucho tiempo cultivé la idea de que Yugoslavia era el «paradigma» autogestionario socialista –que Tito y compañía habrían construido–, creía que era lo más parecido al socialismo «utópico», una forma superior de la socialización de los medios de producción. Esta idea la construí en base a la lectura de documentos y referencias escritas en los ochenta por los «ideólogos orgánicos» del sandinismo, en la actualidad aún se puede leer algún rescoldo de aquellos argumentos –aquí encontraremos parte de las razones del porque en Nicaragua nunca se practicó socialismo más allá de la consigna y la propaganda–; con el tiempo y con el desarrollo de mis convicciones políticas fui encontrando peros en los planteamientos «autogestionarios» yugoslavos, no obstante no llegué a escalar lo suficiente en lo ideológico, básicamente por la falta de documentación, que me permitiera cuestionar frontalmente esas posiciones revisionistas como hago ahora que he tomado conciencia objetiva de los hecho (…) Hace muy poco –conversando con un buen camarada [NG]– me percaté que hasta ese momento todo lo que había leído sobre los procesos económico-políticos yugoslavos eran versiones de terceros; muy interesadas, por cierto, en la propagación del revisionismo yugoslavos al juzgar por la ausencia de la necesaria crítica materialista dialéctica y la abultada propaganda prolija en elogios. Desde ese momento me he dado a la tarea de explorar en la teorizaciones de los autores yugoslavos para desde ahí corregir la confusión en la que incurrí asumiendo que ya las conocía; y es así como llegué al revisionista Kardelj. (...) Ese estudio me ha posibilitado afirmar sin ninguna duda que el «revisionismo yugoslavo» no solo no es socialismo, sino que es enteramente capitalismo por otros medios, comparte con el maoísmo la negación implícita del marxismo-leninismo en lo concerniente a los procesos productivo y desarrollo de la economía socialista –entiéndase que la economía es el motor fundamental en la construcción del socialismo, sin economía socialista, esencial e integralmente socialista, no hay socialismo–. Incluso me atrevería a afirmar que más allá de simple revisionismo, se trata del más elaborado anticomunismo de cuantos he leído, entre tejido en eso que la prensa capitalista llamó en algún momento como los «razonables marxistas» yugoslavos. «Permítaseme» recordaros que el revisionismo es una fuerza contrarrevolucionaria insertada en el seno del movimiento obrero que ha de ser extirpada sin miramientos.
Pedro Madrigal Reyes
Nota: este artículo si bien es fruto del trabajo personal del camarada Pedro en aquellos días, el Equipo de Bitácora (M-L) en la actualidad subraya todos sus pensamientos.
lunes, 11 de febrero de 2013
Comentario: Argumentación de un marxista-leninista sobre la demagogia teísta del «Secretario Adjunto Internacional del FSLN» sobre dios y la religión; Equipo de Bitácora (M-L), 2013
Tras leer la argumentación de Carlos F. Terán –secretario adjunto internacional del FSLN–al respecto de la existencia de «dios» –Click aquí para leer–, no puedo dejar de dar mi respuesta, desde la argumentación filosófica materialista de mis convicciones ideológicas. Y es que su argumento está repleto de neokantismo –idealismo– y revisionismo; en ese sentido, hemos de afirmar en primera instancia que el que «dios» exista como idea no le da una existencia real como deja entrever:
«Yo creo en Dios, pero no en su existencia, porque creo que la existencia es material por definición, creo que Dios no necesita existir porque es un ser espiritual». (...) Porque si hablamos de la creación y de que Dios creó el mundo y ese tipo de cosas , pues para Dios , en caso de que se acepte su existencia , pero como te digo, no creo en su existencia, pero si en su presencia en su condición como ser espiritual que no necesita existir para hacer , aun aceptando su existencia y su condición de creador , es más, su condición de creador no necesariamente tiene que estar vinculada a su existencia , pero aun aceptando todo eso, la creación no puede ser concebida de forma temporal porque la temporalidad es propia de la materia no del espíritu, entonces no hay ninguna contradicción entre la creación divina del mundo y el hecho de que la materia determine el espíritu, porque la creación en todo caso es atemporal (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
«Yo creo en Dios, pero no en su existencia, porque creo que la existencia es material por definición, creo que Dios no necesita existir porque es un ser espiritual». (...) Porque si hablamos de la creación y de que Dios creó el mundo y ese tipo de cosas , pues para Dios , en caso de que se acepte su existencia , pero como te digo, no creo en su existencia, pero si en su presencia en su condición como ser espiritual que no necesita existir para hacer , aun aceptando su existencia y su condición de creador , es más, su condición de creador no necesariamente tiene que estar vinculada a su existencia , pero aun aceptando todo eso, la creación no puede ser concebida de forma temporal porque la temporalidad es propia de la materia no del espíritu, entonces no hay ninguna contradicción entre la creación divina del mundo y el hecho de que la materia determine el espíritu, porque la creación en todo caso es atemporal (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Pero: ¿qué es el espíritu? dice la metafísica –es la que introdujo la idea del espíritu y que aún hoy tiene una amplia influencia en determinados círculos en Nicaragua– que es una especie de energía que existe sobrepuesto a la materia; mientra que la física indica que la materia es energía viajando a velocidades próximas a la velocidad de la luz. En cuanto, cuando un sujeto con posturas eclécticas, revisionista en definitiva, como Carlos F. Terán, que abraza toda índole de corrientes filosóficas y política, dice que «dios» existe en espíritu está afirmando de un modo no tan disimulado que ese «ser superior» tiene una existencia real.
Ahora, en el momento que él le atribuye la «necesidad», o conocimiento de la «necesidad» –y esto es materialismo dialéctico–, está atribuyéndole además capacidades innatas del conocimiento del entorno, al tiempo que le confiere la voluntad por elección de existir o no como materia, en definitiva le está confiriendo «libertad». Pero resulta que esa no es una argumentación materialista sino metafísica, neoplatónica incluso; de hecho, y en ese sentido, los dogmas religiosos necesitan transmitir la idea de que «dios» no necesita una existencia material para ser «dios» o influir en la materia, en el dogma religioso dios existe superior a la materia, el tiempo y el espacio; pues si dios tuviera una existencia material su mera existencia sería incompatible con todos sus «epítetos», estaría en contradicción con las idea que sustentan su divinidad: no podría ser «omni-todo» por ejemplo.
Hemos de decir que el materialismo dialéctico nunca se ha opuesto a la cuestión religiosa como práctica individual, como confesión individual, incluso las ha garantizado. Esto no ha supuesto claro que no se haya atacado como lo que es: un sistema de pensamiento idealista y alienante que busca la dominación de las masas en favor de las clases explotadoras, un sistema de pensamiento que hace parte de la superestructura del explotador que busca usurpar la libertad individual y colectiva para facilitar la hegemonía de esas clases explotadoras… No obstante el revisionista Terán hace acopio de toda la demagogia posible para decirnos que el materialismo, que el marxismo-leninismo, no se contrapone a la religión, expresa:
«Yo me identifico con la filosofía de la dialéctica materialista que es la filosofía del marxismo y que no se opone, contrario a lo que el marxismo dogmático soviético plateaba; no se opone a la creencia, a ninguna creencia religiosa, a ninguna fe religiosa a la creencia en Dios, ni siquiera en su existencia». (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Veamos que nos dice Marx:
«La religión es la teoría universal de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica popularizada, su pundonor espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su complemento de solemnidad, la razón general que la consuela y justifica. Es la realización fantástica del ser humano, puesto que el ser humano carece de verdadera realidad. Por tanto, la lucha contra la religión es indirectamente una lucha contra ese mundo al que le da su aroma espiritual. La miseria religiosa es a un tiempo expresión de la miseria real y protesta contra la miseria real. La religión es la queja de la criatura en pena, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas embrutecido. Es el opio del pueblo. La superación de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es la exigencia de que éste sea realmente feliz. La exigencia de que el pueblo se deje de ilusiones es la exigencia de que abandone un estado de cosas que las necesita. La crítica de la religión es ya, por tanto, implícitamente la crítica del valle de lágrimas, santificado por la religión». (Karl Marx; Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1844)
Lenin agrega:
«La religión es una de las formas de opresión espiritual que gravita por doquiera sobre las masas abrumadas por el trabajo incesante en bien de otros, por la pobreza y la privación. La impotencia de todos los explotados en su lucha contra los explotadores, origina inevitablemente la creencia de una vida mejor, después de la muerte, del mismo modo que la impotencia del salvaje en su lucha con la naturaleza, da origen a la creencia en los dioses, los diablos, los milagros, etc. La religión enseña a aquellos que se debaten toda su vida en la pobreza a que sean resignados y pacientes en este mundo, y los consuela con la esperanza de la recompensa en el cielo. En cuanto a los que viven del trabajo ajeno, la religión les enseña a ser «caritativos», suministrándoles así un justificativo a su explotación y, por decirlo así, un billete barato para el cielo. «La religión es el opio del pueblo». La religión es una especie de tóxico espiritual en el que los esclavos del capital ahogan su conciencia y adormecen su anhelo de una existencia humana decente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Socialismo y religión, 1905)
Además:
«La religión debe ser considerada como una cuestión privada»; tal es la posición corriente de los socialistas respecto a la religión. Pero es menester definir el significado de estas palabras precisamente para evitar todo equivoco. Nosotros exigimos que se considere a la religión como una cuestión privada en lo que concierne al Estado; pero de ninguna manera podemos considerarla como una cuestión privada en nuestro propio partido. (...) No obstante, para el Partido Socialista Proletario la religión no es una cuestión privada. Nuestro partido es una organización de luchadores conscientes y progresistas por la liberación de la clase obrera. Semejante organización no puede ni debe ser indiferente a la ignorancia y al oscurantismo bajo la forma de creencias religiosas. Nosotros exigimos la total separación de la Iglesia del Estado con objeto de disipar la neblina de la religión con armas pura y únicamente intelectuales, mediante nuestra prensa y la persuasión oral. Uno de los objetivos de nuestra organización, el Partido Obrero Socialdemócrata ruso [así se llamaban los marxistas revolucionarios, hasta que tras la Primera Guerra Mundial se autodenominaron comunistas, para diferenciarse de la socialdemocracia de la II Internacional - Anotación de Bitácora (M-L)], consiste precisamente en luchar contra todo engaño religioso entre los trabajadores. Para nosotros, la lucha ideológica no es una cuestión privada, sino una cuestión que interesa a todo el partido y a todo el proletariado. Si es así ¿por qué no declaramos en nuestro programa que somos ateos? ¿Por qué no impedimos a los cristianos y creyentes que vengan a nuestro partido? La respuesta a esta pregunta revela una diferencia muy esencial entre la actitud democrática burguesa y la democrática socialista frente a la religión. Nuestro programa está enteramente basado en la filosofía científica, para ser más exacto materialista. Por consiguiente, al explicar nuestro programa debemos necesariamente explicar las verdaderas raíces históricas y económicas de la religión. Así pues, nuestro programa incluye por fuerza la propaganda del ateísmo. (...) Probablemente tendremos que seguir el consejo que, en su tiempo, Engels diera a los socialistas alemanes: el de traducir y propagar entre las masas la ilustrativa literatura atea del siglo XVIII». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Socialismo y religión, 1905)
¿Esto se dice por alzar?
La posición de la iglesia en la práctica desde que se constituyó como institución religiosa de gran poder, siempre ha sido y es la siguiente, más allá de especulaciones:
«Al pretender los socialistas que los bienes de los particulares pasen a la comunidad, agravan la condición de los obreros, pues, quitándoles el derecho a disponer libremente de su salario, les arrebatan toda esperanza de poder mejorar su situación económica y obtener mayores provechos. (...) Por ser el hombre el único animal dotado de inteligencia, hay que concederle necesariamente la facultad, no sólo de usar las cosas presentes, como los demás animales, sino de poseerlas también con derecho estable y perpetuo». (León XIII; Rerum novarum, 15 de mayo de 1891)
Los marxistas de verdad siempre han dicho con conocimiento pues, que:
«Todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera. (…) El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es implacable enemigo de la religión». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Actitud del partido obrero hacia la religión, 1908)
Queda demostrado que el Carlos F. Terán es una demagogo charlatán que antepone sus intereses de clase y que no escatima en manipular incluso a los clásicos del marxismo-leninismo para justificar sus desviaciones, su oportunismo.
Y sigue con sus desviaciones que rozan lo ridículo:
«Entonces hay que hacer una separación entre la fe y la razón, pero son cosas que están vinculas entre sí, la separación hay que hacerla en ciertos aspectos , y me explico mejor en este sentido; la condición humana es espiritualidad y racionalidad; la espiritualidad se manifiesta como fe, la racionalidad se manifiesta como conocimiento y como análisis , como explicación de las cosas, como los fenómenos , etc. entonces ; voy mas allá; la fe , la creencia en algo es fundamental para un revolucionario ; un revolucionario puede ser o no creyente ; puede ser o no cristiano; eso no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero , es decir, una cosa no es condición de la otra. Pero resulta que la gran diferencia que define a un revolucionario y el que no lo es , es un asunto que al fin de cuenta es de fe, no estoy hablando de fe religiosa, estoy hablando de fe en general, de capacidad de creer». (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Lo primero que hay que dejarle claro a este señor es que la «fe» y la razón jamás pueden convivir como expresa, la primera es un instrumento idealista la segunda es materialista; la «fe» es la renuncia a la búsqueda del conocimiento, todo el entorno se cree incontrovertible e incognoscible; la razón en cambio es la búsqueda de las respuestas que hacen cierto uno u otro conocimiento. Y vale decir que el único intento «serio» de vinculación argumental entre ambas lo introdujo el «tomismo» –teosofía–, y lo hizo con la idea de superar al conocimiento científico, pero tal ejercicio lo llevó a que en su argumentación estuvieran ausentes los dogmas que le empujaron a tal ejercicio: es decir, su argumentación terminó por negar en efecto a ese dios que describen los libros del «judeocristianismo».
Indicar además; y dejar claro que la «fe» es creer en algo indemostrable como ya dejé entrever anteriormente; pero Carlos argumenta mezclando y confundiendo «fe» con optimismo –pensamiento intrínseco a cada empresa humana que entiende que el resultado de la misma será positivo para el ejecutor de la misma–. Precisar además que lo que plantea como «fe» en las luchas revolucionarias –este es un error recurrente debido a la infiltración del elemento religioso en la argumentación materialista– en realidad no lo es, pues lo que empuja a un sujeto a abrazar las luchas revolucionarias son las contradicciones existentes en el medio en que está inmerso, es decir, es el resultado precisamente de la confrontación dialéctica de la tesis y la antítesis en la que el revolucionario se identifica con la antítesis, claro está.
No podemos dejar de referirnos a una de sus perlas:
«Pero yo me identifico con la filosofía de la dialéctica materialista que es la filosofía del marxismo y que no se opone, contrario a lo que el marxismo dogmático soviético plateaba». (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Puntúo porque esto es además el más rancio «revisionismo» explícito de parte del revisionista nicaragüense que se hace pasar por marxista-leninista ante las masas: no hay «materialismo dogmático soviético o stalinista» como suelen decir en los contornos del FSLN, hay materialismo dialéctico y revisionismo. El solo hecho de referir tal epítetos es caer en el campo de la reacción, de la propaganda anticomunista a la que de hecho este señor perteneces.
«Yo me identifico con la filosofía de la dialéctica materialista que es la filosofía del marxismo y que no se opone, contrario a lo que el marxismo dogmático soviético plateaba; no se opone a la creencia, a ninguna creencia religiosa, a ninguna fe religiosa a la creencia en Dios, ni siquiera en su existencia». (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Veamos que nos dice Marx:
«La religión es la teoría universal de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica popularizada, su pundonor espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su complemento de solemnidad, la razón general que la consuela y justifica. Es la realización fantástica del ser humano, puesto que el ser humano carece de verdadera realidad. Por tanto, la lucha contra la religión es indirectamente una lucha contra ese mundo al que le da su aroma espiritual. La miseria religiosa es a un tiempo expresión de la miseria real y protesta contra la miseria real. La religión es la queja de la criatura en pena, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas embrutecido. Es el opio del pueblo. La superación de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es la exigencia de que éste sea realmente feliz. La exigencia de que el pueblo se deje de ilusiones es la exigencia de que abandone un estado de cosas que las necesita. La crítica de la religión es ya, por tanto, implícitamente la crítica del valle de lágrimas, santificado por la religión». (Karl Marx; Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1844)
Lenin agrega:
«La religión es una de las formas de opresión espiritual que gravita por doquiera sobre las masas abrumadas por el trabajo incesante en bien de otros, por la pobreza y la privación. La impotencia de todos los explotados en su lucha contra los explotadores, origina inevitablemente la creencia de una vida mejor, después de la muerte, del mismo modo que la impotencia del salvaje en su lucha con la naturaleza, da origen a la creencia en los dioses, los diablos, los milagros, etc. La religión enseña a aquellos que se debaten toda su vida en la pobreza a que sean resignados y pacientes en este mundo, y los consuela con la esperanza de la recompensa en el cielo. En cuanto a los que viven del trabajo ajeno, la religión les enseña a ser «caritativos», suministrándoles así un justificativo a su explotación y, por decirlo así, un billete barato para el cielo. «La religión es el opio del pueblo». La religión es una especie de tóxico espiritual en el que los esclavos del capital ahogan su conciencia y adormecen su anhelo de una existencia humana decente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Socialismo y religión, 1905)
Además:
«La religión debe ser considerada como una cuestión privada»; tal es la posición corriente de los socialistas respecto a la religión. Pero es menester definir el significado de estas palabras precisamente para evitar todo equivoco. Nosotros exigimos que se considere a la religión como una cuestión privada en lo que concierne al Estado; pero de ninguna manera podemos considerarla como una cuestión privada en nuestro propio partido. (...) No obstante, para el Partido Socialista Proletario la religión no es una cuestión privada. Nuestro partido es una organización de luchadores conscientes y progresistas por la liberación de la clase obrera. Semejante organización no puede ni debe ser indiferente a la ignorancia y al oscurantismo bajo la forma de creencias religiosas. Nosotros exigimos la total separación de la Iglesia del Estado con objeto de disipar la neblina de la religión con armas pura y únicamente intelectuales, mediante nuestra prensa y la persuasión oral. Uno de los objetivos de nuestra organización, el Partido Obrero Socialdemócrata ruso [así se llamaban los marxistas revolucionarios, hasta que tras la Primera Guerra Mundial se autodenominaron comunistas, para diferenciarse de la socialdemocracia de la II Internacional - Anotación de Bitácora (M-L)], consiste precisamente en luchar contra todo engaño religioso entre los trabajadores. Para nosotros, la lucha ideológica no es una cuestión privada, sino una cuestión que interesa a todo el partido y a todo el proletariado. Si es así ¿por qué no declaramos en nuestro programa que somos ateos? ¿Por qué no impedimos a los cristianos y creyentes que vengan a nuestro partido? La respuesta a esta pregunta revela una diferencia muy esencial entre la actitud democrática burguesa y la democrática socialista frente a la religión. Nuestro programa está enteramente basado en la filosofía científica, para ser más exacto materialista. Por consiguiente, al explicar nuestro programa debemos necesariamente explicar las verdaderas raíces históricas y económicas de la religión. Así pues, nuestro programa incluye por fuerza la propaganda del ateísmo. (...) Probablemente tendremos que seguir el consejo que, en su tiempo, Engels diera a los socialistas alemanes: el de traducir y propagar entre las masas la ilustrativa literatura atea del siglo XVIII». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Socialismo y religión, 1905)
¿Esto se dice por alzar?
La posición de la iglesia en la práctica desde que se constituyó como institución religiosa de gran poder, siempre ha sido y es la siguiente, más allá de especulaciones:
«Al pretender los socialistas que los bienes de los particulares pasen a la comunidad, agravan la condición de los obreros, pues, quitándoles el derecho a disponer libremente de su salario, les arrebatan toda esperanza de poder mejorar su situación económica y obtener mayores provechos. (...) Por ser el hombre el único animal dotado de inteligencia, hay que concederle necesariamente la facultad, no sólo de usar las cosas presentes, como los demás animales, sino de poseerlas también con derecho estable y perpetuo». (León XIII; Rerum novarum, 15 de mayo de 1891)
Los marxistas de verdad siempre han dicho con conocimiento pues, que:
«Todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera. (…) El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es implacable enemigo de la religión». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Actitud del partido obrero hacia la religión, 1908)
Queda demostrado que el Carlos F. Terán es una demagogo charlatán que antepone sus intereses de clase y que no escatima en manipular incluso a los clásicos del marxismo-leninismo para justificar sus desviaciones, su oportunismo.
Y sigue con sus desviaciones que rozan lo ridículo:
«Entonces hay que hacer una separación entre la fe y la razón, pero son cosas que están vinculas entre sí, la separación hay que hacerla en ciertos aspectos , y me explico mejor en este sentido; la condición humana es espiritualidad y racionalidad; la espiritualidad se manifiesta como fe, la racionalidad se manifiesta como conocimiento y como análisis , como explicación de las cosas, como los fenómenos , etc. entonces ; voy mas allá; la fe , la creencia en algo es fundamental para un revolucionario ; un revolucionario puede ser o no creyente ; puede ser o no cristiano; eso no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero , es decir, una cosa no es condición de la otra. Pero resulta que la gran diferencia que define a un revolucionario y el que no lo es , es un asunto que al fin de cuenta es de fe, no estoy hablando de fe religiosa, estoy hablando de fe en general, de capacidad de creer». (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Lo primero que hay que dejarle claro a este señor es que la «fe» y la razón jamás pueden convivir como expresa, la primera es un instrumento idealista la segunda es materialista; la «fe» es la renuncia a la búsqueda del conocimiento, todo el entorno se cree incontrovertible e incognoscible; la razón en cambio es la búsqueda de las respuestas que hacen cierto uno u otro conocimiento. Y vale decir que el único intento «serio» de vinculación argumental entre ambas lo introdujo el «tomismo» –teosofía–, y lo hizo con la idea de superar al conocimiento científico, pero tal ejercicio lo llevó a que en su argumentación estuvieran ausentes los dogmas que le empujaron a tal ejercicio: es decir, su argumentación terminó por negar en efecto a ese dios que describen los libros del «judeocristianismo».
Indicar además; y dejar claro que la «fe» es creer en algo indemostrable como ya dejé entrever anteriormente; pero Carlos argumenta mezclando y confundiendo «fe» con optimismo –pensamiento intrínseco a cada empresa humana que entiende que el resultado de la misma será positivo para el ejecutor de la misma–. Precisar además que lo que plantea como «fe» en las luchas revolucionarias –este es un error recurrente debido a la infiltración del elemento religioso en la argumentación materialista– en realidad no lo es, pues lo que empuja a un sujeto a abrazar las luchas revolucionarias son las contradicciones existentes en el medio en que está inmerso, es decir, es el resultado precisamente de la confrontación dialéctica de la tesis y la antítesis en la que el revolucionario se identifica con la antítesis, claro está.
No podemos dejar de referirnos a una de sus perlas:
«Pero yo me identifico con la filosofía de la dialéctica materialista que es la filosofía del marxismo y que no se opone, contrario a lo que el marxismo dogmático soviético plateaba». (Carlos F. Terán;¿Existe Dios?, 2013)
Puntúo porque esto es además el más rancio «revisionismo» explícito de parte del revisionista nicaragüense que se hace pasar por marxista-leninista ante las masas: no hay «materialismo dogmático soviético o stalinista» como suelen decir en los contornos del FSLN, hay materialismo dialéctico y revisionismo. El solo hecho de referir tal epítetos es caer en el campo de la reacción, de la propaganda anticomunista a la que de hecho este señor perteneces.
Pedro Madrigal Reyes
Nota: este artículo si bien es fruto del trabajo personal del camarada Pedro en aquellos días, el Equipo de Bitácora (M-L) en la actualidad subraya todos sus pensamientos.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Religión
«Son manifestaciones del idealismo filosófico, en tanto, enfrentadas a todas las formas de pensamiento derivadas del materialismo dialéctico; son un conjunto de «ideas», «dogmas», «creencias», «leyendas» y «cuentos populares» que se condensan en un todo mítico cuyos orígenes se remontan a la prehistoria. La realidad la deposita en lo abstracto en donde la verdad, toda la verdad, es revelada por un ente incognoscible, en ellas el «poder pastoral» es el instrumento de dominación final de la sociedad, y se ejerce a través de la manipulación de los sentimientos —amarillismo— razón por la que es útil al poder. En términos académicos las religiones se diferencian del mito únicamente en el hecho de que estas reconocen a un intermediario de ese mito —un escritor—, un «dios». En su conjunto se trata de intentos de comprensión del entorno surgidos en el seno de sociedades esclavistas de la edad de piedra, incluso anteriores a ella, que se caracteriza por una alta endogamia —plagio de ideas entre ellas—, mutabilidad y adaptación a las transformaciones ocurridas en las sociedades humanas, una derivación de la intoxicación de los valores culturales, sociales, y el «sentido común» que le es inherente; muy pronunciado desde el desarrollo del pensamiento científico basado en la objetividad. Las religiones paralizan el pensamiento crítico, y lo someten a la voluntad de lo «sagrado»». (Bitácora (M-L); Terminológico, 2013)